Brigadas Internacionales: El nombre de la libertad (I)

Higinio Polo
Febrero 2004

 

«Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras...»
-Miguel Hernández, A los miembros de las Brigadas Internacionales-

«Venís desde muy lejos… Mas esta lejanía ¿qué es para vuestra sangre, que canta sin fronteras?»
-Rafael Alberti, A las Brigadas Internacionales-.

Unas imágenes recuperadas, rastreadas con paciencia por Michel Lefebvre y Rémi Skoutelsky en Moscú y Nueva York, en Budapest, en Ámsterdam, París, Salamanca y Madrid, son el testimonio gráfico de las Brigadas Internacionales en una exposición que recorre España. En ella, decenas de fotografías, muchas de ellas inéditas, recuerdan la excepcional y generosa solidaridad que miles de voluntarios de todo el mundo, los voluntarios de la libertad, mostraron con la España republicana durante los años de la guerra civil. Una solidaridad que se plasmó en lo que puede ser considerado la más hermosa y noble iniciativa internacionalista del siglo XX.

La rebelión militar fascista iniciada en julio de 1936 había puesto al pueblo español ante una difícil encrucijada, una guerra cuyas consecuencias trascendían las fronteras del país hasta mostrarse como la evidencia de que España se había convertido en la primera trinchera contra el ascenso del fascismo en el mundo. El impulso revolucionario, que crece en el verano de 1936, es la respuesta popular espontánea al levantamiento militar fascista, y los anarquistas, el PCE, el PSOE y los partidos republicanos articulan la resistencia, aunque los comunistas se convierten rápidamente en los principales defensores de la República democrática, hija de la victoria del Frente Popular. En septiembre de 1936, la Internacional Comunista propone organizar la ayuda a la España republicana a través del envío de grupos de voluntarios dispuestos a combatir al fascismo: las Brigadas Internacionales. Los voluntarios llegan a España para luchar por la libertad, para combatir al fascismo, y, también, para impulsar las ideas revolucionarias que estaban en la raíz de sus convicciones y de su militancia.

A esa España convulsa, con sus fuerzas obreras enfrentadas, habían llegado los hombres de las Brigadas Internacionales, para defender la libertad y una digna república que no tenía demasiados amigos en el mundo. La política de apaciguamiento, simbolizada por Chamberlain y Daladier, impulsada por Gran Bretaña y seguida por Francia, traería como consecuencia, primero, la creación del comité de no intervención o comité de Londres y, en la práctica, la aceptación de la intervención de Berlín y Roma en la guerra española, y, después, la incorporación de Austria a Alemania, la invasión de Checoslovaquia y, finalmente, el estallido de la guerra mundial. Esa política, sin embargo, no era algo imputable en exclusiva a los gobiernos de Londres y París: recuérdese que también los Estados Unidos mostraron una cierta comprensión por la política impulsada por Hitler, al menos en sus inicios. Limitada la joven URSS por su aislamiento y su lejanía, la ayuda más efectiva que recibirá la república española llegará con las Brigadas Internacionales.

Las distintas fuentes sitúan el número de voluntarios internacionalistas en alrededor de cuarenta mil hombres. También mujeres -¡cómo olvidar a Lise London, cuyas palabras siguen llegándonos!-. Voluntarios de unos cincuenta países llegan a España. Integraron siempre las fuerzas de choque, las que se enfrentaban más duramente al ejército fascista. Llegaron internacionalistas de todos los países europeos, y hasta chinos y japoneses de Oriente. Jack Shirai, por ejemplo, un comunista japonés que luchó con sus compañeros de la Brigada Lincoln, y que en la batalla de Brunete, en junio de 1937, encontró la muerte: una bala le atravesó la cabeza. Lo mismo hizo el chino Chang Akin, dirigente comunista de Shangai, que también se trasladó a lo que para él era un lejano país para luchar contra el fascismo. Podrían multiplicarse los ejemplos. Un alto número de internacionalistas murió en España. Muchos, ni tan siquiera encontraron sepultura.

La participación de los internacionalistas en la defensa de Madrid -acompañados con las palabras de la Pasionaria ("¡No pasarán!"), los versos de Rafael Alberti y las canciones populares ("Madrid, ¡qué bien resistes!"), que habían hecho estremecer al mundo-, fue decisiva. Como si la historia trazase signos secretos en el aire, su entrada en combate se produjo el 7 de noviembre de 1936, el aniversario de la revolución bolchevique. También sería decisiva su aportación en otras muchas batallas de la guerra.

Entre ellos había anarquistas, socialistas, antifascistas, aunque el destacamento más importante lo formaron los comunistas. Muchos eran obreros, estudiantes, empleados. Muy pocos tenían experiencia militar. Algunos eran también escritores, como Jef Last, Gustav Regler, Ludwig Renn, Ralph Fox, George Orwell, John Cornford, Theodor Balk, Máté Zalka (el célebre general Luckas). La gran mayoría ignoraba las lenguas que se hablaban en España. No importaba. Uno de ellos, el escritor alemán Theodor Balk, escribió: "En las Brigadas Internacionales hablamos idiomas muy diferentes -unos veinte-, pero en realidad sólo hablamos una lengua: la de la humanidad combatiente, la lengua de Barbusse." Los hombres de las Brigadas Internacionales están definidos en las palabras de Manfred Stern, el general Kléber de la XI Brigada, pronunciadas en los días de la defensa de Madrid, en noviembre de 1936, cuando, a la cabeza de sus camaradas, se lanzó contra las líneas fascistas gritando: "Por la revolución y la libertad, ¡adelante!".

