Laicismo: libertad de pensamiento
Juan Antonio Aguilera Mochón
Ideal -
Granada 22 de
Agosto de 2009
El artículo
de Javier García Rull publicado en Ideal el pasado 8 de julio con el
título “Laicismo: el que piensa pierde”, es de entrada muy notable
porque no menciona el laicismo más que en el título. (Ganas me han dado
de enviar yo otro sobre “computación cuántica” o sobre alguna otra rama
del frondoso árbol de mi desconocimiento.) Pero vayamos al contenido del
artículo. Básicamente es una queja por la falta de libertad de
expresión, en nuestra sociedad, de quienes defienden que “la única forma
de convivencia conyugal que es verdaderamente de interés social y
merecedora de protección jurídica es el matrimonio entre un varón y una
mujer”, y me parece entender que también de quienes se oponen al aborto…
Como vemos, menciona
posturas muy defendidas por la Iglesia católica, así que podríamos
pensar que la Iglesia tiene problemas de libertad de expresión en
España. Pues no los soluciona muy mal, porque uno ve cómo se
patrocinan pública y reiteradamente esas y otras ideas católicas de
muchas maneras: en los diarios y telediarios (donde tenemos muy a
menudo a los obispos), en manifestaciones multitudinarias, en
extensos programas religiosos en las televisiones públicas, en las
tertulias radiofónicas incluso menos coperas… Además,
recordemos que la Iglesia tiene a su merced durante muchas horas, y
a lo largo de años, a los niños que asisten a las clases de religión
católica. Por otra parte, contamos con un partido político, el PP,
que suele adherirse a las tesis de la Iglesia –con lo cual llegan al
Parlamento-, y otro, el PSOE, que aunque se adhiera menos o no se
adhiera a alguna de esas tesis, no se queda atrás a la hora de
ganarse el cielo concediendo privilegios muy terrenales a la
Iglesia… incluidos los que tienen que ver con la expresión de sus
ideas: llega al extremo de permitir el adoctrinamiento infantil
hasta en los centros de enseñanza públicos, como señalaba antes.
¿De qué se queja entonces
García Rull? Nos ofrece par de episodios personales de desamparo
universitario. En el primero, insinúa (no queda claro) que en un
Colegio Mayor de Granada –público por más señas- se le censuró. Si
fue así, si hubo censura ideológica, pues muy mal, pero quiero
llamar la atención del más que curioso hecho de que, si no me
equivoco, hay trece Colegios Mayores en Granada dependientes de la
Universidad y sólo uno es público; el resto están ligados, vaya por
Dios… a la Iglesia. Me gustaría saber en cuántos (que aunque sean
católicos, o precisamente por eso, “los pagamos entre todos” en
buena medida) podría alguien “exponer, y por tanto discutir,
determinada concepción antropológica y racional de la sexualidad”, a
saber, la favorable a una ley del aborto… y a los matrimonios entre
homosexuales.
El segundo episodio
consistió en que en un acto donde García Rull actuaba como ponente,
en una Escuela Universitaria de Granada, un alumno le dijo que era
un “peligro social”. No creo que esto limitara mucho la libertad de
expresión del ponente, pero los términos empleados le recuerdan la
Ley de Peligrosidad Social del franquismo y el estatus de los
homosexuales en esa época. Es una comparación digna de aquel chiste:
“¡vaya día llevamos, a ti se te muere tu padre, a mí se me pierde el
bolígrafo…!” Es muy llamativo que García Rull traiga aquella ley a
colación sabiendo que ¡quien más alentaba el trato discriminatorio a
los homosexuales era… la Iglesia! Como sigue haciendo ahora. Y
reparemos en algo más: García Rull ha sido Fiscal de Protección de
Menores en Málaga y hoy es Fiscal dela Audiencia Provincial de
Granada; tenemos pues a alguien muy relevante y activo en el ámbito
jurídico que, si no lo he entendido mal, es contrario a algunos
derechos conquistados por nuestra democracia, como los del aborto y
los del matrimonio entre homosexuales… ¿no sería esto lo que le
resultara preocupante a aquel alumno?
En definitiva, resulta
chocante que García Rull se queje, por esos episodios, de que no se
pueden expresar y discutir ideas católicas en la Universidad de
Granada, cuando vemos exponer y debatir muy a menudo estas ideas en
cursos, charlas y debates en el ámbito universitario. Y, por si hay
dudas con la posición de nuestra Universidad respecto a la Iglesia,
recordemos que, siendo una Universidad pública, acoge a toda una
Escuela Universitaria de Magisterio de titularidad privada;
¿adivinan quién tiene la titularidad?
Volvamos ya al título del
artículo de García Rull. Parece colegirse de él que su denuncia
sobre los obstáculos para expresar y discutir públicamente sus
pensamientos la convierte en una denuncia del laicismo: el laicismo
como censor de ciertas ideas (religiosas). ¿Cómo se puede sostener
eso? La hipótesis más compasiva es que es por desconocimiento: “el
que piensa pierde” es más bien el lema de las ideologías dogmáticas,
y en la España reciente la más dañina ha sido el nacionalcatolicismo
que aún colea. Por el contrario, el laicismo tiene precisamente como
su principal guía la defensa de la libertad de conciencia (y por
tanto de pensamiento), que va más allá -porque las incluye- de la
libertad religiosa y de la libertad de expresión. Se puede ser
laicista y creyente religioso o laicista y ateo… El laicismo no va
contra ninguna religión o ideología, sino contra los privilegios
públicos de cualquier religión o ideología; y resulta que hoy en
España “el que no cree pierde” (el que no cree religiosamente,
claro), porque tiene muchos menos privilegios que la mayoría de los
que creen. El laicismo lucha para que el Estado no interfiera con
las creencias y convicciones de cada cual, para que el Estado
proteja el derecho de cada individuo a tenerlas y expresarlas, sin
adherirse a ninguna el propio Estado. Un laicista simpatiza con la
frase atribuida apócrifamente a Voltaire: “No estoy de acuerdo con
lo que dices, pero me batiría hasta la muerte por tu derecho a
decirlo”. (Si además el laicista estuviera dispuesto a batirse…
sería un laicista héroe.) No cabe imaginar una verdadera democracia
si no es laicista. Por todo ello, invito a García Rull a que, siendo
coherente con su deseo de que no pierda quien piense, se deshaga
desde hoy de equívocos y se declare él mismo laicista (no hace falta
que sea del tipo heroico).
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Juan Antonio
Aguilera Mochón es miembro de Granada Laica
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