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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 

 

Aquí nunca pasó nada (La Rioja, 1936)
 
UCR  17 de Enero de 1009

Recuerdo mi primera visita a la Barranca a mediados de los 70 del pasado siglo. Se dibujaban las fosas debajo de las flores. La policía social o la guardia civil debían andar por los alrededores, pero ya no intimidaban ni se les veía. En todo caso, yo sólo veía a aquellas mujeres vestidas de negro que sonreían y agradecían la compañía y la solidaridad de aquellos jóvenes despistados. Un hombre nos contó cómo su hermano le dio todo lo que tenía en los bolsillos cuando se lo llevaban.

«Ahora está aquí». 400 personas estaban allí, apretadas y abrazadas bajo tierra. Entonces no imaginaba que acabaría contando muchas de sus historias. Buceando en la memoria y en el corazón de tantas personas...

Existían algunos libros sobre la represión en La Rioja, pero fui dándome cuenta de que aquello se podía trabajar y presentar de otra manera. Que se podía contextualizar, relacionar los pueblos, las personas, las situaciones. Que debíamos conocer a aquellas gentes, a sus familias, a los que sufrieron otras represalias... Entender y sumergirnos en la sociedad en la que vivieron y por la que muchos murieron. Así que de los 400 muertos en la Barranca pasé a los 2.000 asesinados en toda La Rioja (sin frente, sin trincheras, sin juicio, sin remisión). Dos mil riojanos a los que les quitaron la vida pero no pudieron robarles la dignidad, aunque los dejaran tirados en cualquier cuneta

Editorial Santos Ochoa

En este viaje de cinco años he encontrado, además de material para el libro, amor, dolor, amistad, dignidad, compañía, rabia a veces, esperanza. Ha sido el trabajo más difícil que he debido enfrentar en mi vida, el más duro, pero también el más gratificante. Son bastante más de 600 las familias que me han transmitido el tesoro de sus recuerdos, me han dejado sus memorias, me han asegurado datos, me han dado un nombre o me han enviado una foto. Este libro que hoy se presenta no hubiera sido posible, y no tendría sentido, sin su colaboración.

Hablar, escribir sobre lo que pasó en La Rioja no significa desconocer lo ocurrido en cualquier otro punto de España. A ello me refiero en distintos pasajes del libro. Y convendremos en que se hicieron barbaridades en todas partes, que hubo víctimas en los dos lados. Pero que, al margen de otras reflexiones y «diferencias» que no se rehuyen en el relato, las víctimas no fueron tratadas, ni su memoria ni sus familias, de igual manera. Ni siquiera sus restos. Los «caídos» se encaramaron por las paredes de las iglesias mientras los «tumbaos» seguían tirados en las cunetas...

Me contaba alguien cómo en sus intentos de conseguir algunos documentos de su padre, asesinado tras el Movimiento, oficialmente «desaparecido», discutía con el secretario del pueblo. Llegó un momento en que éste le dijo, no de muy buenos modos,

«pero bueno, su padre fue un caído, o qué»

. Y él contestó.

«No, mi padre fue un tumbao»...

Este libro trata y está dedicado a los 2.000 «tumbaos» en La Rioja, que murieron asesinados como consecuencia de la sublevación militar contra la República en julio de 1936. A sus familias, que perdieron muchas veces lo que tenían, cuando lo tenían, sufrieron los zarpazos del franco-fascismo durante cuarenta años, y el silencio de la sociedad española durante muchos más. Y especialmente a las madres y esposas de las víctimas, las mujeres de negro, vestidas siempre de dolor, de ternura y dignidad...

Este libro es duro, muy duro. Pero que nadie vea nunca, jamás, deseos de venganza o de revancha en quien lo escribe. Y el que lo escribe certifica que tampoco los vio en quien se lo contó. Este libro no quiere reabrir heridas que nunca se cerraron. Quiere contribuir a cerrarlas del todo. Pero sólo la verdad, la búsqueda de la verdad, puede hacer que hablemos todos un mismo idioma, sin rencores ni odios.

«Aquí nunca pasó nada»... Que la gente de La Rioja, especialmente nuestros hijos, y cualquier ciudadano del mundo que lo leyere sepa lo que pasó en el más largo y triste verano, otoño e invierno de nuestra historia, el de 1936. Que lo vea. Que lo sepa. Que se interrogue. Que mire a los ojos de los muertos.

Para que jamás se repita.

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