El
cerco franquista al Pirineo
Núria
Castells
La mañana 7
de Marzo de 2006
Tras
tres años de Guerra Civil en España, el Pirineo pasó a convertirse en la zona
más directamente afectada por la represión del bando de los nacionales, que a
partir de 1938 iniciaron un cerco a la cordillera para evitar posibles frentes
de resistencia al nuevo régimen que ya se adivinaba y para ir consolidando los
primeros años de la futura dictadura franquista. Fueron los años más duros y
penosos del largo y oscuro periodo que había de venir.
El cerco se inició con fusilamientos
indiscriminados sin juicios previos, consejos de guerra, persecución de los
republicanos que regresaban del frente o de un fugaz exilio, aplicación de
multas, sanciones, expedientes y expropiaciones arbitrarias (a través del
Tribunal de Responsabilidades Políticas), evacuaciones forzosas de familiares
sospechosos a otras zonas de España y familias partidas, denuncias,
interrogatorios, juicios militares por temas civiles, etc., todo sobre aquellos
a los que se relacionaba con la República. Esta rápida actuación vino de la
mano implacable de los tres brazos del nuevo régimen: la Guardia Civil, el Ejército
y la Policía, que llegaron a sumar casi 40.000 efectivos durante estos años en
el Pirineo.
Los nacionales entraron, desde Huesca, a l’Alta Ribagorça en abril de 1938 y
se fueron desplegando por los Pallars y el Aran, iniciando el cerco a una amplia
zona que era el paso hacia Europa (a punto de estallar la II Guerra Mundial, con
el avance alemán primero y el contraataque aliado después) y sobre la que
ensayaron con éxito uno de los pilares básicos de lo que durante los próximos
40 años sería el eje de la dictadura: el control social sobre la población y
el orden público, una práctica que en la montaña duró desde 1938 hasta 1950.
El
Pallars Sobirà fue una de las comarcas donde hubo más fusilamientos sin juicio
previo; los consejos de guerra se produjeron en menor cantidad porque los
represaliados en el Pirineo pudieron huir al principio en Francia, aunque aún
así consta que en Viu de Llevata hubo un muerto tras ser condenado por un
consejo de guerra. El alcalde de Abella d’Adons, que volvió de un corto
exilio a Francia, fue condenado por otro consejo de guerra, fue enviado a la cárcel
pero salió pronto.
Sobre los expedientes de sanciones a vecinos relacionados con la República, en
la Ribagorça hay documentados 32 (4 en Barruera, 3 en Llesp, 2 en Durro, 11 en
el Pont de Suert, 7 en Vilaller y 5 en Viu de Llevata). Uno de los puntos
conflictivos antes de la guerra había sido el túnel de Vielha, donde los
trabajadores, capitaneados por el capataz Antonio Marion, habían protagonizado
ataques contra la iglesia y la gente de derechas. Marion, tras huir a Francia,
volvió luego al Aran y fue visto como maqui.
Ante
el estrecho cerco del régimen franquista, el Pirineo de Lleida se convirtió a
partir de 1944 en el refugio de unos 2.000 maquis. Entraban por Artiga de Lin,
Benasque, la Bonaigua y el túnel de Vielha y la mayoría se establecían en la
montañas del Aran, aunque su vertiginosa movilidad hacía que les vieran también
por las montañas del Pallars y la Ribagorça. En Arties, Salardú, Barruera,
Durro, Caldes, el Pont y Vilaller, la población sobrevivía entre militares y
maquis y a pesar de que la colaboración con los maquis era escasa pocos vecinos
los delataron.
Con
el transcurrir de la II Guerra Mundial muchos pensaron que el franquismo sería
doblegado, pero lo único que logró fue que el régimen endureciera la
vigilancia de la frontera (que al principio de la guerra europea había recibido
refugiados judíos, aliados, deportados, hasta 100.000 personas, algunas de las
cuales fueron a parar a la cárcel de Sort). Este problema añadido para el régimen
franquista le obligó a impermeabilizar más la frontera y a establecer un férreo
control de aduanas y entradas y salidas de ciudadanos para evitar contactos
entre los republicanos españoles y los refugiados europeos. Para ello, se creó
el salvoconducto, un documento obligatorio para moverse por el territorio donde
constaba el origen y destino del viaje; se ocuparon casas, locales, cuadras y
corrales para alojar a policías y militares ; se clasificó a la gente como
“afecta” o “desafecta, sospechosa e indeseable”, y se construyeron búnkers
(5.000 en todo el Pirineo) para evitar la entrada de fuerzas extranjeras. Para y
en todo se contó con la estrecha colaboración de la Falange y la Iglesia. A
corte de ejemplo, el que llegó a obispo de l’Urgell, el célebre Ramon
Iglesias Navarri, había hecho antes la carrera militar durante la Guerra Civil.
Una guerra que el poeta Pere Quart (Joan Oliver) calificó de “incivil”.
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