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El macabro viaje desde El Saucejo a Mauthausen

Francisco Correal

Diario de Sevilla 22 de Mayo de 2005

 

Aparentemente, el programa era el de un viaje de placer. Con paisajes y estancias como las que hacen más agradable la aventura de los recién casados. Una cita a ciegas. Casi todos quedaron junto a la estatua del Cid que hay frente a la antigua Fábrica de Tabacos, aunque otros se incorporaron desde Barcelona, Cartagena o Palma de Mallorca. Viajaron en avión, con una guía que les contó la historia de Sissí emperatriz o de Luis Ii de Baviera y que les narró la historia del río Danubio, que sólo ven azul los borrachos y los enamorados. Durmieron en buenos hoteles y comieron en restaurantes de nombres impronunciables: Salmbräu, Weissenwolf, Reiberstorfer. Pero el viaje de placer era un viaje al centro del horror: el mismo itinerario que en circunstancias muy distintas hace más de sesenta años hicieron sus padres, sus tíos, sus abuelos. Los únicos soldados que perdieron dos guerras. Los únicos héroes a los que sus gobiernos no dedicaron ni una lágrima. Los en torno a mil andaluces que murieron en Mauthausen y en sus campos anexos: Gussen, Ebensee y el castillo de Hartheim.

Pilar Pardo, de la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia, se encargó de convocar a los 19 familiares de diez andaluces exterminados en los campos nazis. "No ha sido fácil encontrarlos. La gente tiene miedo, son muy mayores". Y de los que sobrevivieron, no fue fácil seguir su pista. "La mayoría se casaron con austriacas, se quedaron a trabajar en las canteras. A todos los supervivientes de Mauthausen les dispensaron recibimiento de héroes en sus países, menos a los españoles, a los que Serrano Súñer había tachado de apátridas, dando a entender a los alemanes que hicieran con ellos lo que quisieran".

Los alemanes sí devolvieron a algún compatriota, como Lluis Companys, preso en las cárceles de la Gestapo, entregado a las autoridades franquistas para ser fusilado en 1940 en el castillo de Montjuic. Año en el que ya estaban operativos los campos del horror, el año en el que los republicanos españoles empezaron a llegar.

Hasta Montse, la guía turística que los acompañó por Viena y por Linz, se fue involucrando en la historia. No era un grupo de turistas al uso. El Danubio azul se tornaba rojo de pensar en las barcazas que surcaban el río más cultural de Europa con las pesadas piedras que los prisioneros recogían en las canteras. La muerte tiene mucha imaginación, dice Sandor Marai en su novela El encuentro. La expedición ya sabe que sus parientes murieron allí, gracias a los fotógrafos Climent y De Diego, que recopilaron clandestinamente la lista de deportados españoles por el privilegiado trato que les concedía la desmesurada afición de los alemanes a la fotografía. Benito Bermejo, el historiador que desmontó la falsa heroicidad de Enric Marco, escribió un libro sobre Francesc Boix, fotógrafo que trabajó en Mauthausen y que testificó contra Speer, el arquitecto de Hitler, en el proceso de Nuremberg.

Los familiares de Amador Maldonado García (El Campillo, Huelva), Cristóbal Mingolla (El Saucejo), José Carrasco Navarro (Montilla), Manuel Martín Rivas (Real de la Jara), Pedro López Martín (Nerva), Pedro Navas Caballero (Doña Mencía, Córdoba), Juan y Manuel González León (Lucena), Francisco López Bermúdez (Nerva) y Antonio Ortiz Crespo (Estepa), diez entre mil, ya saben que los suyos murieron así. Pero no saben cuál de las muertes posibles: en la cantera cuyas piedras utilizaban para adoquinar las bellas ciudades austriacas; en los fatídicos 186 escalones por los que subían la piedra para satisfacer la megalomanía del Führer; en la fábrica de ladrillos de Lungitz; en la construcción de la línea de ferrocarril que el comandante del campo de Gussen interrumpió, en macabro arrebato de sensibilidad, para excavar un yacimiento de la edad del Bronce. En la construcción de los túneles a prueba de bombardeos o en la fabricación de los aviones, tradición secular de "la reina del aire", como llamaban a Prusia.

