Algunas secuencias de la película, como la matanza
de los judíos, me hicieron pensar que lo que estaba
viendo se ha repetido en el transcurso del tiempo;
por ejemplo, la matanza de miles de protestantes,
perpetrada en París por los católicos,
convenientemente agitados por predicadores
capuchinos, en la trágica noche de San Bartolomé de
1572. Otra película, La Reina Margot, de Patrice
Chéreau, trata esta vergonzosa página de la historia
de la Iglesia con una gran crudeza.
La historia nos demuestra que la Iglesia
católica, representada por su jerarquía, ha luchado
por conseguir el poder y, en ocasiones, sin respetar
el más elemental principio de los derechos humanos.
Y lo ha hecho con ventaja porque dicen representar a
Dios y administrar su palabra, casi nada. Los que
osaban discrepar eran excomulgados, acusados de
herejes, torturados y muchos de ellos quemados
vivos. Este mecanismo les funcionó con
extraordinarios resultados, no se movía una hoja sin
que el Papa dijera dónde tenía que caer. Pero desde
que llegó Lutero las cosas ya no fueron como antes y
gran parte de Europa, asfixiada por el poder de
Roma, encontró la ocasión de liberarse. Para nuestra
desgracia, España no solo siguió fiel al Papa, sino
que se convirtió en el país más fiel de todos. Y ahí
seguimos.
Conviene recordar que en la dictadura hemos visto a
los obispos sentados en las Cortes, igual que en el
siglo VI con Recaredo, llevando al dictador bajo
palio y saludando brazo en alto. El certificado de
bautismo era necesario para ser funcionario y muy
conveniente para conseguir un puesto de trabajo.
Censuraban libros, películas y expresiones
artísticas, que prohibían o amputaban de forma
brutal, es decir, tenían el poder. Y esto no son
historias, sino vivencias de muchos españoles que
tuvimos la desgracia de padecerlas.
La democracia cambió las cosas, y la Iglesia perdió
parte de ese poder desde la misma Constitución. Y
lentamente ha ido retrocediendo frente al poder
democrático, no sin resistencia y protagonizando
reacciones virulentas. Y eso que ni siquiera se ha
tocado el Concordato con el Vaticano que les
garantiza vivir del dinero público. Últimamente han
incrementado su ofensiva, para ello se valen de su
influencia en el Partido Popular, que actúa como su
brazo político, su sintonía con sectores del Poder
Judicial y la movilización de su entramado social.
La cúpula de la Conferencia Episcopal ha sido
ocupada por el sector más integrista y sectario, que
dirige la Iglesia hacia las posturas más
beligerantes, y es en ese contexto donde hay que
situar sus manifestaciones agresivas contra las
leyes que propone el Gobierno en relación con la
educación, o con la interrupción voluntaria del
embarazo, siempre, naturalmente, contra el Gobierno
socialista.
El secretario y portavoz de los obispos, Juan
Antonio Martínez Camino, ha amenazado con la
excomunión a los políticos católicos que voten a
favor de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de
Interrupción Voluntaria del Embarazo. Lo primero que
hay que considerar es que esas declaraciones
corresponden a la postura oficial de la Iglesia
católica, por tanto, no es de recibo que algunos de
sus miembros intenten desmarcarse ante lo dicho por
su portavoz. Si Rouco Varela y Martínez Camino no
representan a la Iglesia, que los quiten. Cuando se
amenaza de esa manera es que se quiere dejar claro
que su poder está por encima del poder democrático,
y, como consecuencia, se pretende doblegar la
voluntad de nuestros representantes políticos.
Eso significa un ataque directo a la democracia y la
respuesta debe ser contundente. Debe quedar claro
que estamos en otros tiempos donde el poder no viene
de Dios sino de la ciudadanía, y que la norma es el
respeto a la libertad y a los derechos de los
ciudadanos, costó mucho conseguirlos y los
defenderemos de los ataques divinos o humanos.
No quieren entender que las creencias pertenecen al
ámbito privado de cada persona y que el ámbito
público lo construimos entre todos desde el respeto
y la tolerancia para conseguir una convivencia en
paz. Creo que eso está más en consonancia con los
principios del cristianismo que la fuerza y la
amenaza. Creo que no lo van a entender.
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Herminio
Trigo fue
alcalde de Córdoba