"Año tras año" de Armando López Salinas
“Es la única que tenemos. Esta casa es como España, sucia y fea. Pero se puede arreglar. Habrá que cambiarlo todo, habrá que hundir la piqueta hasta que salga el rojo de los ladrillos”.
Premio de novela “Antonio Machado” de la editorial Ruedo Ibérico en 1962, Año tras año se nos presenta como un fresco de la posguerra en Madrid, una novela marcada por un estricto valor documental y una técnica objetiva que la aleja de superficialidades y añadidos. A lo largo de estas páginas nos topamos con personajes representativos de la época que van configurando la visión de una época; los obreros y sus condiciones de trabajo, la supervivencia de la gente sencilla, el falangista desengañado, el viejo luchador anarquista… formando así un relato de 15 años de la historia de España a través de un estilo apegado a la “novela colectiva”; en palabras del propio autor “más que de personas determinadas, de personas en situación”. |
"Año tras año" Armando López Salinas |
El autor, Armando López Salinas, es uno de esos personajes en los que se resume gran parte de la historia del siglo XX. Nacido en el Madrid de 1925 y, como él mismo dice en referencia a su padre, ”luchador obrerista” desde joven, fue corresponsal de Radio España Independiente y subdirector del diario del Partido Comunista de España “Mundo Obrero”.
Uno de los textos olvidados de la literatura sobre la posguerra en España, ahora rescatado para el lector de hoy por Editorial Alcayuela, de Grupo Editorial Ambos Mundos – Colegio de España.
--------------------------
Armando López Salinas (Madrid, 1925) es un personaje indispensable para comprender la resistencia política y cultural al franquismo. Tras quedar finalista del Premio Nadal en 1959 con La mina, una de las obras más importantes del realismo social, y ganar el Premio Machado con Año tras año, publicó varios libros de viajes: Por el río abajo (escrita con Alfonso Grosso), Viaje al país gallego (con Javier Alfaya) y el mítico Caminando por las Hurdes (con Antonio Ferres). Dejó de escribir cuando pasó a la clandestinidad como miembro del Partido Comunista, de cuyo comité central formó parte durante casi dos décadas. Ahora, tras un silencio algo más de treinta años, se edita Crónica de un viaje y otros relatos (Adhara, 2007). Hemos repasado con él algunos de sus recuerdos.
El último libro
"Son cuentos escritos en
los años cincuenta y
principios de los
sesenta. Es lo primero
que publico en
muchísimos años. Dejé de
hacerlo cuando pasé a la
clandestinidad, que es
una auténtica rueda de
molino. Te enganchas a
la actividad política y
pasas años y años de
reuniones, propaganda y
relaciones
internacionales. Lo
único que escribía eran
informes internos".
"Estos cuentos se editan
ahora tal y como se
escribieron en su
momento. No los he
revisado. Pensé que era
mejor dejarlos así, y en
ellos se nota de fondo
la presencia de la
censura, porque alguno
fue prohibido. Otros
aparecieron en Sábado
gráfico y otras
revistas. Por ejemplo,
no pasó la censura
‘Aquel abril’, que
relata la detención de
mi padre al día
siguiente de la entrada
de las tropas
franquistas en Madrid. Y
eso que la historia está
bastante dulcificada. En
realidad, por aquel
entonces yo era un
muchacho más politizado
de lo que se muestra en
el cuento. Tenía catorce
años y, a pesar de todas
las dificultades, había
conocido una sensación
de libertad que nunca he
vuelto a sentir".
Familia
"Mi padre era un
dirigente sindical de la
CNT y era amigo de
Durruti. De hecho, tengo
un relato sobre el día
en que lo conocí, poco
antes de que le mataran
en Ciudad Universitaria,
cuando acompañé a mi
padre a un palacete de
la calle Miguel Ángel
donde se había instalado
un cuartel de las
milicias de la CNT. Mi
padre era un gallego que
llegó a Madrid a finales
del siglo XIX procedente
de Lugo. Huyó porque
entonces iban por las
aldeas reclutando
campesinos para el
seminario. Él no quería
ser cura y se vino con
catorce años a la
capital a trabajar.
Dormía sobre unos sacos
en una tienda de
ultramarinos. En 1934
formaba parte de un
comité de huelga y lo
encarcelaron. Sus
compañeros venían a
traerle el salario todas
las noches a casa. De
aquella el socorro rojo
funcionaba muy bien".
"Mi abuelo era el
administrador de unas
tierras cerca de Estella
y, nada más acabar la
guerra, mi madre me
mandó allí porque en
Madrid la situación era
insostenible. Es la
experiencia que cuento
en uno de los relatos de
Crónica de un viaje.