La foto está hecha en Valdepeñas. Juan González León, cordobés de Lucena, aparece fotografiado con sus cinco hijos y en traje de miliciano republicano. Uno de ellos, Antonio González Merino, fue uno de los pasajeros de este viaje que coincidió con el sexagésimo aniversario de la liberación de Mauthausen por los soldados norteamericanos el 5 de mayo de 1945. La fotografía apareció en un libro sobre la represión en Rute y Lucena y también en la obra El estilo sindical del bajo Llobregat, escrito por dos emigrantes andaluces en Cataluña, Francisco Ruiz Acevedo y Antonio García Sánchez, que emigró a Alemania para trabajar en la Siemens, y por el barcelonés Vicenç Lizano Berges, que el mismo 1942 que Juan González León, el padre orgulloso de la foto de Valdepeñas, moría gaseado en Gussen, era detenido con 15 años por criticar la aparición de Franco en el Nodo. A Antonio González Merino lo acompañó su primo Rafael González Polonio, cuyo padre también murió en Gussen.

José Antonio Méndez, alcalde de Real de la Jara, 33 años trabajando en la mina de Cala, siempre creyó que su tío Manuel Martín Rivas, primo hermano de su madre, había muerto en México. Alguna vez igual se lo imaginó llegando en el barco Sinaia cuando el presidente Lázaro Cárdenas recibió con los brazos abiertos a los exiliados españoles que llenaban el barco.

Un día supo la verdad. Cuatro españoles habían huido de un campo de concentración en Francia. Dos consiguieron escaparse y a otros dos fueron los atraparon los alemanes. Uno de los que consiguió huir, un tal Barrientos, se casó con una francesa y muchos años después, en su regreso al pueblo, le contó la historia al alcalde. Méndez confirmó la historia cuando vio el nombre de su tío en una lista de deportados exterminados de Mauthausen que apareció en un panel expositor del pabellón de Marruecos. "No se trata de ahondar en odios, ha pasado mucho tiempo, pero esta gente merecen un reconocimiento, dieron su vida por las libertades en Europa".

María del Carmen López Muñoz viajó desde Palma de Mallorca a Mauthausen para rendir su particular tributo a su abuelo, al que le había perdido la pista. Francisco López Bermúdez, originario de Nerva, tierra de pintores, participó en una versión con final desgraciado de La gran evasión. "Fue uno de los españoles que participó en una fuga", dice Pilar Pardo, "por testimonios de gentes del lugar, se sabe que uno consiguió cruzar la frontera, otro capturado y gaseado en Gussen y el tercero muerto por un cazador austriaco. Yo creo que el gaseado debió ser López Bermúdez por la lista de López Espinosa, historiador de la columna de la muerte".

"¿Cómo acaba con sus huesos un pobre jornalero de El Saucejo en Gussen?", se pregunta Pilar Pardo. Sabe la respuesta, pero es prudente y lo que quiere es que se reponga la dignidad de hombres a quienes mataron como perros. La primera generación represaliada de unos hijos que irían a Alemania como emigrantes y unos nietos que igual lo han hecho de turistas. El jornalero de El Saucejo era Cristóbal Mingolla. A su mujer también la asesinaron en un campo alemán. En este mayo conmemorativo han viajado un sobrino y un hijo que emigró a Barcelona. Francisco Mingolla Morilla, hijo de Cristóbal Mingolla, bromeaba en el autobús y decía que parecía una excursión a Lourdes. Rompió el protocolo el 8 de mayo para fotografiarse con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y con un superviviente de Mauthausen, firmante del juramento en el que se comprometen a continuar la lucha "contra el imperialismo y el fanatismo nacional".

Al viaje fue Evangelina Naranjo, consejera de Gobernación de la Junta de Andalucía. Difícilmente olvidará, como el resto de expedicionarios, la terrible paradoja de aquellos jóvenes campesinos andaluces vejados y asesinados en uno de los países más cultos y civilizados de la historia. En un campo de concentración con el nombre de un pueblo, Mauthausen, "ideal, con casitas de Hansel y Gretel".

 

 

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