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 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

Laicidad y religiosidad

 

José María Barrionuevo Gil

Alhaurín.com 4 de Octubre de 2009

 

Hace un par de semanas escuchamos en la tele a don Teófilo (se nos ha olvidado el apellido), teólogo, que nos decía que “en la escuela pública hay que ofrecer todas las opciones religiosas y que la laicidad era una opción más, y que ninguna de las opciones puede  imponerse y desalojar a las demás”. No nos resultó chocante, porque ya estamos acostumbrados a todo. Ya que no nos podemos permitir el lujo de flexionarnos ante tamaña verdad, vamos a “reflexionar”. A pesar de tantas pertinaces sequías (incluidas las de los 40 ominosos) ya ha llovido bastante desde que Julián Huxley escribiera: “La hipótesis Dios carece ya de todo valor pragmático para la interpretación y comprensión de la naturaleza, y a menudo se yergue como una barrera en el camino de una mejor y más verdadera  interpretación de ella”.

Esta visión naturalista ya viene de lejos, porque no en vano Escoto Erígena y Espinoza, viéndolas venir, identificaban a Dios con la naturaleza, pero matizando y a la vez identificándolo con  la natura naturans, la naturaleza creadora. Además, más recientemente, el teólogo  Bonhoeffer nos ha dicho que “deberíamos ser lo bastante osados para descartar  “el a priori religioso”, igual como san Pablo tuvo el valor de echar por la borda la circuncisión como una precondición del Evangelio, y para aceptar “la llegada del mundo a la edad adulta” como un hecho dado por Dios”.  No podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo  etsi Deus non daretur –incluso si Dios no estuviera “ahí”, como si Dios no tuviese lugar o no existiese.


 Como podemos ver, ya estamos en una situación adulta, humana, de convivencia, pues hay algo que nos une a todos. La religión en vez de separarnos, nos deja así estar a todos humanos y cercanos, como si Dios no estuviera.


 Nos parece demasiado incisivo que en el siglo XXI no se quiera reconocer el carácter laico de la Enseñanza Pública o sostenida con fondos públicos.  Cuando alguien va al médico o al hospital no se le pregunta si tiene alguna fe ni qué fe tiene.


 El término laico  lo ha usado la Iglesia para distinguir a los frailes unos de otros, para distinguir a los sacerdotes de los seglares; y siempre con este afán maniqueo que parece impulsado a distinguir, mejor dicho, a separar “el trigo de la cizaña”, por si las moscas.


 Como podemos ver, la argumentación de don Teófilo es un tanto peculiar, porque ahora se abandona la matriz dicotómica, maniquea, del pensamiento, tan propia de la Iglesia y con un razonamiento “impecable” (nunca mejor dicho), escamotea o instintivamente da por supuesto que la laicidad es una creencia más y que por tanto no puede imponerse a las demás creencias. Pues bien, aunque nuestra audiencia es menor que la de la 2 de TVE, no tenemos más que recordar que ahora precisamente era adecuado usar un pensamiento bipolar, es decir, considerar las religiones como un hecho cultural y la laicidad como otro hecho cultural distinto, que además viene avalado porque la ciencia y la filosofía ya respaldan la distinción entre el pensamiento incierto y revisable y el pensamiento dogmático y eterno. Por ello no nos conformamos de ninguna manera con que nos quieran hacer “creer”, nunca mejor dicho, que la Laicidad es una creencia más. La laicidad no se va a meter nunca en las iglesias, sinagogas ni mezquitas, pero una vez más recordamos que es bastante aventurado querer invadir un espacio de la escuela para que ésta se convierta en el babel de todas las religiones y de todas las laicidades, pues no hay sólo una. Una vez puestos ¿cómo vamos a mantener tanto profesorado especialista para poder atender no sólo a todas las preferencias religiosas, sino también a todas las laicas? Ni que decir tiene que los anarquistas iban a resultar muy favorecidos por la ratio.


 Ante los argumentos que por todas partes van a incidir en la escuela, unas veces por mor de de una muy alta fundamentación de la doctrina, y otras veces por las “nefastas consecuencias” que se profetizan para la humanidad, al meno para la española, nos conviene recordar lo que allá por 1927 nos dejó escrito Freud en  “El porvenir de una ilusión”: “Es dudoso que en la época de la supremacía ilimitada de las doctrinas religiosas fueron los hombres  más felices que hoy, y desde luego no eran más morales. Han sabido siempre traficar con los mandamientos religiosos y hacer fracasar así su intención. Hemos oído que la religión no ejerce ya sobre los hombres la misma influencia que antes. Y ello no porque prometa menos, sino porque los hombres  van dejando de creer en sus promesas”... “A mi juicio, un niño sobre el que no se ejerciera influencia alguna tardaría mucho en comenzar a hacerse una idea de Dios... pero en vez de esperar semejante evolución se imbuyen al niño doctrinas religiosas en una época en que ni pueden interesarle ni posee capacidad suficiente para comprender su alcance”.


 Debería, por tanto,  verse normal, es decir, que la norma fuera otra, el que la religión fuese una enseñanza aparte, ya que en la escuela se dan conocimientos o asignaturas que, como fruto del pensamiento humano, están constantemente expuestos a evolución y modificación, además de responder a un trabajo de verificación y falsación, que no resiste ninguna de las doctrinas religiosas que se dan en el mundo.

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José Mª Barrionuevo Gil es maestro de Primer Ciclo de Primaria.

 

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