50° Aniversario de la
muerte del último Presidente del Gobierno de la República (París, 12-11-1956)
Negrín,
el político que quiso ganar tiempo
Andreu Mayayo Historiador
El Periódico 13
de Noviembre de 2006
Durante
muchos años la figura de Juan Negrín ha sido injustamente
olvidada, cuando no denostada por una historiografía preñada en la
guerra fría. Para sus detractores, el político canario fue el hombre de
Moscú en España durante la guerra civil, una marioneta en manos del PCE,
el responsable de la división interna del PSOE y de alargar sin necesidad
el sufrimiento del pueblo español. Desde un punto de vista personal, se
le acusó de dar una imagen de bon vivant, famoso por su buen saque
y su reputación de mujeriego, que contrastaba con la miseria de una
población alimentada a base de lentejas, conocidas popularmente como
píldoras del doctor Negrín.
Desde hace años, la historiografía más académica y rigurosa nos ha dibujado,
con sus luces y sus sombras, el retrato de uno de los estadistas españoles más
importantes del siglo pasado, comparable, en opinión del prestigioso hispanista
Edward Malefakis, a Winston Churchill. Su fascinación por la
socialdemocracia alemana y su apuesta europea y modernizadora le condujo a
militar en el PSOE, identificándose con las posiciones centristas de Indalecio
Prieto. Negrín era un político más pragmático que doctrinal, abierto a
colaborar con la burguesía republicana ilustrada y a utilizar, más que la
insurrección social, los resortes del Estado para transformar la sociedad.
Negrín fue elegido diputado en las constituyentes de 1931 y reelegido en
las convocatorias de 1933 y 1936, desarrollando su actividad en las comisiones
de Estado, Hacienda y Presupuestos. Tras el estallido de la guerra civil, en
septiembre de 1936, Largo Caballero, que fue el primero en abrir las
puertas del Gobierno a los comunistas, lo nombró ministro de Hacienda. Fue el
dirigente ugetista quien pidió la ayuda militar soviética, ante el vergonzoso
abandono de la República por parte de Gran Bretaña y Francia, y Negrín,
el encargado de efectuar los pagos correspondientes con el oro del Banco de España.
Ante el deterioro de la situación, en mayo de 1937, Manuel Azaña encargó
al gran seductor y valeroso ministro la formación de un nuevo Gobierno.
La política de resistencia a ultranza impulsada por Negrín tenía como
objetivo propiciar la intervención diplomática de las potencias democráticas
para detener la guerra. Si hubo una política convergente entre los comunistas y
Negrín, no convierte a éste en su instrumento. De la misma manera, que
la actitud decidida y enérgica de Negrín fue la que impidió la absorción
del PSOE por parte del PCE, a la que conducía, sin quererlo, la política de
unidad de acción pregonada por Largo Caballero e Indalecio Prieto.
Una vez perdida la guerra, Negrín justificó su política ante la
Diputación Permanente de las Cortes, reunida en París en marzo de 1939: "¿Resistir
para qué? ¿Para entrar triunfalmente en Burgos? Nunca hemos hablado ni pensado
en ello, señores: proclamar una política de resistencia implica confesar que
no se cuenta con medios para aplastar al enemigo, pero que causas superiores
obligan a luchar hasta lo último, y para ello es necesario estimular y alentar
el ánimo bélico de los combatientes".
LA POLÍTICA
DE Negrín se basaba en una esperanza y no en una ilusión, como demostró
la ingenuidad de los casadistas, que participaron en el golpe de Estado
contra Negrín convencidos de la posibilidad, en palabras del cenetista Cipriano
Mera, de una "paz honrosa, basada en los postulados de justicia e
igualdad". Un mes antes, Franco había promulgado la ley de
responsabilidades políticas.
Negrín se exilió a Londres y denunció públicamente el pacto
germano-soviético (1939). De nada sirvió la dimisión de Negrín y la
marginación de los comunistas, impulsada por Prieto, para restaurar la
democracia en España tras la derrota del nazi-fascismo. Negrín fue
expulsado del PSOE y permaneció alejado de la política activa, institucional y
partidaria, aunque de vez cuando daba a conocer sus opiniones. En un gesto que
le honra, se manifestó a favor de extender el plan Marshall a España
para aliviar a la población de las consecuencias de las duras consecuencias de
la autarquía impuesta por la dictadura.
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