El "consenso"
legitimó la mayor trampa de la historia moderna del país. El dictador era
previsor y el franquismo encontró inmejorables interlocutores: un grupo de
dirigentes empecinados en la oligarquización de los partidos políticos.
Testigo excepcional de la
vida política española, debido a los cargos propios de la carrera diplomática,
Gonzalo Puente Ojea (Cienfuegos, Cuba, 1925) conoció a los más importantes políticos
franquistas y a los principales personajes que llevaron adelante la transición
política.
Decano del cuerpo de
embajadores de España, autor de varios libros sobre temas históricos y
religiosos (casi todos reditados en Siglo XXI de España), Puente Ojea representó
a su país ante el Vaticano (1985-87) después de ser subsecretario en el
Ministerio de Relaciones Exteriores. Un destino que causó revuelo entre quienes
pensaban que su ateísmo declarado (a más de divorciado), resultaba ofensivo
para desempeñar el cargo.
De consulta obligada a la
hora de situar en la balanza medio siglo de política española, el embajador
Puente Ojea participó en el seminario Por el Progreso del Mundo. Contra el
Imperialismo (celebrado en Oviedo), capítulo español del foro En Defensa de la
Humanidad, constituido en México en octubre pasado. A continuación, pasajes de
la entrevista concedida a La Jornada, en su casa de Madrid.
El mito del consenso
-En los umbrales de un
nuevo gobierno, ¿qué opinión le merece el cuarto de siglo cumplido por la
transición política española?
-La transición peca de un
grave equívoco semántico. ¿Transición de quiénes, hacia dónde y para qué?
Desde el punto de vista de los frentes de oposición al franquismo, la oposición
real, efectiva, no transitó hacia la democracia.
-En América Latina la
Constitución de 1978 es vista como paradigma de la democracia moderna...
-Me sorprende usted. En
España ningún tratadista serio discute que en España no existió un proceso
constituyente democrático. En Italia y Grecia el proceso se adaptó a los
principios de la democracia y hubo ruptura institucional en el sentido de
suprimir mediante una negociación la etapa anterior, la monarquía. En cambio,
el predominio de las fuerzas católicas y monárquicas en España evidencia las
anomalías en que se gestó la Constitución.
-¿Qué presuponen tales
principios?
-En primer lugar la
formación de un gobierno provisional encargado de organizar la transición del
régimen anterior al nuevo; segundo, la elección de unas cortes por sufragio
universal, encargadas de redactar la Constitución; tercero, que las elecciones
se realicen con plenas garantías de libre asociación política, discusión pública
de modelos o programas, y con igual acceso a los medios de comunicación. Estos
requisitos no fueron respetados. Los procuradores de unas cortes, vigiladas por
la Iglesia y elegidas a dedo por el rey y los líderes del franquismo, se
convirtieron en constituyentes sin serlo.
-Pero hubo consenso...
-El "consenso"
legitimó la mayor trampa de la historia moderna de España. El dictador era
previsor y el franquismo encontró inmejorables interlocutores: un grupo de
dirigentes empecinados en la oligarquización de los partidos políticos. Si la
Constitución monárquica de 1876 fue aquel sucio proceso de arreglo entre
profesionales de la política y la intriga a espaldas de la voluntad popular, la
transición de 1978 fue aún más turbia: "transformar" una dictadura
exhausta tras 40 años de existencia y lavar su cara con el hechizo del
"consenso", cuya máxima virtud es el conformismo y talismán de todo
acomodo y todo abandono.
-¿Y durante la
"segunda república"?
-Es notable que las dos
repúblicas españolas (1873 y 1931), formaran gobiernos provisionales que
convocaron elecciones generales a cortes constituyentes. Ambas se fundaron en la
legitimidad de un proceso iniciado con una consulta basada en el sufragio
universal. En 1869, la Constitución recibió su sanción por 214 votos del órgano
constituyente contra sólo 55, y la de 1931, aprobada por unas cortes en las que
sólo figuraba un diputado monárquico, se elaboró en sesiones públicas que el
país siguió paso a paso.
Monarquía y partidocracia
-¿Qué papel jugaron los
partidos políticos en el decenio de 1970?
-Los partidos políticos
propiciaron la desmemorización colectiva. No de olvido, sino de algo más
preciso: la capacidad de volverse desmemoriado: 'Franco ha muerto. ¡Viva el
rey!' La enorme brecha generacional abierta en la sociedad en el larguísimo
tiempo transcurrido facilitó las cosas. Generaciones aún jóvenes en 1976
fueron mediatizadas por una mentalidad neofranquista de la que participaba,
inconscientemente, buena parte de la oposición antifranquista. Los partidos se
volcaron a proteger sus intereses económicos: sustituyeron la dictadura por un
sistema de representación democrática, pactaron al margen de la opinión pública
y aseguraron la continuidad de instituciones ilegítimas, derivadas del golpe
militar del 18 de julio de 1936, y la subsiguiente guerra civil. En suma, no
hubo tránsito de la dictadura a la democracia.
