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Negrín, el político que quiso ganar tiempo

Andreu Mayayo Historiador

El Periódico 13 de Noviembre de 2006

 

Durante muchos años la figura de Juan Negrín ha sido injustamente olvidada, cuando no denostada por una historiografía preñada en la guerra fría. Para sus detractores, el político canario fue el hombre de Moscú en España durante la guerra civil, una marioneta en manos del PCE, el responsable de la división interna del PSOE y de alargar sin necesidad el sufrimiento del pueblo español. Desde un punto de vista personal, se le acusó de dar una imagen de bon vivant, famoso por su buen saque y su reputación de mujeriego, que contrastaba con la miseria de una población alimentada a base de lentejas, conocidas popularmente como píldoras del doctor Negrín.


Desde hace años, la historiografía más académica y rigurosa nos ha dibujado, con sus luces y sus sombras, el retrato de uno de los estadistas españoles más importantes del siglo pasado, comparable, en opinión del prestigioso hispanista Edward Malefakis, a Winston Churchill. Su fascinación por la socialdemocracia alemana y su apuesta europea y modernizadora le condujo a militar en el PSOE, identificándose con las posiciones centristas de Indalecio Prieto. Negrín era un político más pragmático que doctrinal, abierto a colaborar con la burguesía republicana ilustrada y a utilizar, más que la insurrección social, los resortes del Estado para transformar la sociedad. 


Negrín fue elegido diputado en las constituyentes de 1931 y reelegido en las convocatorias de 1933 y 1936, desarrollando su actividad en las comisiones de Estado, Hacienda y Presupuestos. Tras el estallido de la guerra civil, en septiembre de 1936, Largo Caballero, que fue el primero en abrir las puertas del Gobierno a los comunistas, lo nombró ministro de Hacienda. Fue el dirigente ugetista quien pidió la ayuda militar soviética, ante el vergonzoso abandono de la República por parte de Gran Bretaña y Francia, y Negrín, el encargado de efectuar los pagos correspondientes con el oro del Banco de España. Ante el deterioro de la situación, en mayo de 1937, Manuel Azaña encargó al gran seductor y valeroso ministro la formación de un nuevo Gobierno.


La política de resistencia a ultranza impulsada por Negrín tenía como objetivo propiciar la intervención diplomática de las potencias democráticas para detener la guerra. Si hubo una política convergente entre los comunistas y Negrín, no convierte a éste en su instrumento. De la misma manera, que la actitud decidida y enérgica de Negrín fue la que impidió la absorción del PSOE por parte del PCE, a la que conducía, sin quererlo, la política de unidad de acción pregonada por Largo Caballero e Indalecio Prieto. Una vez perdida la guerra, Negrín justificó su política ante la Diputación Permanente de las Cortes, reunida en París en marzo de 1939: "¿Resistir para qué? ¿Para entrar triunfalmente en Burgos? Nunca hemos hablado ni pensado en ello, señores: proclamar una política de resistencia implica confesar que no se cuenta con medios para aplastar al enemigo, pero que causas superiores obligan a luchar hasta lo último, y para ello es necesario estimular y alentar el ánimo bélico de los combatientes".

LA POLÍTICA


DE Negrín se basaba en una esperanza y no en una ilusión, como demostró la ingenuidad de los casadistas, que participaron en el golpe de Estado contra Negrín convencidos de la posibilidad, en palabras del cenetista Cipriano Mera, de una "paz honrosa, basada en los postulados de justicia e igualdad". Un mes antes, Franco había promulgado la ley de responsabilidades políticas.


Negrín se exilió a Londres y denunció públicamente el pacto germano-soviético (1939). De nada sirvió la dimisión de Negrín y la marginación de los comunistas, impulsada por Prieto, para restaurar la democracia en España tras la derrota del nazi-fascismo. Negrín fue expulsado del PSOE y permaneció alejado de la política activa, institucional y partidaria, aunque de vez cuando daba a conocer sus opiniones. En un gesto que le honra, se manifestó a favor de extender el plan Marshall a España para aliviar a la población de las consecuencias de las duras consecuencias de la autarquía impuesta por la dictadura.

 

 

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