60
AÑOS DE LA LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ
La
deportación de los republicanos antifascistas
Rosa Torán *
El
País 26-01-2005
El 2005 es año de conmemoraciones. Seis décadas del final de la II Guerra
Mundial y de la liberación de los campos de concentración nazis, en unas
fechas escalonadas que toman como punto de partida la liberación de Auschwitz,
el día 27 de enero de 1945, y que finalizan el 5 de mayo, cuando las primeras
tropas americanas atravesaron el portón de la fortaleza de Mauthausen, en la
Austria anexionada al Reich.
Quedaban en este campo y sus comandos 2.184 españoles, supervivientes de las
expediciones que comenzaron en agosto de 1940 y alcanzaron su momento culminante
en el invierno siguiente. Eran alrededor de 7.000 hombres y jóvenes con una
trayectoria singular, combatientes contra el golpe fascista en su país y
refugiados atrapados por las tropas alemanas durante la invasión de Francia; más
adelante y hasta completar la cifra de unos 10.000, a todos los campos del Reich
fueron llegando mujeres y hombres capturados por sus acciones en la Resistencia
contra la dominación nazi de Europa, al tiempo que otros realizaban trabajos
forzados en la construcción del Muro del Atlántico, integrados en la
Organización Todt. Su historia es excepcional, rojos españoles calificados en
Francia como refugiados indeseables desde 1939; pocos meses después, apátridas
sin protección y enemigos del Reich por su lucha contra Franco que, a su vez y
hasta su muerte, siguió tildándolos de rojos irreductibles. Marcados con el
triángulo azul de los apátridas en Mauthausen y con el rojo en los otros
campos, fue uno de los colectivos nacionales que más tiempo sufrió
internamiento; por todo ello conforman un grupo de unas características
especiales dentro del universo concentracionario.
Después de la derrota militar del nazismo, cuando el exterminio nazi era público
en todo el mundo, el Gobierno español no pronunció una sola palabra por los
miles de españoles asesinados y víctimas de la barbarie, con el agravante de
alegar ignorancia sobre lo ocurrido en su país aliado. Mientras ceremonias de
homenaje y palabras de aliento acogían a los ex deportados en sus lugares de
origen, en la patria de los republicanos éstas se reservaban a los vencedores
de la Guerra Civil, a la par que se frustraban las esperanzas de miles de
refugiados de un retorno a una España sin Franco. El tiempo avanzaba a favor
del dictador, con su ofrecimiento de bastión anticomunista a cambio de la
continuidad de un régimen que mantuvo su obsesión persecutoria hacia los
vencidos. Los que sobrevivieron a los campos tuvieron que acomodarse a un largo
exilio, interior o exterior; pocos fueron los que regresaron en la década de
los cuarenta, a sabiendas del obligado silencio, las humillaciones y las múltiples
amenazas que se cernían sobre ellos, en contraste al manto protector que en los
otros países cubría parte de sus necesidades materiales y morales. Sin
embargo, eran luchadores y tentaron con insistencia emprender una vía
asociativa desde 1962 para equiparar su situación legal, asistencial, médica...
con la de los ex deportados, viudas y familiares de otros países. Todo en vano,
a pesar del apoyo de asociaciones homólo-gas del extranjero; el Ministerio de
Gobernación humillaba, con su negativa o su silencio administrativo, una y otra
vez, a los supervivientes, que acabaron por constatar, incluso, la inhumanidad
de una dictadura con su desprecio hacia los vínculos de solidaridad forjados en
los campos y que habían sido claves para su supervivencia. Pero los operativos
clandestinos se fueron imponiendo a las trabas gubernamentales, gracias a la
afluencia de ex deportados que paulatinamente regresaban de Francia, con
proyecciones y charlas, encuentros de hermandad en los aniversarios de la
liberación y con las primeras incursiones de los medios de comunicación en el
tema, que acabaron resquebrajando el muro de silencio. Al impacto emocional
sobre la población de la palabra de testimonios constreñidos, hasta entonces,
a esconder su condición de ex deportados, se sumó la revisión de la concepción
de reducir la tragedia de los campos nazis al pueblo judío.
