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Horacio F. Inguanzo o la política como lugar privilegiado de la ética

Manuel G. Fonseca

La Nueva España 21 de febrero de 2006

Esto aprendí, por ósmosis, sin discursos, de Horacio: desde la izquierda no es entendible la política si no es expresión, resultado de una profunda vivencia de la ética. La política si no es ética no es política, sino opresión, dominio o simplemente politiquería. Horacio vivía este binomio inseparable de la ética y la política con la misma naturalidad que respiraba.

Tuve la suerte de conocer y  tener una relación personal estrecha con Horacio. Tuve, además, el honor de sucederle en su puesto en el Congreso de los Diputados. Ello motivó que Horacio me atendiera como a un discípulo y realmente lo he sido: él fue para mí un modelo de militante político y un modelo personal. Lo reconozco en Nelson Mandela, y en ese tipo de personas extraordinarias que forjaron su vida en la lucha social y en la persecución por ser justos.

Algunos hechos que voy a contar explicitan mejor que ningún discurso o escrito teórico el planteamiento político y vital de Horacio. Se los fui entresacando durante los muchos viajes que hicimos juntos recorriendo la realidad social de Asturias. No era fácil hacerle hablar de sí mismo. Tengo incluso dudas de que no se enfadaría conmigo por publicarlo.

Conocí a Horacio, al Paisano, cuando salió la última vez de la cárcel, todavía convaleciente de dolencias producidas por malos tratos y por veintidós años de prisión. Se dice pronto: ¡veintidós años de vida en la cárcel por luchar pacíficamente por la democracia, la justicia y la igualdad...! Y eso después de librarse del fusilamiento por una de esas casualidades increíbles. El día que estaba en la lista para ser fusilado no respondió al dictado de su nombre porque estaba mal escrito su segundo apellido y dijo que el no era Iguanzo. Le dejaron para la semana siguiente para verificar los datos, y en el intermedio cambiaron su condena a muerte por cadena perpetua.

Pues bien, al salir de la cárcel y visitar su pueblo le quisieron decir quiénes habían matado a sus   padres. Él les cortó diciendo: "No me lo digáis. A mi familia la mató la guerra». Así asumió Horacio la política del PCE de Reconciliación Nacional
Me confesó, no obstante, que asumir esa política le había supuesto mucho esfuerzo. No por él, como se ve en el hecho anterior, sino por lealtad hacia camaradas fusilados. «En la cárcel pasé muchas noches acompañando a los que iban a fusilar al día siguiente. Un camarada de Langreo que se había refugiado en el monte se entregó a la Guardia Civil para parar las palizas que todos los días daban a su mujer y a su hija. Y lo condenaron a muerte. La víspera de su fusilamiento me dijo: «Horacio, tú sabes quién soy y cómo viví. Quien me mata a mí no tiene derecho a morir de otra manera».
Superar el instinto de venganza, incluso el laudable afán de justicia por una salida política hacia el bien común de la democracia, es de una talla ética y política extraordinaria. Sólo en gente de la izquierda encontré ejemplares humanos de esa envergadura. No fue esta la razón menor por la que ingresé en el PCE.

Políticos de este nivel son necesarios hoy para afrontar con inteligencia pero sobre todo con fortaleza moral situaciones como la del País Vasco, y para crear un clima ciudadano de paz y reconciliación.

Parece que la derecha española, cada vez menos lejos de aquel pasado terrible, no tiene esta capacidad de transmitir tolerancia, paz y reconciliación, hasta ahora patrimonio de la izquierda. Por el contrario, fomenta desgraciadamente para todos la crispación y rencor en una España que está afortunadamente lejos de aquella situación de pobreza e injusticia que desembocó en una guerra civil.

La práctica política de Horacio no sólo estuvo absolutamente dedicada a la lucha por las libertades y la democracia en España, sino que trabajó de una manera decidida por una renovación del comunismo. «La verdad no puede ser dogmática». No tuvo miedo en asumir el abandono de doctrinas como la doctrina de la dictadura del proletariado, y dejar de lado todo vestigio de estalinismo.

Ello hizo del Partido Comunista un modelo de democracia interna. En ningún otro partido se permitió la asistencia de la prensa a las reuniones y congresos del partido, pudiendo estar presentes en todos los debates. En las listas y en los órganos del PCE se dio cabida a personas progresistas sin vinculación al partido. Yo mismo fui invitado a participar en las reuniones del comité regional del PCA sin pertenecer entonces al partido. Fue la época del llamado «eurocomunismo», que formó un sinnúmero de cuadros políticos y sindicales de un enorme prestigio, y que en Europa conoció líderes políticos de la talla de Maurice Taurez o de Enrico Berlinguer y de teóricos como Gramsci o Luckas.

Este espíritu y esta apuesta personal por la renovación Horacio la llevó también al ámbito personal. Tuvo absolutamente clara la no instalación en cargos, y él personalmente, sin dejar de prestar todo su apoyo a sus sucesores, fue dejando todos los cargos del partido y de las instituciones.
«Manolo -me dijo en una ocasión-, mi mayor felicidad será el volver a ser un militante de base y vivir anónimo en un barrio obrero».

Hacer memoria de personas como Horacio no es sólo revivir el pasado, sino respirar hondo para el futuro.

 

 

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