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Durruti era leonesista

 

Diario de León  (7-12-03)

RICARDO MAGAZ  


ESPERO no escandalizar a los ortodoxos en la materia. No se trata de ninguna ironía ni juego capcioso de palabras. Buenaventura Durruti, el carismático líder anarquista y por tanto internacionalista era, sin duda alguna, leonesista. Hace unas semanas lo afirmé con la misma determinación en una rueda de prensa que dimos la Asociación de Amigos de Durruti, tutelada por Manuel, su sobrino, para pedir al Ayuntamiento leonés mayor celeridad en los trámites oficiales con el fin de erigir un monolito de reconocimiento, ya financiado por cuestación, en la plaza de Santa Ana, donde nació el 14 de julio de 1896.

Puede juzgarse una extravagancia que el héroe popular del movimiento libertario y cabeza visible de la Columna Durruti sea reivindicado ahora, 36 años después de su muerte el 20 de noviembre, para las filas del leonesismo, no político, por supuesto. Nunca me permitiría una licencia de ese tipo, ni siquiera poética, con uno de mis personajes universales preferidos al que León tanto le debe y, dicho sea de paso, no acaba de pagarle para sonrojo de los anales.

Mi amistad con Manuel Durruti, uno de los principales pilares de la memoria de Buenaventura, viene de hace tiempo. Lo conocí cuando fundamos Ediciones del Lobo Sapiens con otros escritores. Acababa de regresar de Alemania donde trabajó como biólogo. Se integró rápidamente en el día a día del Viejo Reino y al poco presentó candidatura a las elecciones municipales. Durante estos años hemos intercambiado obras y mantenido muchas horas de conversación sobre la impresionante trayectoria del miliciano ácrata y revolucionario al que he dedicado bastantes lectura y estudio. En varias de mis novelas están incluidos algunos de sus lances. Manuel sostiene la teoría fundada en largas investigaciones de que Buenaventura no murió de un disparo accidental cuando comandaba su columna de 3.500 hombres en el frente de la ciudad universitaria de Madrid, como aseguran las crónicas, sino que fue asesinado allí mismo por un traidor quintacolumnista que se había granjeado la confianza del líder. Sus conclusiones serán publicadas el año que viene en un impactante libro del sello lobezno. Pero lo que realmente me emocionó de las extensas charlas con él, fue la revelación de que su tío siempre hizo gala de la condición de leonés idealista y agitador por los cinco continentes donde demandó justicia, a pesar de los reveses e insuficiencias padecidas por el joven Buenaventura en la primera etapa de su vida en la plazuela de Santa Ana. Talante evidenciador de que se puede ser de León hasta la médula, es decir, leonesista, incluso con el horizonte saturado de inquietud.

León fue para Buenaventura Durruti una madrastra despiadada; le ignoró y le arrojó al destierro antropófago, como a tantos de sus vástagos de aquella época y de ahora también, sin ir más lejos. El obrero y guerrillero teorizante sentó sus reales en la Cataluña generosa donde casi un cuarto de millón de personas le enterraron en otoño de 1936 en las mayores exequias conocidas en España. Medio siglo después poco hemos cambiado. Seguimos siendo legión los que circulamos con el intermitente puesto por la diáspora en busca de oportunidades que la tierra nos niega. Existe, sin embargo, una especie de «síndrome de Estocolmo» que te empuja a volver con romanticismo la mirada a esa asamblea de moradas que es el terruño. Durruti lo hizo en innumerables ocasiones y así quedó escrito para la posteridad. Abel Paz, su biógrafo, y los analistas Hans M. Enzensberger, Rai Ferrer y César Vidal lo recogen con claridad en sus respectivos volúmenes. Desde el internacionalismo y más allá de las siempre odiosas fronteras, el miliciano universalista tornaba a menudo la vista hacia la cuna familiar y sus orígenes cazurros. Ciertamente se puede expulsar al hombre de su tierra, pero no se puede arrancar la tierra de la retina del hombre. Y no me refiero al «patrioterismo» de todo a cien del que Buenaventura aborrecería como luchador libertario.

Hoy te puedes tropezar en cualquier ciudad española o extranjera a paisanos con esa misma traza. Madrid, por ejemplo, está repleto de leonesistas apolíticos y de otros alineados en las filas de la progresía, el conservadurismo, el sindicalismo y, por supuesto, en el nutrido leonesismo militante. Hablar de leonesismo desde fuera de León es cosa distinta a hacerlo desde su matriz, antes y ahora. Incluso en el momento de la brega y el compromiso con las siglas. El éxodo descontamina de las tensiones e inquinas locales. Estamos hablando en consecuencia de un leonesismo henchido de sentimentalismo, menos endogámico y constreñido. Ese es, posiblemente, el leonesismo que rondó Buenaventura Durruti por el mundo y del que nos hablan sus seres queridos y los estudiosos del miliciano que el pueblo español elevó a la figura de héroe popular. Para quien recorrió el planeta batallando por la equidad y logró que el anarquismo dejara de ser utópico, la «nación» sólo podía ser la infancia.

El que ejerce de leonés con pasión es, sin duda, leonesista en el sentido más noble y juicioso del término, al igual que quien ama al Real Madrid es madridista, independientemente de la extracción social o el credo que cultive. El Viejo Reino, sin embargo, sostiene una gran deuda con Durruti. Los leoneses tenemos que proporcionarle el lugar que se merece en nuestra historia. El proyecto diseñado por el artista plástico Diego Segura, e impulsado por la Asociación de Amigos de Durruti e importantes organizaciones anarquistas, para colocar el monolito ad memoriam en el barrio donde nació, es lo mínimo que se puede hacer. Desde el leonesismo madrileño venimos apoyando hace años esta magnífica idea, incluso con aportaciones económicas y gestiones. ¡Que Buenaventura Durruti era un ácrata internacionalista que se vio envuelto como revolucionario en hechos impetuosos? Sí, en efecto, sus razones tendría. Pero lo que debe prevalecer y es trascendental, amigos míos, es que era nuestro revolucionario ácrata internacionalista e impetuoso. Ab imo pectore.

 

 

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