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Negrín. Científico y maestro de una generación

Sergio Millares
Historiador y miembro de la Fundación Juan Negrín

El Periódico 13 de Noviembre de 2006

En 1941, desde su exilio en Londres, Juan Negrín hizo una reflexión muy lúcida sobre la política y la ciencia, reflejando, de alguna manera, las contradicciones de su extraordinaria y azarosa vida, que se movió entre una sobresaliente actividad científica y docente y una no menor labor en el terreno político durante los convulsos y terribles años 30 en España, especialmente durante la guerra civil. Esta reflexión, titulada Ciencia y hombre de Estado, planteaba la difícil imbricación entre una actividad y otra. Mientras que al político --decía-- le animaba su propio impulso y la fuerza de sus convicciones, el científico, en cambio, se movía en el terreno de la cautela y la moderación, utilizando la duda como un instrumento imprescindible para avanzar en su quehacer. Al mostrar estos dos caminos, Juan Negrín no hacía otra cosa que reflejar lo que había sido su vida, una incesante búsqueda de una síntesis entre ambos.

Negrín, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1892, finalizó brillantemente sus estudios de bachillerato en las islas a los 14 años, desde donde se trasladó a Alemania, primero a Kiel y, luego, a Leipzig, para realizar la mayor parte de la carrera de Medicina y se adscribió al mundialmente conocido Instituto de Fisiología Carl Ludwig. En 1912, con solo 20 años, consiguió doctorarse, desarrollando la vertiente de la investigación y publicando trabajos y estudios, junto a su maestro Theodor von Brücke, sobre la fisiología del sistema nervioso involuntario, cosa que desde entonces le valió ser conocido en los ambientes científicos especializados de Europa. Junto a la labor investigadora, está la labor docente que ejerció, primero como asistente en la preparación de las clases prácticas de Fisiología para los alumnos de la universidad alemana, y luego como asistente numerario.

Sin embargo, el estallido de la guerra en Europa, en el verano de 1914, hizo cambiar completamente su vida, aunque permaneció en Alemania hasta el otoño de 1915. En 1916, a pesar de que intentó infructuosamente irse a EEUU a continuar sus investigaciones, recibió una oferta de la Junta de Ampliación de Estudios, dirigida por Santiago Ramón y Cajal, para hacerse cargo de un nuevo laboratorio de fisiología que habría de instalarse en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Negrín aceptó y trasladó su residencia a la capital de España.

ENTRE 1916 Y 1922,en apenas seis años, Negrín alcanzó las más altas metas que se podían conseguir en el mundo académico español, y eso que tuvo que convalidar su licenciatura (1919), obtener el grado de doctor (1920) y, finalmente, la cátedra de Fisiología por la Universidad Central de Madrid (1922). Pero es indudable que uno de los principales méritos del personaje fue haber contribuido a crear toda una pléyade de investigadores que conformaron la moderna escuela de fisiología española, junto con la afamada escuela catalana de August Pi i Sunyer. Gracias a sus enseñanzas en el Laboratorio de Fisiología de la Residencia de Estudiantes, adquirieron una extraordinaria base los mejores de sus alumnos, entre los que se cuentan Severo Ochoa, premio Nobel de Medicina en 1959, Francisco Grande Covián, José Domingo Hernández Guerra, José María García-Valdecasas, José Puche y Rafael Méndez, entre otros muchos.

Sin embargo, a mediados de los años 20, se aprecia un abandono progresivo de sus investigaciones, aunque no de la docencia. Probablemente, en Negrín ya comienza a atisbarse su otro yo dormido de la política, que se había forjado en su juventud con el republicanismo federal en Canarias. Y si a esto le unimos el masivo fenómeno de la incorporación de la mayor parte de la intelectualidad española al campo de la oposición a la dictadura de Primo de Rivera, pues tenemos los ingredientes necesarios para que Negrín solicite en 1929 su ingreso en el Partido Socialista Obrero Español.
Este camino de la ciencia a la política le hizo recorrer múltiples avatares y llegar hasta las más altas cotas de la gobernación del Estado, probablemente con la intención de poner a la ciencia al servicio de la transformación de la sociedad, y a la política, al servicio del progreso de la humanidad.


 

 

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