La Librería Española
de Antonio Soriano del 72 de la Rue de Seine, fue durante décadas el punto
de cita obligado de todos los exiliados españoles del 39 y los viajeros de
la Península de paso por París: desterrados y visitantes ávidos de
lecturas vedadas por el franquismo nos reuníamos en ella como en un café.
La simpatía acogedora de Soriano invitaba a la convivencia: después de
comprar u hojear las novedades publicadas en Francia o las que llegaban de
Iberoamérica, proseguíamos la plática en la trastienda. La lista de los
asiduos sería larguísima: abarcaba dos generaciones del exilio republicano
y a los primeros disidentes de los años cincuenta y protagonistas del
llamado "contubernio de Múnich". Intercambiábamos allí
direcciones, noticias, proyectos. La atmósfera amistosa del lugar y la
generosidad de Soriano eran un elemento aglutinador de la diáspora
intelectual hispana, como lo serían después las de José Martínez en la
librería de Ruedo Ibérico.
Tras sufrir la dura
suerte de los vencidos de 1939, Soriano inició su carrera de librero en una
pequeña tienda de la Rue Mazarine, adonde fui a procurarme obras prohibidas
por la censura en mi primera escapada a París en 1953. Tres años después,
instalado ya en esta ciudad, trabé amistad con él y con muchos hispanistas
que acudían al nuevo y más vasto local de la Rue de Seine, como Claude
Couffon, Robert Marrast o Elena de la Souchère, con quienes organizaría más
tarde el homenaje a Antonio Machado en Collioure en febrero de 1959. La
trastienda de la librería de Antonio Soriano era un fértil semillero de
ideas, iniciativas y plataformas de discusión literaria y política.
Recuerdo las tertulias que a comienzos de los sesenta congregaban a Tuñón
de Lara, Francisco Fernández Santos, Roberto Mesa, José Corrales Egea y a
otros intelectuales opuestos al Régimen. Acontecimientos como la Jornada de
Reconciliación Nacional o la Huelga Nacional Pacífica suscitaban
discusiones apasionadas y críticas amargas. Según descubrimos, el
franquismo tenía la piel dura y, poco a poco, los tertulianos acabamos por
resignarnos a la idea de que el dictador moriría en la cama.
Cuando compuse mi
novela La resaca, de imposible publicación en España, presenté el
manuscrito a Soriano y, de común acuerdo, decidimos publicarlo con el nuevo
sello, creado para la circunstancia, del Club del Libro Español. Soriano
imprimió una edición de 2.000 ejemplares numerados, con una bellísima
encuadernación en tela y atractivas hojas de guarda que mantienen al cabo
de los años toda su exquisitez. Si no mi mejor novela -ni mucho menos-, La
resaca es sin duda la mejor editada e impresa. Una presentación
informal en la trastienda de la librería reunió en ella a todos los
intelectuales y escritores del entorno parisiense. La prensa española ignoró
el hecho y no se desató sino dos años más tarde contra aquella "seudoliteratura"
considerada como una "nueva forma de delincuencia".
Animado por el éxito
de estima de la empresa, Soriano publicó después en rústica, primero La
Chanca, mi relato-reportaje sobre el bellísimo y miserable barrio
almeriense genialmente captado por la cámara de Pérez Siquier, y luego Pueblo
en marcha, fruto de mi viaje a la Cuba revolucionaria en diciembre de
1961. Tras Argentina y México, París fue a su vez, gracias a Antonio
Soriano, mi tercera patria editorial. De allí, mis libros se colaban de
matute en España y eran distribuidos a escondidas por las principales
librerías progres de la Península. Las cartas que recibí de algunos
lectores daban fe de ello. Varias veces, en estos últimos años, con motivo
de alguna lectura o conferencia, topo con desconocidos que conservan un
ejemplar de aquellas ediciones del Club del Libro Español como algo valioso
y raro.
Soriano fue un
exiliado que, para emplear la fórmula de Malraux, supo transformar su
destino en conciencia. En vez de detener su reloj en 1939 como muchos de
nuestros compatriotas y encerrarse en la añoranza del sueño brutalmente
deshecho por la fuerza de las armas, supo forjarse un ámbito propio desde
el que transfirió la lucha al campo de la cultura. Rescatar la tradición
republicana, acoger las voces disidentes que brotaban del erial franquista,
era una forma de resistencia similar a la creada por el exilio en México.
La Librería Española de la Rue de Seine atraía así, como un imán, la
visita de los autores entonces dispersos por las dos orillas del Atlántico:
Bergamín, Max Aub, Francisco Ayala, Vicente Lloréns y un largo etcétera.
Su local fue nuestro Deux Magots.
La vida de Soriano
constituye un magnífico ejemplo de dedicación a la dura labor de rescate
de los restos de la herencia democrática solapada por el franquismo.
Antonio no buscó un acomodo fácil a las circunstancias del momento y supo
mantener a lo largo de las diferentes etapas históricas en las que le tocó
vivir una independencia y honestidad ejemplares. Su desaparición es una
gran pérdida no sólo para cuantos le conocimos, sino también para quienes
los valores éticos y políticos de la causa republicana siguen vivos y
merecen por tanto ser defendidos contra el oportunismo y apaño reinante.
Juan
Goytisolo es
escritor.