La Conferencia
Episcopal (CE) ha respondido con rapidez a la aprobación
el pasado 14 de mayo del anteproyecto de Ley Orgánica de
Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción
Voluntaria del Embarazo mediante una arrasadora
declaración contra la "ley del aborto" (así denominada
por los obispos). Aunque la CE esté formada por varones
de mediana o avanzada edad, célibes y castos,
desprovistos de experiencia personal directa en
cuestiones de fecundación y paternidad, sus
pronunciamientos sobre la materia son contundentes y
audaces. En términos comparativos, esa agresiva
rotundidad contrasta con la cautela de las declaraciones
concedidas hace pocas semanas por el cardenal Cañizares
en torno a los abusos sexuales cometidos en parroquias,
seminarios y colegios religiosos a costa de púberes y
adolescentes, investigados, probados y sancionados en
Estados Unidos, México e Irlanda; una pesquisa, por
cierto, nunca llevada a cabo -como debiera- por la
Iglesia española.
Según la
declaración episcopal, cualquier forma de
interrupción del embarazo (voluntaria o forzada) en
cualquier momento de la gestación (puesta en marcha
por el acto sexual de fecundación) y cualquiera
que haya sido su origen (incluida una violación)
constituye "un crimen abominable". Ese riguroso
maximalismo queda modificado en sentido retrospectivo
por la tesis según la cual el anteproyecto de 2009
constituiría "un serio retroceso" en relación con la ley
despenalizadora de 1985. El PP, aun oponiéndose a la
iniciativa del Gobierno, se ha distanciado de la
agresividad del tono y la extremosidad de los argumentos
de la declaración episcopal; esa mayor sensatez nace
seguramente de la experiencia: el Gobierno de Aznar
mantuvo en vigor durante sus ocho años de mandato
(cuatro con mayoría absoluta) la ley actualmente en
vigor.
La CE acompaña
su defensa del derecho a la vida con la denuncia de una
supuesta cultura de la muerte implícita en las
prácticas abortivas. Los obispos fingen olvidar, sin
embargo, el necrófilo papel desempeñado por la Iglesia
católica como testigo mudo o connivente en las matanzas
perpetradas por las dictaduras fascistas y militares del
siglo XX y como incitadora de la Cruzada emprendida
contra el Gobierno legítimo de la Segunda República
española bajo la coartada justificadora de las
sangrientas expediciones cristianas medievales a Tierra
Santa.
El
Evangelio de la vida predicado por los obispos
defiende la reproducción ilimitada de la especie humana
en el hacinado y superpoblado planeta del siglo XXI,
escenario del hambre y la mortandad infantil en sus
regiones más atrasadas y amenazado por el cambio
climático y la creciente escasez de agua, alimentos y
combustibles. Llevada hasta el último extremo de
fanatismo esa consigna fecundadora, los escrúpulos de
conciencia morbosamente cultivados por la Iglesia no
asaltarán sólo a los responsables de acabar con la
potencialidad humana de los embriones mediante
prácticas abortivas; también debería afectar a quienes
incumplen -hombres y mujeres, casados y solteros, laicos
y religiosos- la sagrada misión de transmitir la
potencialidad vital de los espermatozoides y óvulos
que hubiesen podido acompañar a los actos de procreación
nunca realizados.
La Declaración
se dirige no sólo a los fieles de la Iglesia católica,
obligados a obedecer a sus pastores, sino también al
resto de la humanidad, receptora de "los justos
imperativos de la razón" transmitidos por "la ley
natural escrita en su corazón". La amenaza de excomunión
a los creyentes relacionados incluso remotamente con
prácticas abortivas -subrayada con delectación por el
meloso portavoz de la Conferencia Episcopal- sólo surte
sus intimidatorios efectos dentro de una asociación
voluntaria susceptible de ser abandonada por sus
miembros. Y la libertad de expresión permite a los
inculpados libres de la férula eclesiástica responder a
los cargos de asesinato o infanticidio con el mismo
derecho que los obispos a insultar al prójimo. Resulta
inadmisible, por el contrario, la interferencia que
pretende causar la Conferencia Episcopal -sus miembros
tienen pasaporte español pero son designados y
adoctrinados por el Estado vaticano- en el órgano
supremo de la soberanía popular y nacional a través de
su mandato imperativo -bajo pena de excomunión- a los
parlamentarios católicos para que boicoteen el proyecto
de ley del aborto.