Siempre se ha dicho que “La primera en la
frente”. Bueno, precisemos, ya que algunas
religiones sólo tienen veinte siglos de
existencia. Será mejor decir que siempre
hemos escuchado aquello de “La primera en la
frente”. Así no caemos en un discurso
totalitario ni totalizador. “La primera en
la frente” para ser liberados de los malos
pensamientos. Claro, que se nos antoja una
precisión sobre lo que puedan ser “malos
pensamientos”. ¿Serán malos pensamientos
acogerse humildemente al beneficio de la
duda, que es el único beneficio que nos
están dejando? Veamos. Al principio del
curso académico 2003-2004, en una clase de
Religión de un Colegio Público de la
provincia de Málaga, el maestro de la
asignatura explicaba con objetividad el
origen de nuestros primeros padres y la
función de aquella costilla de Adán que, en
un “Deus ex machina”, se convirtió en Eva..
Entonces un infante de seis años, que
acababa de aterrizar en Primero de Primaria,
le dijo al maestro:
- No, señor; eso no es así. Los hombres y
las mujeres eran iguales, y además, tenían
muchos pelos, y venían del mar y comían
hasta arañas”
Hay algo que en el siglo XXI ya no es lo
mismo que en los siglos anteriores, por no
decir “pasados”. En este siglo XXI que
lentamente vamos construyendo, los angelitos
de seis años de nuestros colegios ya llevan
una cantidad de información que nos obliga a
montarnos la enseñanza y sus saberes de
manera distinta a como se ha hecho siempre.
Estamos seguros de que no todas las
informaciones están avaladas por la Ciencia,
pero el salto cuantitativo, si es que
consideramos los saberes como un continuo
sobre el que se mueve la búsqueda de la
verdad, no es a todas luces despreciable.
Nos movemos más que nunca en un “caldo” de
cultivo, humilde por su provisionalidad y
con la “calidez” o liquidez que nos
proporciona toda la incertidumbre de que
somos capaces. Nos llama la atención el
asombro de un crío de seis años cuando
escucha historias celestiales o “terrenales”
de un idéntico y “edéntico” paraíso. El
abandono o el desarme racional ante lo que
el otro en una situación de privilegio nos
pueda decir no parece llevarse bien ni
siquiera con una mente infantil, como
acabamos de referir. Seguir al lider, la
moral de la obediencia debida y otras lindas
actitudes ya fueron criticadas por nuestro
refranero: “Con tanto decir: ‘amén’, la misa
no sale bien”. No nos queda muy lejos cómo
un partido político puede abandonarse en
manos, cabeza y conciencia de su lider, sin
fisuras ni abandonos y suponemos que con
total corresponsabilidad incluso de fatales
y trágicas consecuencias.
La base del Conocimiento Científico está en
la observación rigurosa de los hechos. Ya
nos queda lejos la base de la “causalidad”
del Tomismo, cuando la Ciencia nos abre, hoy
día, la “vía” de la casualidad. No nos
estamos refiriendo aquí a una racionalidad
especulativa ni tampoco a una totalizadora,
como si la Ciencia fuera la panacea de la
inquietud humana. Y dando un pasito más, la
crítica kantiana ya le otorgaba a la Ciencia
su lugar decisivo: no hay más saber que el
que organiza los conocimientos
experimentales comprobados. Así nos
atrevemos a pensar que el pensamiento de los
metafísicos es significativo para las
grandes exigencias de la razón, pero es
incapaz de probar nada. No nos queda más que
añadir que la crítica no tiene otro fin
sino el reconocimiento de la “supremacía del
poder práctico de la razón”.
Muchas veces al espíritu crítico se le ha
tildado de escepticismo, porque no se cree
nada ni se fía de nadie. Pero el escéptico
se presenta sólo y sencillamente con la
voluntad de examinar “públicamente” todos
los elementos que hacen que fracase ”el
egoísmo lógico” del dogmatismo, que, por
otra parte, “no considera necesario
comprobar su juicio (su verdad) según el
entendimiento del prójimo, como si no
tuviese necesidad de esa piedra de toque”
Es en el ámbito del colegio, en la cuna de
la edad de la fantasía, donde las cosas
fantásticas van a conseguir seguir siendo
fantásticas, porque entre el Colegio y la
calle la Ciencia va a seguir hablando el
mismo lenguaje, cerca de la realidad,
aplicando el espíritu crítico, retomando los
hechos y comprobando la viabilidad de las
explicaciones que se le confieren. El examen
público de los hechos nos ha dado la
posibilidad de comprobar que los vasos
comunicantes funcionan igual en todos los
países, que los aviones surcan los aires por
los mismos principios, que las aves vuelan
de una nación a otra sin pasaporte. Pero el
espíritu humano se encuentra con distintas
religiones y distintas creencias de un sitio
a otro. Esta realidad que cada vez se hace
más cotidiana le va ayudando a nuestro
espíritu ,poco a poco, a comprender que la
revolución pendiente es la de la “libertad
de conciencia” y de conocimiento, sin
apellidos ni etiquetas. La humanidad (hoy la
llaman “laicidad”) y la libertad van de la
mano y no se permiten el lujo de ponerse
guantes de distintos colores como si se
tratara de algo tan natural como la piel
misma. Ya dijo Unamuno que “fe no es creer
en lo que no se ve, sino ver lo que de
ningún modo podemos creer”. Aquí podemos ver
que se trata de un salto cualitativo, para
el cual la mente humana humildemente no está
dotada. No obstante cada uno puede creer lo
que quiera, pero cuesta mucho creer que
porque la Religión sea una asignatura se ha
conseguido moralizar la sociedad, cuando no
se consiguió entonces en que todos creían en
la única religión verdadera.
No es el colegio el lugar apropiado para
que la Religión plante su campamento, porque
el cometido de la escuela es abrir la mente
al conocimiento y no el de halagar y
perpetuar las fantasías, para que tengamos
una confusión más y un discernimiento menor
entre fantasía y realidad. Es más, la
asignatura de religión se atribuye unas
bases científicas de las que carece. Lo
único que se consigue es iluminar las
mentes con unas pilas que tienen caducidad.
Hoy sabemos que la fe no es razonable y que
lo único que es razonable es que una persona
crea. Cada persona tiene su vida, sus
pensamientos, sus actitudes... pero eso no
justifica que la religión tenga que ser una
asignatura. Por todo ello, y dado el
panorama que ya entrevemos, cuando un crío
de seis años pone en tela de juicio
cualquier supuesto de corte religioso, se
aproxima la hora de que la religión con la
humildad que le caracteriza, o al menos de
la que hace gala, se retire, por propia
iniciativa, de un ámbito en el que las
contradicciones y confusiones la dejen más
desacreditada. Ya es hora de que la religión
abandone el poder, renuncie al boato y se
revista de la elegancia de un ofrecimiento
de disponibilidad para los seres humanos que
la necesiten, porque “siempre los tendréis
con vosotros”.