Continúo
viendo Aushwitz
Josep
María Espinàs 22
de Enero 2005
Hace
60 años se liberó el campo de exterminio de Auschwitz (Oswiecin, en polaco).
Yo lo visité hace 32 años. Nunca olvidaré la entrada, a primera hora de la mañana,
en un silencio total. Las torres de vigilancia estaban vacías y ya no resonaban
las botas de los guardias.
Crucé
la puerta con angustia, pensando en los que habían entrado allí engañados,
cada uno todavía con su ropa e inmediatamente desnudos y convertidos en un número.
Para quien duda aún, o haya olvidado el crimen, recuerdo lo que dijo Himmler al
comandante del campo, Höss: "El führer ha ordenado la solución
definitiva de la cuestión judía. Los lugares de matanza que tenemos en el este
no serán suficientes. Hemos escogido Auschwitz por la facilidad de
comunicaciones y porque este campo puede ser fácilmente
camuflado...".
Vi
en una sala casi 7.000 kilos de cabello humano empaquetado en sacos: la última
partida que las autoridades del campo no tuvieron tiempo de mandar a las fábricas
de Baviera. Y, en otras salas, montañas de cepillos de dientes, de brochas de
afeitar, de gafas.. Todo pertenecía a los inocentes que llegaban a diario en
vagones de ganado. Y las viejas maletas con los nombres que escribieron sus
propietarios, y el espeluznante montón de muñecas y juguetes que fueron
arrancados de las manos de miles de niños que no podían saber lo que estaba
ocurriendo. O sí. Porque un exprisionero, el pediatra Bertold E., declaró:
"Durante la selección que hacían de los niños, los guardias SS
instalaban una varita a 1,20 metros del suelo. Los niños que podían pasar por
debajo eran enviados a los crematorios. Como lo sabían, los pequeños estiraban
el cuello y levantaban la cabeza, para formar parte del grupo de los que todavía
podían seguir viviendo...
"
No olvidaré nunca Auschwitz. Anduve por entre los barracones lentamente, como
quien entra en un recinto sagrado, el recinto del dolor humano. Por respeto, no
tomé ninguna foto. Pero todo me quedó impreso en los ojos, en la piel, en la
memoria.