Los Pueblos de España necesitan Laicidad
Eduardo Calvo
La
actualidad española
debido a iniciativas
políticas promovidas por el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero referentes a
la enseñanza, al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo, al
divorcio y a la utilización de células embrionarias con fines terapéuticos,
ha venido a constatar que en éste Reino borbónico
persiste fuertemente arraigada la idea de
las dos Españas; la vaticanista dogmática e intolerante y la de la
“otra” España.
La
Iglesia Católica,
siempre firme en su dictatorial postura de no querer reconocer que los
Gobiernos elegidos
por una sociedad civil son los únicos habilitados para promover y hacer
ejecutar las leyes promulgadas por un Parlamento, se ha lanzado para acometer
con toda la violencia y
demagogia
que la caracteriza,
a una campaña de descrédito y amenazas
contra dicho Gobierno.
Esto
demuestra que la Católica Iglesia española, al día de hoy, sigue imponiendo
su poder hegemónico de Partido político extraparlamentario, al permitirse con
toda soberbia
y descaro
hacerse notar públicamente como fuerza política
opositora
a otras formaciones políticas parlamentarias electas.
Los
clérigos de la actual monarquía española,
igual que los de
pretéritos Regímenes políticos de España, no
admiten o no quieren reconocer, que en una sociedad laica (que no es el
caso de la española), todo lo referente a la Fe está garantizado
por el principio de neutralidad de las
instituciones públicas y que estas
la protegen
con todo rigor, hasta
que la Fe
desde su ámbito privado
pretenda elaborar las leyes.
Los
problemas que la Iglesia Católica tiene o vaya a tener con los Partidos dinásticos
españoles, a muchos de los que estamos aquí reunidos, nos preocupan por su
contenido, pero nos tienen al pairo, puesto que consideramos son debidos a la
interpretación de la Constitución de 1978, de la que U.C.R está totalmente
desvinculada y a las consecuencias dimanantes de los
Tratados internacionales que el Reino de España tiene subscritos con el
Estado Vaticano,
en los que son concedidos a dicho Estado extranjero una serie de
privilegios
que éste utiliza unilateralmente de acuerdo con sus intereses.
Sin
embargo, a los laicos militantes sí nos inquieta la postura demagógica y
populista de la Iglesia Católica española
al observar que por estas mínimas, en cuanto a cantidad, pero
importantes decisiones políticas que atañen a una sociedad laica, haya formado
ese extraordinario ruido de tiaras, mitras, capelos, báculos
y sotanas.
Igualmente nos preocupa en gran manera, que políticos en ejercicio
afines al clero, el Papa, los cardenales, los obispos, los curas
y sus hagiógrafos, afirmen sin reparo, comparando
estas iniciativas, como el preludio de lo que aconteció en España en
1936. Con estas declaraciones públicas, esta secta religiosa viene a
demostrarnos que sigue anclada en las profundidades de su tenebrosa caverna.
Nos
inquieta igualmente que
estén apareciendo por varios conductos, panfletos propagandísticos, en
los que se menciona con adjetivos falaces
a Organizaciones
españolas de carácter laico. Acusan a éstas de reduccionistas, de represoras
de la religión, de perseguidoras de la iglesia y de querer recluir
las conciencias religiosas. A un cura, de esos que van vestidos de “colorao”,
le oí decir en televisión con todo empaque y sabedor de que mentía, que el
pensamiento laico era un compendio de prohibiciones.
¿Desde
cuando la laicidad prohíbe algo? La laicidad admite todo siempre que no
perturbe al Orden Público y al buen gusto. La laicidad es la garantía de
neutralidad entre la esfera privada y las Instituciones públicas. La laicidad
no es el texto constitucional de un templo profano.
Los
clérigos no quieren, no les interesa, separar lo público de lo privado, no
saben diferenciar lo sacro de lo profano, confunden el pecado con el delito,
mezclan lo referente al culto con lo cultural. Su dogmatismo les conduce a
posiciones tan intolerantes que hieren
a la Razón.
Pero
los que no pertenecemos a esa comunidad religiosa sabemos el fin que pretenden
los dirigentes de esta. A estos, desde el Papa hasta el último párroco, les
importa una higa que sus parroquianos vayan a la Gloria o al Infierno, únicamente
les importa el poder que proporciona el dinero del que por cierto no andan muy
escasos.
Lo
que sí nos importa a los librepensadores entre otras cosas, es que el Estado
Vaticano y sus delegaciones cardenalicias hagan proselitismo político-religioso
con el Poder que les proporciona los fondos públicos que perciben del Estado
español y los del paraíso fiscal
que disfrutan a pierna suelta.
En
España, la palabra laicidad, produce pánico dentro del seno de las clases
dominantes. Casi ningún componente de éstas, conoce su significado, únicamente
saben lo que sus educadores católicos
imbuyeron en sus mentes en sus colegios de pago; les dijeron
que es su bestia negra. De lo que sí están seguros es que es un
pensamiento emancipador que les puede hacer apearse del pedestal
privilegiado en el que están encaramados por la gracia de Dios.
