Francisco López Casimiro
Laicismo.org
7 de
Octubre de 2009
El artículo del
profesor López Casimiro, Doctor en Historia
Contemporánea, tiene una década, pero no ha perdido
actualidad.
«Yo siempre he creído que se
reformaría el género humano, si se reformase la educación de
la juventud». (Leibnitz)
Hace 125 años que se fundó la Institución Libre de
Enseñanza. El decreto del marqués de Orovio y los límites a
la libertad de cátedra obligaron a varios profesores a
abandonar la enseñanza pública y a fundar aquélla. Cinco
años más tarde, en la primavera de 1881, se polemiza en la
Baja Extremadura, con extensión y profundidad, sobre la
enseñanza laica. En efecto, Miguel Pimentel, propietario y
director de El
Magisterio Extremeño, publicaba sus 'Cartas abiertas
sobre la enseñanza laica'. Contestaba a El
Grano de Arena, periódico sevillano que se había
declarado partidario de la enseñanza religiosa. Para
Pimentel, la escuela debía estar libre de controversias y
luchas religiosas, y ser neutral para todas las creencias,
de modo que defendía: «La enseñanza laica en la escuela y la
enseñanza católica en el templo». La primera carta iba
dedicada a su «querido amigo D. Heriberto Larios». Para
rebatir la enseñanza laica fundó éste La
Verdad, de Almendralejo. Confesaba Larios estar contra
la libertad de conciencia y de cultos, y decía combatir la
enseñanza laica, porque no había más que una religión
verdadera. Además la enseñanza laica era absurda e impía.
Para Pimentel, no sólo el hombre era incompetente para
impedir la libertad de pensamiento y de conciencia, sino que
Dios mismo no podía hacerlo «sin destruir la esencia del
alma, es decir, sin aniquilar al ser humano». El obispo de
Badajoz, Fernando Rivera, en julio de 1881, publicó una
pastoral condenando el periódico de Pimentel.
Aunque la pastoral del obispo parecía haber puesto punto
final a la polémica, las actitudes se radicalizaron con el
cambio de línea editorial del periódico católico El
Avisador de
Badajoz y la aparición, en el otoño de 1882, del Diario
de Badajoz, republicano y promasónico. Para el Diario,
los padres que llevaban a sus hijos a colegios religiosos no
tenían caridad. Quién sabría qué habrían sido esos niños en
la ciencia o en el arte, «a no haber cometido los lobos con
piel de cordero el asesinato moral de no dejar florecer sus
entendimientos». Para El
Avisador, sin embargo, los efectos de la enseñanza
laica eran el aumento de la criminalidad en Francia, sobre
todo en los niños. Hasta el suicidio de un niño que había
perdido tres dientes era fruto del laicismo.
En los primeros meses de 1887 se reanudó la polémica sobre
la enseñanza laica. En marzo de 1887, el Boletín
del Magisterio, que dirigía Joaquín Romero, antiguo
miembro de la logia Pax Augusta, había atacado al laicismo
atribuyéndole toda clase de males. Desde las páginas de El
Magisterio Extremeño-Onubense (así
se llamaba ahora el periódico de Pimentel) le contestó
Anselmo Arenas, catedrático de Geografía e Historia del
Instituto. Afirmaba éste que la inmoralidad de las
poblaciones se hallaba en razón directa del predominio que
en ellas ejercía el clero y la enseñanza religiosa. Para
Romero, sin embargo, el laicismo había proscrito de las
escuelas la educación moral. Defendía también que, en
España, no había otra moral aceptable que la que se fundía
en la religión católica, apostólica y romana. Para Arenas,
Romero confundía lastimosamente los conceptos de la moral y
de la religión. Separaba Arenas la religión de la moral,
para que «nunca manchen el puro campo de ésta, ni la hagan
solidaria de crímenes disfrazados de moral religiosa».
Tanto Arenas como Pimentel eran miembros prominentes de la
logia Pax Augusta. Fueron librepensadores y masones los
defensores de la enseñanza laica. Laicismo y masonería beben
de las mismas fuentes. Los principios de libertad de
conciencia y culto, la tolerancia respecto a las ideas de
los demás, que son la base de la filosofía masónica, son
también fundamentos ideológicos de los laicistas. En 1892,
la logia badajocense encomendó a Pimentel un informe sobre
'Qué debe entenderse por enseñanza laica y qué medios deben
emplearse'. Se conserva el documento manuscrito que en otra
ocasión he estudiado. El espíritu de tolerancia y respeto
por las ideas y creencias ajenas parecen ser las consignas.
Las conclusiones, pocos se negarían a suscribirlas hoy: «La
enseñanza de la religión es competencia de las familias y de
los ministros de los respectivos cultos. La escuela debe ser
neutral. El maestro debe abstenerse de todo espíritu de
proselitismo en materia religiosa. Un maestro sectario es
una aberración».
Hoy vivimos en un estado laico (nos parece bizantina la
distinción entre laico y aconfesional). Nuestra Constitución
propugna como un valor superior el pluralismo político. Los
temas religiosos apasionan menos. Sin embargo, durante la
elaboración de la constitución, Peces-Barba, representante
socialista en la ponencia, abandonó ésta por su desacuerdo
con la redacción del artículo 27 sobre la libertad de
enseñanza y el derecho a la educación. Después de aprobada
la Constitución, grandes movilizaciones se han producido por
los temas escolares. Recuérdense las manifestaciones sobre
el Estatuto de Centros o sobre la LODE (Ley Orgánica del
Derecho a la Educación).
Los socialistas inteligentemente trataron de evitar las
viejas 'guerras de religión'. Pero quizás haya llegado el
momento de suscitar un debate en la sociedad y de arrojar
luz sobre el tema. El verano pasado, sectores importantes de
la sociedad española criticaron y mostraron su oposición al
despido de varios profesores de Religión. Creo que la
Iglesia obró con total coherencia: No pueden formar buenos
católicos quienes no dan ejemplo de vida auténticamente
católica. La incongruencia es del Estado, que contrata y
paga a unos profesores que selecciona e inspecciona la
jerarquía católica. Quizás sea el momento de aplicar el
principio laicista: «La enseñanza laica en la escuela y la
enseñanza religiosa en el templo». Sin embargo, ante la
ignorancia de nuestros escolares sobre historia y símbolos
religiosos, habría que abogar por la inclusión en el
currículo de la enseñanza de la historia de las religiones o
de cultura religiosa, pero a cargo de un profesor público
seleccionado como el resto de los funcionarios docentes
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