Antonio Gala
El Mundo
20 de
Octubre de 2009
«UN PUEBLO que mata a sus hijos es un
pueblo sin futuro», dice la Conferencia
Episcopal. Si está este pueblo vivo no
es gracias a las matanzas por razones
religiosas, que son las más injustas y
despreciables. Cállese, por tanto, la
Iglesia. Lo que hace la ley del aborto
-que sólo procura resolver problemas de
quien desea libremente abortar- es
salvar las vidas de muchachas que
abortarían a escondidas con riesgo. Es
decir, proteger la libertad y la vida.
Si se hubiese educado mejor a los
adolescentes, no sería quizá necesaria
tal protección. Y si no se prohibiera el
uso de preservativos, sino se
aconsejase, mucho más. Su manifestación
deberían organizarla los ciudadanos
conscientes, hartos de una Iglesia que
se mete donde no le importa, es decir,
donde los ciudadanos deciden con
libertad sus actuaciones. Y aquellos
otros que acompañan a la dichosa
Conferencia, que obren como les dé la
gana y no pretendan que los demás los
sigan. La libertad es más contagiosa que
la sumisión. Porque lo suyo no es
obligar, sino favorecer a quien la
ejerce.