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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 

 

 

Hay algo en las relaciones  del Estado español con el Vaticano, que es otro Estado llamado eufemísticamente  Santa Sede, que no termino de asimilarlo. El Vaticano debe ser el único al que se le tolera tantas injerencias y provocaciones y al que además se le extienden todas las alfombras rojas más allá de la razonable cortesía. 

Cuando la Iglesia se planta y pone sus principios irrenunciables sobre la mesa, a nuestros dirigentes políticos les entra el tembleque y empiezan a ceder terreno. A poco que nos descuidemos, igual un día el sistema democrático deriva en teocrático y nosotros entretenidos en otros quehaceres. 

 Advierte Hans Küng que la Iglesia Católica corre el riesgo de convertirse en una secta. Lo dice aún siendo muy probable que el teólogo alemán  desconozca cómo se las gasta la Iglesia Católica más Auténtica y Cañí o que, por ejemplo, tampoco escuche el  verbo sereno y fraterno de los mensajes que difunde la cadena de emisoras pertenecientes a la Conferencia Episcopal Española. Mientras la Iglesia corre esos riesgos que apunta el teólogo, nuestros gobernantes continúan ofreciendo una pleitesía excesiva y, en buena parte, insultante para muchos ciudadanos. Desconozco si la jerarquía católica profesa por vocación o interés pero resulta desalentador que se tolere su continua intromisión en asuntos que competen a lo poderes del Estado de derecho.

Es lógico que la Iglesia Católica se dirija a sus fieles para asesorarles, para reconvenirles sobre asuntos que afecten a su moral sin embargo  no resulta admisible que nos quieran imponer sus formas.  Si los obispos entienden que el matrimonio es indisoluble que sus fieles se aferren al contrato vitalicio pero a los demás que nos dejen vivir con nuestros criterios; si son contrarios al aborto, que se dirijan a sus seguidores para que no recurran a esta práctica. Si los obispos se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo que no casen, si la pornografía les produce náuseas que no la vean, si son contrarios al sexo que no lo practiquen.  ¡Que sean coherentes con sus mensajes!, sería muy de agradecer en algunos casos. Que conduzcan a su rebaño como les dicte la conciencia, que nosotros nos conduciremos según la nuestra!  Si el Estado no obliga a divorciarse, ni a abortar ¿por qué narices estos señores nos quieren imponer a todo sus moralinas? 

Algún día la sociedad española tendrá que debatir las relaciones con la Iglesia Católica, con el Estado del Vaticano. Resulta un anacronismo que la Hacienda Pública ejerza tareas recaudatorias para un credo determinado y que lo haga renunciando a una buena parte de sus ingresos. Pero además, de lo recaudado de todos los contribuyentes -seguidores de cualquier otra opción religiosa, ateos, agnósticos o incluso de quienes no saben no contestan-, se destina una parte a pagar a los profesores de religión, que en horario escolar imparten catecismo, además de contribuir al mantenimiento o reparación centros de culto y contribuir con los fastos propios del folclore religioso.

La beligerancia de la Iglesia  con respecto  a la  asignatura de Educación  para la Ciudadanía  no deja de  ser una intolerable intromisión que no se denuncia suficientemente. Aceptamos, ¡qué remedio!, el Concordato por la fecha en que se firmó y por venir de donde veníamos. Lo que entonces era un amargo trago, se antoja hoy inadmisible. Han pasado 30 años y estamos donde estábamos. La diplomacia vaticana debe ser muy persuasiva porque no es de recibo lo que sucede entre los gobiernos de este país nuestro y la Iglesia de los católicos.

Una de las últimas andanadas eclesiásticas está dirigida hacia Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. A los representantes del estado Vaticano les importa un comino que el Tribunal Constitucional se pronuncie con rotundidad sobre esta asignatura. Cañizares una vez pronunciado el TC no se arruga y declara que los decretos que desarrollan la signatura “violan el derecho de los padres a elegir la educación moral y religiosa que quieran para sus hijos”. Pensará el Prefecto Pontificio que está por encima del bien y del mal, que es la voz de su dios en este mundo o que un nuevo aire  de cruzada ilumina a su iglesia. Cuando los católicos hablan del derecho natural hay que responderle que en la esta sociedad sólo el Estado es fuente de Derecho, que no hay otro derecho que el estatal en un Estado democrático y de derecho. Contra las pretensiones eclesiástica, Estado de derecho y Constitución.

 

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