En realidad, mi abuelo
ya había muerto cuando
me mandaron allí, aunque
en mi relato aparece
vivo. Había participado
en el último alzamiento
carlista y aún
conservaba el uniforme
absolutista".
Trabajar y escribir
"De niño leía
básicamente novelas de
escritores anarquistas y
novelas del Oeste,
además del periódico de
la CNT. También recuerdo
haber ido en más de una
ocasión al Ateneo
Libertario a escuchar
los debates. Mi padre,
que era camarero,
siempre nos decía: ‘Hay
que estudiar y estar
preparados porque ellos
tienen el poder para
conocer y decidir las
cosas’. Así que leía
todo lo que caía en mis
manos, sin ningún
método. Me gustaba mucho
Álvaro de Retana, un
escritor anarquista y
homosexual al que
condenaron a muerte y
vivió durante muchos
años de escribir novelas
de kiosco. Era una
persona muy valiente.
También era músico y en
la cárcel hizo un chotis
que se titulaba ‘El
chotis de La Pepa’. ‘La
Pepa’ era la pena de
muerte, así que era un
chotis sobre la pena de
muerte".
"Tuve que dejar de
estudiar en segundo de
bachillerato y ponerme a
trabajar. Primero, con
trece años, con un
pintor de brocha gorda,
llevando un carrito con
pinturas y rascando
paredes. Después, con un
representante de
zapatos, que debía ser
un represaliado. Mi
particular lucha de
clases con él consistía
en que no cogía nunca el
metro ni el autobús y yo
tenía que cargar con la
maleta. Después trabajé
en la representación de
una casa que fabricaba
alternadores, cerca de
Gran Vía".
"Mientras trabajaba,
estudiaba por la noche
en la Escuela de
Ingenieros Industriales.
Sabía algo de
resistencia de
materiales, se me daba
bien el dibujo
industrial y me gustaba
mucho la pintura, de
hecho, soy un pintor
frustrado. Después
empecé a trabajar en el
Laboratorio Central de
Obras Públicas, donde
conocí a Antonio Ferres,
que era perito
industrial, y empecé a
escribir con él unos
pequeños relatos. Fue
entonces, en 1958,
cuando ingresamos en el
Partido Comunista.
Empezamos escuchando la
radio y haciendo
panfletos que firmábamos
como PC y tirábamos,
aunque aún no teníamos
ningún contacto con el
Partido. Seguro que los
comunistas organizados
pensaban que los hacía
la policía".
Política cultural
"Yo quería cambiar el
mundo y hacer la
revolución, y durante un
tiempo escribir formó
parte de la militancia.
En mi primera época en
el Partido, tenía
responsabilidades
directamente
relacionadas con el
mundo cultural y
participé en las
primeras organizaciones
de intelectuales de
izquierda. Entonces se
hacía una revista
llamada Unión de
Intelectuales Libres,
que se reproducía con
una máquina de escribir
y papel de calco y se
enviaba a mucha gente.
En uno de los viajes de
Semprún se organizó un
comité de intelectuales
con gente como López
Pacheco, Celaya, Eloy
Terrón, Fernando Múgica,
García Hortelano, Sastre
y algunos otros.
Teníamos una tertulia en
el café Pelayo e hicimos
unos seminarios sobre
Lukács. También se formó
un grupo con los
pintores de Estampa
Popular, pero el grupo
más numeroso era el de
cine: eran más de cien,
con actores como Paco
Rabal y productores como
Querejeta".
"En ocasiones el régimen
nos permitía ciertas
licencias. Por ejemplo,
cuando las torturas en
Asturias se firmó un
documento que encabezaba
Bergamín. Nos pusieron
una multa de 50.000
pesetas a cada uno,
mucho dinero para
entonces, que nos
negamos a pagar. Nos
apremiaron y decidimos
presentarnos con una
maleta en la Dirección
General de Seguridad, en
la puerta del Sol,
pidiendo que nos
metieran en la cárcel.
Yagüe, el director de
seguridad, no quería que
ingresáramos en prisión
porque sabía que al día
siguiente saldría en
todos los medios
internacionales en un
momento políticamente
complicado para ellos.
Así que, por increíble
que resulte, nos ofreció
pagar a plazos. Y eso
que sabía que se habían
hecho colectas entre
escritores e
intelectuales de todo el
mundo y se habían
recaudado más de cinco
millones de pesetas para
pagar la multa. De
hecho, en aquella
ocasión vino a Madrid
Simone de Beauvoir. Era
una persona
inteligentísima,
estuvimos cenando con
ella y nos echó una
buena bronca por no
haber llevado a nuestras
mujeres. El caso es que
nosotros preferimos que
esos cinco millones se
dedicaran a las familias
de los presos políticos,
lo que cabreó todavía
más al régimen. Eran los
tiempos en que los
escritores practicábamos
lo que se llamó la
insurrección firmada".