DESCONFÍO
de las
religiones
implicadas
en
conceptos
sociales
de
castas o
de
tribus.
Me
escalofrían
las
teocracias
y los
regímenes
levíticos.
Detesto
las
religiones
incompatibles,
las
poseedoras
de la
verdad
total,
las
excluyentes,
las que
imponen
-a la
fuerza
si es
preciso-
su
teología.
Porque
pienso
que
acaban
por
hacer de
su Dios
un
objeto
manejado
por
ellas;
administrado
por los
ministros
de su
culto;
utilizado
según su
conveniencia;
empleado
como
bandera,
como
grito de
guerra,
como
amenaza
y
anatema,
como
justificación
de
expolios
y
desmanes.
Es
decir,
acaban
por
convertir
a Dios
en lo
contrario
de lo
que es
si es.
La
Historia
de la
Humanidad
está
llena de
ejemplos.
En la de
España
los
hemos
padecido
permanentemente:
somos un
país con
particular
proclividad
al
«Santiago
y cierra
España»,
a creer
que Dios
reinará
aquí
«con más
veneración
que en
otras
partes»,
a
mezclar
con
nuestras
miserias
la corte
celestial
y las
manos de
santos,
a usar
con la
misma
finalidad
aniquiladora
la
espada
que la
cruz. A
confundir,
en
definitiva,
el culo
con las
témporas