-¿Cómo define usted el
estatuto jurídico del gobierno español?
-En España hay un régimen
democrático de derecho. El proyecto de democratización promovió que el rey
siga reinando y una ley de reforma política que permitió a las cortes
ordinarias del franquismo transformarse en constituyentes por decisión del rey.
El rey pidió a los partidos políticos, cuatro gatos de la oposición virtual,
pues la oposición real estaba disuelta, que fuesen "razonables" y
"realistas". La muerte de Franco (1975) no representó cambio ni deseo
de cambio institucional. Sin embargo, los dirigentes del proceso entendieron que
la dictadura tampoco podía eternizarse. Debía llegarse a formas de transacción
entre una oposición nominada, con relieve propio, y un franquismo aferrado a
una oposición que contaba con la potencialidad estratégica para legitimar un
gobierno provisional. Luego, a puerta cerrada, se dieron los pasos para
legitimar el paso de un régimen autoritario dictatorial a uno de tipo
representativo democrático.
-¿Qué papel jugó el rey
Juan Carlos en el proceso?
-En el otoño de 1962,
habiéndome quedado de encargado de la embajada en Atenas, tuve la oportunidad
de conversar frecuentemente, sin testigos, con el príncipe Juan Carlos.
Recuerdo que me chocó su apología de Franco. Mostraba gran indiferencia sobre
el mundo de la cultura y una notable insensibilidad ante los graves problemas
derivados de la guerra civil. Quedé sorprendido ante su postura a favor de una
vía intermedia que no cuestionase los fundamentos del régimen. Los hechos
disiparon mis expectativas en el joven príncipe. En julio de 1969, ante el
pleno de las cortes franquistas, Juan Carlos juró tres cosas: lealtad a Franco;
fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y a "las demás leyes
fundamentales del reino".
El PSOE va a misa
-¿Y Felipe González?
-Felipe González es el
gran culpable de haber traicionado las esperanzas de la izquierda en un cambio
profundo y real. En el congreso de Suresnes (1974), González declaró que el
Partido Obrero Socialista Español (PSOE) debía coligarse con el "proceso
de transición" de los sectores que integraban "la burguesía que se
despega del régimen". Frase clave, habilidosamente envuelta en una retórica
obrerista de camuflaje. La verdad es que fue él, Felipe, quien se estaba
despegando de sus aliados naturales. Estábamos ya ante el camarada Isidoro,
protegido por la policía. Después empezó la singladura que llevó al PSOE a
fundar la Plataforma de Convergencia Democrática (1975), mediante un acuerdo
con la Democracia Cristiana, liberales, neoconservadores del exterior, socialdemócratas
y con instancias franquistas del interior. La maniobra se captó muy bien en los
despachos oficiales del régimen y era coherente con los contactos secretos de
González y otros bajo su batuta, con medios pro estadunidenses.
-Usted me decepciona. El
rey Juan Carlos no ha resultado tan democrático como pensaba y Felipe no es
hombre de izquierda...
-¿Felipe de izquierda? A
inicios de los años 70, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania
descubrieron en Sevilla a un grupo de jóvenes del PSOE en condiciones de
refundar el partido y hacer una operación de envergadura antes de la muerte de
Franco. Felipe tenía entonces un ideal confuso, procedente de la escuela católica
del profesor Jiménez Fernández. No era hombre de lectura, no era socialista,
no sabía nada de socialismo. Las hermandades obreras de Acción Católica le
dieron una beca para estudiar en la Universidad de Lovaina. Felipe anhelaba
entrar al grupo de Ruiz Jiménez, de la Democracia Cristiana (DC). Le dijeron:
"¡Pero hombre, si en la DC están todos los asientos ocupados. ¿No
quieres hacer carrera política?".
-Sin embargo, el PSOE es
un partido de tradición laica y republicana.
-El PSOE desapareció con
la república, en los últimos dos años de la guerra civil. En la época de
Francisco Largo Caballero (1869-1946), de los Alvarez Albornoz y de los grandes
líderes en los años de exilio y lucha contra el franquismo, el PSOE fue laico
y republicano. El viraje fue posible a partir de las graves divergencias que en
1970 se dieron entre los socialistas del exilio y del interior. Dos años después,
el partido se dividió. Surgió entonces un PSOE renovado, protegido por el
franquismo y dominado por los católicos. Lo contrario del PSOE que conducía su
secretario general, Rodolfo Llopis. La clericalización, tecnocratización y
traición de Felipe González a las bases del PSOE entrañó, en último término,
la traición de la oposición de la mayoría antifranquista, que representaba
los ideales democráticos del pueblo español.