Las
clases populares están ausentes de todo conocimiento respecto de este
pensamiento. En los libros de texto no aparece ni una palabra referente a la
laicidad. Los profesionales de la información deberían conocer su significado,
pero si lo conocen, (exceptuando algunas personalidades)lo distorsionan en sus
trabajos para favorecer y alagar a quienes les paga. La intelectualidad española
casi ni menciona en sus obras el hecho laico y los que lo hacen, son autores que
por desgracia para ellos y de la Sociedad en su conjunto, no son muy leídos a
fuer de poco publicitados.
España,
la Sociedad española,
comparándola negativamente con las otras Naciones y Sociedades de su
entorno, no ha querido, no ha podido o
no se le ha permitido, liberarse de las lacras religiosas infamantes a
las que ha estado sometida durante toda su Historia.
España,
siempre ha sido y es, una Plutocracia. Aquí siempre han dominado y dominan, los
poseedores de riquezas inmensas. La Iglesia Católica a la cabeza, seguida esta
por todos los grupos represores que la servían y sirven de brazo armado, han
sido desde siempre, el freno para el progreso al que los españoles teníamos y
tenemos derecho.
Renacimiento, Reforma, Revolución y República, han sido las diferentes etapas de formación de la idea laica, que ha proporcionado a millones de seres humanos un lugar privilegiado y particular en la Europa que se está construyendo. El problema que se les presenta a estos seres humanos al día de hoy, está muy claro; o renuncian a esta especifidad y abandonan para siempre el enorme progreso que han adquirido, o se persuaden de que la idea laica, lejos de ser un freno para la integración europea, puede ser al contrario, una magnífica fuerza impulsora en la marcha hacia la unidad.
Los
españoles, desgraciadamente, siempre históricamente ausentes
en los grandes movimientos emancipadores, deberíamos, si es que
pretendemos pertenecer al club de países constructores de la Unión Europea,
abrazar valiente y definitivamente el ideal laico y
republicano como forma de vida en paz en una sociedad civil, política y
económica. No podemos continuar hundidos en el oprobio, no deberíamos
consentir sine die, una Sociedad inmersa en la resignación y en la creencia,
doblegada por una Iglesia Católica,
enrocada en un Poder Temporal, que no se lo reconocen ni sus textos
fundacionales.
La
laicidad se debe reivindicar y desarrollar esencialmente allí, donde las
Iglesias y por casualidad aquí en España la Católica Apostólica Romana, han
querido imponer su poder totalitario, en el más estrito sentido del término,
para englobar todos los aspectos de la sociedad civil, política y económica en
su beneficio; concretamente allí, donde la Iglesia ha devenido en Poder.
Consecuentemente,
los republicanos españoles, como herederos directos del pensamiento político
que permitió la elección definitiva de la forma de Estado republicano, la
universalidad de la instrucción pública, gratuita y obligatoria y la separación
de las Iglesia y el Estado, nosotros, repito, los republicanos españoles, deberíamos
estar naturalmente
comprometidos con la defensa del principio
de laicidad, aceptándolo como la Columna Vertebral de la República.
El
tránsito hacia una República
laica, con todas las consecuencias que conllevan estos términos, no
puede ser baladí. Hay que considerar en primer lugar la alienación de la
sociedad española, debida a más de 14 siglos de oscurantismo, superstición y
adoctrinamiento religioso y político. Tampoco va a ser fácil porque gran parte
de los españoles de hoy, aunque no lo reconozcan públicamente, viven sumidos
en una vorágine consumista que les tiene aprisionados entre la esclavitud del
dinero, la incertidumbre y el pánico a perder el estatus de nuevos ricos, con
el que les tiene engañados el actual Régimen monárquico- borbónico; les es más
cómodo el oprobio que les proporciona el Pensamiento Único imperante, que
cualquier otra alternativa emancipadora. Han sido y son muchos años de
manipulación de las mentes, han sido muchas décadas
de terror, han sido siglos de sometimiento a la incultura, a la
ignorancia y a la falta de libertades individuales y colectivas. No saben, no
conocen con exactitud el significado de vivir en Democracia. Son
un pueblo al desabrigo de cualquier alimaña que les quiera atacar, venga
ésta disfrazada con ropa talar negra, ropa de color caqui o equipada con traje
de marca conjuntado con corbata, si es posible de color rosa o azul clarito. Les
han convertido por desgracia para ellos,
en un conjunto de súbditos pasivos.