Finalmente, en 1978 llegó la legalización después de la visita oficial del
rey de España a Austria, que mandó depositar flores en el monumento erigido en
1962 en memoria de los republicanos muertos en Mauthausen. Por otra parte, la
democratización de los Ayuntamientos aunaba la erección de monumentos a sus
conciudadanos muertos, se organizaban multitudinarios homenajes en diversos
lugares del Estado, representantes internacionales eran recibidos en foros públicos,
se presentaban mociones parlamentarias..., pero seguían quedando sin respuesta
propuestas de proyectos de ley para dar satisfacción moral y material a los
españoles deportados y a sus viudas. Y en los años ochenta, los ex deportados
tuvieron que afrontar agresivas campañas de los grupos ultraderechistas y
negacionistas y actos vandálicos contra espacios de recuerdo y tomar posiciones
contundentes en procesos contra responsables nazis en el extranjero o refugiados
en España. Y un nuevo contexto internacional obligaba a incrementar la lucha
contra el racismo, la xenofobia y el antisemitismo, tendiendo puentes con su
pasado para recordar a los jóvenes la significación de su lucha antifascista e
integrar su memoria en los parámetros del presente.
Hoy, cuando el ciclo vital de los deportados republicanos se está completando,
compete legitimar su memoria y trascenderla, sin idealismos ni sentimentalismos,
con la convicción que la memoria de la deportación es un legado del conjunto
de la humanidad. Actos conmemorativos, actitudes solidarias hacia las víctimas,
pero ante todo convencimiento de que su trayectoria ha de ser abordada políticamente,
en la medida que su pasado forma parte de la historia de Europa y de España. No
cabe más dura contradicción que la de reconocerles protagonistas de una lucha
en el pasado e instalarlos en el mero terreno de la conmemoración. En
Mauthausen y en los otros campos, el olvido al que los nazis les habían
condenado era uno de sus mayores tormentos; allí penaron en sus años jóvenes
y quizás solamente encontraron en el futuro soñado las razones que aquel
presente les negaba. En este 60º aniversario, el homenaje a los millones de
mujeres, niños y hombres asesinados y víctimas del régimen de terror del
nacionalsocialismo ha de ocupar el primer plano, evitando, sin embargo,
cualquier atisbo de sacralización que desvincule su tragedia de los
acontecimientos que forman parte de nuestra historia, la de la Europa del siglo
XX, una historia de muerte, pero también de resistencia al olvido.
El daño infligido fue atroz. La larga duración de la dictadura negó a las víctimas
su propia dignidad, con la afrenta de ignorar incluso el hecho de su existencia
y, por otra parte, las concesiones que impregnaron la transición hacia la
democracia determinaron que la asunción de las responsabilidades por los
acontecimientos del pasado no formase parte de nuestra historia. La clarificación
de la culpabilidad es condición indispensable para reparar el daño; lo exige
el respeto hacia las víctimas y su restitución moral, a fin de evitar la
degradación de la cultura política. Si admitimos que los individuos han de
rendir cuentas de sus actuaciones públicas, las instituciones y los Gobiernos
también deben hacerlo con sus acciones, sobre todo cuando durante largos años
se ha enmascarado la verdad y se han llevado a cabo estrategias exculpatorias.
Explicar la verdadera naturaleza política del régimen franquista, dar a
conocer su núcleo doctrinal y el alcance de sus mecanismos represivos todavía
es una tarea pendiente, igual que también lo es el repudio público de los que
fueron responsables. Y la responsabilidad de la deportación de mujeres, niños
y hombres, nacidos y formados en todos los rincones de la geografía española,
a los campos nazis descansa sobre tres pilares: la Gestapo, el régimen de Vichy
y los Gobiernos de España durante los años de la II Guerra Mundial. Su
internamiento en Mauthausen, Ravensbrück, Flossenburg, Dachau, Buchenwald... no
fue fruto del azar, sino provocado por la ecuación enemigos de Franco-enemigos
de Hitler, atributos que por sí mismos merecen el reconocimiento histórico de
haber sido los primeros combatientes contra el fascismo en Europa.
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Rosa Toran es historiadora, miembro de la asociación Amical de Mauthausen.