* * *

Algunos historiadores han insistido en presentar a las Brigadas Internacionales como un instrumento de Stalin, y a la URSS empeñada en dictar la política al gobierno republicano español, algo que no se corresponde con la evidencia de la investigación histórica, hasta el extremo de que, como sabemos, la diplomacia soviética recomienda a su embajador en España, en los inicios de la guerra, que no se inmiscuya en los asuntos del gobierno. Tampoco resiste la prueba de los hechos la vieja tesis que postulaba la idea de que las Brigadas Internacionales eran una herramienta comunista más para acabar con la revolución española. Tanto la actuación de la Internacional Comunista, a través de las decisiones de su Secretariado, como la propia política exterior soviética insisten siempre al PCE para que amplíe las alianzas que hagan posible la defensa de una república democrática y, en ningún momento, trabajan por establecer una república comunista, de manera que la generosidad de los voluntarios de las Brigadas Internacionales se vuelca en la lucha contra el fascismo y por la libertad. Es cierto que los rasgos de sectarismo están presentes en las distintas fuerzas políticas que sostienen a la República, y que la obsesión del comunismo español por el POUM -en paralelo a los procesos de Moscú organizados por el stalinismo- es evidente, pero es, sin duda, excesivo achacar a las Brigadas Internacionales una actuación partidista, por mucho que la mayoría de sus integrantes fuera militantes comunistas.

 

También la retirada de los internacionalistas de la guerra, a finales de 1938, ha sido motivo recurrente en la tentación conspirativa de la historia. Frente a la leyenda sobre la retirada de las Brigadas Internacionales, que pretende ver la mano soviética abandonando a la República, los hechos son elocuentes, y merece la pena detenerse en ellos. A primeros de julio de 1938, en la que será la última reunión del comité de no-intervención, lord Halifax, ministro del Foreign Office, presenta una propuesta de retirada de voluntarios de ambos bandos, que es aprobada, pese a que no podía hablarse, en rigor, de voluntarios de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Tanto el gabinete Negrín como la Unión Soviética se muestran reticentes al plan británico, aunque será el gobierno de Barcelona -como un calculado gesto de Negrín en su cautelosa política internacional- quien finalmente acepte la propuesta, aún mostrando su desconfianza hacia la sinceridad de Berlín y Roma. Así, el embajador Pablo de Azcárate comunica al gobierno de Londres la aceptación del plan de retirada de voluntarios y, después, ante las demoras por parte de Franco para que los facciosos lleven a cabo el plan, el gobierno republicano decide una retirada unilateral de las Brigadas Internacionales, presionando de esa forma a Hitler y Mussolini en los foros europeos. En septiembre de 1938, la dirección de las Brigadas Internacionales es informada por el gobierno republicano de que Negrín presentará ante la Sociedad de Naciones la retirada unilateral de los voluntarios.

Mientras tanto, la tensión en Europa central aumentaba: el 12 de septiembre, Hitler pronuncia un violento discurso en Nüremberg planteando las exigencias alemanas sobre los territorios de los sudetes checoslovacos. Suiza y Bélgica ponen sus tropas en estado de alarma y en París corren rumores en las embajadas sobre la movilización de nuevas quintas francesas. El propio embajador italiano en Londres, Grandi, envía un mensaje a Roma trasladando la petición de Chamberlain para que Mussolini intente moderar las posturas de Berlín, algo que el dictador italiano está lejos de pensar en llevar a cabo, aunque considera también grave el discurso de Núremberg. Ante la gravedad de la situación internacional, dos días después, el 14 de septiembre, Chamberlain pide a Hitler una entrevista para discutir el asunto de los territorios sudetes, entrevista que se realiza el 15 de septiembre en Berchstesgaden.

En ese clima, el gobierno republicano en Barcelona, que teme una solución a la guerra española impuesta por las potencias europeas, intenta jugar sus cartas diplomáticas. Negrín se dirige, el 21 de septiembre, a la Asamblea de la Sociedad de Naciones para salir al paso de las especulaciones de los medios diplomáticos presentes en Ginebra, según los cuales, la república desea el estallido de la guerra general como forma de solucionar la guerra española. Negrín interviene también para hacer un anuncio público, que causa gran sorpresa. El presidente del Consejo de ministros afirma en su intervención que "el gobierno español, en su deseo de contribuir no solamente con palabras sino también con actos, al apaciguamiento y a la detente (…) acaba de decidir la retirada inmediata y completa de todos los combatientes no españoles que toman parte en la lucha en España en las filas gubernamentales".

(*) Publicado originalmente en El Viejo Topo, de España.

  Página de inicio