A
los republicanos españoles militantes, estas grandes y difíciles
inconveniencias no nos van a arredrar puesto que para nosotros la sublime trilogía:
Libertad, Igualdad y Fraternidad, es consustancial con nuestra propia
existencia. Conocemos nuestro Norte, que no es otro, que el de proporcionar,
pedagógicamente, a los españoles de los cuatro puntos cardinales de su
territorio, el conocimiento del ideal republicano laico y sus valores para que
sean ellos mismos, usando su libre capacidad de elección, los que posibiliten
la proclamación de la III República española.
Los
republicanos españoles convencidos, los que sufrimos junto a
la sociedad española la ausencia de una Democracia radical
participativa, la falta de Igualdad de derechos y obligaciones y la total
ausencia de sentimientos fraternales, deberíamos
ponernos manos a la obra, sin apresuramientos suicidas, para no incurrir
en las mismas deficiencias políticas acaecidas en 1931. La III República española
no deberá proclamarse
a priori hipotecada. No deberíamos
aceptar al populismo lerrouxista emergente, como medio político democrático.
No tendríamos que consentir consecuentemente, en la hipotética formación de
un Gobierno provisional republicano, la presencia de grupos políticos mauristas
o nicetistas. Deberíamos
rechazar por otro lado, cualquier intento de penetración a la fuerza por
parte de instituciones políticas, disfrazadas de demócratas, que puedan una
vez conseguido el poder, destruir la democracia y por consiguiente la República.
Para
conseguir un verdadero Estado laico, los republicanos españoles tendremos que
hacer un gran esfuerzo intelectual
que nos permita exponer SIN
PALIATIVOS
el exacto sentido de la laicidad.
En
primer lugar y para que esto quede bien sentado para siempre jamás,
el modelo laico del Estado de la III Republica española deberá estar
perfectamente explicitado en la Constitución republicana, añadiendo en este
punto que sólo existe una laicidad y que ésta
más allá de sus principios, es una actitud que cubre todos los aspectos
de la sociedad civil, política y económica. Al mismo tiempo se expresará en
dicha Constitución,
que ésta no puede ser parcelada, que ella no debe ser adjetivada
como plural, clásica, antigua o moderna;
afirmando que el principio de laicidad
no es ni podrá ser el resultado de contratos evolutivos entre
comunidades o grupos; que el humanismo laico se ha ido formando en el transcurso
de la historia para frenar los abusos y excesos de, sobre todo la Iglesia Católica
Apostólica Romana, añadiendo a continuación que la laicidad no pertenece a
ninguna idea política,
que la laicidad no es de derechas ni de izquierdas; reafirmando que la laicidad
es consustancial con la República y que los incumplimientos o consentimientos,
conllevan en
si mismos la descomposición de la laicidad,
de la democracia y de la misma República.
La
separación de las Iglesias y el Estado es la Piedra Angular de una República
laica, radicalmente democrática. Los republicanos españoles, convencidos como
estamos de los
mencionados excesos y abusos, unas veces espirituales, otros sociales,
políticos y económicos con los que la Iglesia Católica de Roma ha venido
campeando a sus anchas en España en el transcurso de nuestra Historia, no deberíamos
aceptar a ésta solamente como un problema, que lo es, deberíamos reconocerla
como la Infamia.
Hubo un gran republicano francés
que así la denominó en la Asamblea Nacional en 1905, cuando se estaba
discutiendo la Ley de Separación de las Iglesias y el Estado en su país,
utilizando estas palabras dirigiéndose a la zona derecha de la Cámara, repleta
de realistas y clérigos:” he ahí la infamia, aplastemos la infamia”.
Hasta
aquí todo lo dicho por mi parte se podría aceptar, si les parece, como una
declaración de intenciones, o más bien, como una exposición de deseos
fuertemente labrados en mi
mente de demócrata radical, de laico, y de republicano ferviente. Sin
embargo quien les habla es conocedor de que la idea laica
para introducirla en la conciencia de los españoles, va a ser una cuestión
de inmensa dificultad. Sopesemos que en Francia, el país impulsor por
antonomasia de esta forma de pensamiento emancipador,
ha costado siglos moldearlo en la conciencia ciudadana, estando al día
de hoy lejos de haber sido aceptado por la totalidad de los habitantes del
“pequeño hexágono” como denominan cariñosamente los franceses a su mapa
territorial.
A
partir de ya, en estos momentos cruciales para
el devenir político republicano de España, si
todas las luchas que promovamos para conquistar las libertades y la
justicia van acompañadas de la exigencia de laicidad, aplicándola SIN
PALIATIVOS a todos los
campos de la sociedad civil, política y económica,
llegaremos a buen
puerto. Si así no lo hacemos, aun conociendo las derivas del gran poder
de la reacción, no nos quedarán otras alternativas que la resignación a
seguir aceptando al poder omnipotente y omnipresente de la dominación
religiosa, y a la de relegar
la idea de la III República española a las tertulias de café con el título
de: La Bella Durmiente del Bosque. Esperemos que esto último con el esfuerzo de
todos los republicanos laicos no llegue a suceder.