Con tales presupuestos me personé en un cine para
ver la película Ágora, de Alejandro Amenábar, en un
cine de mi localidad y siento decir que me dejó
entre frío y caliente. La película, un dechado de
buen gusto tanto en la recreación de la vieja
Alejandría como en la puesta en escena de la
sociedad de la época, adolece, como casi todas las
películas históricas, de una serie de anacronismos
que a mí, como purista de la Historia, me disgustan.
Pero no es de eso de lo que querría hablar hoy, sino
de intolerancia.
La intolerancia de los cristianos de aquella
época no me pilla por sorpresa. Ni de esa época, ni
de otras muchas posteriores. La intolerancia
religiosa de los cristianos está documentada en
muchos libros, novelas bien documentadas y artículos
históricos. (Véase Juliano el Apostata, Gore Vital,
por ejemplo) y muchos la llegamos a sufrir en
nuestras carnes en los tiempos del Campeón Mundial
de Cien Metros Bajo Palio. Vamos, toda una vida. Y
muchas más.
Lo que sí me llama la atención es que, históricamente,
siempre que se juntan religión y poder, termina la
historia en un derramamiento gratuito de sangre. No
hablo sólo del cristianismo; hablo del judaísmo, del
islamismo, del hinduismo y de todos los sistemas
religiosos que tienen unos seguidores tan sumamente
fanáticos que no son capaces de admitir a su lado a
nadie que piense diferente a ellos.
Dejemos a un lado los desmanes del cristianismo que de sobra
son conocidos en nuestra sociedad. Desde las
algaradas en Bizancio tras ser declarados legales,
hasta nuestros días, pasando por hechos tan
vergonzosos como la toma de Jerusalén por la Primera
Cruzada o los Tribunales de la Santa Inquisición. Y
a quien quiera incidir en las Cruzadas les
recomendaría Las cruzadas vistas por los árabes, de
Amín Maalouf para comprender lo que aquello supuso
para los habitantes de Palestina.
Pensemos en la religión judía que, tras sufrir una horrible masacre tras
el terror nazi, me niego a decir el Holocausto con
mayúsculas, pues hubo, y sigue habiendo muchos en la
Historia, ahora someten a lo mismo a los palestinos
basándose en autodefensa. (Uno por mil no es
autodefensa, es masacre).
Y qué decir de los islámicos que ejecutan a todos los que no
piensen como ellos. Creo que no hace falta poner
ejemplos; de todos es conocido. Y los que no aceptan
la Sharia, reos sean de muerte.
Sigamos con ellos y con los hindúes; tras la declaración de
independencia de la India en 1947 se produjeron
tales masacres en aquel territorio que dejaron
sobrecogida a toda la humanidad. Cierto es que no
sólo fueron desmanes religiosos, sino políticos como
todos aquellos en que el hombre necesita justificar
sus increíbles acciones disimulando móviles de
credo.
Mi intención con este escrito no es más que pedir
transigencia frente a la intolerancia reinante. No
porque una persona piense de manera diferente a la
nuestra ha de convertirla en el punto de mira de
nuestra ira. Si desde el punto de vista político es
deleznable, desde el punto de vista religioso es
indefendible ya que se cometen en nombre de un Dios
y todos los dioses, sean del credo que sean,
pregonan el amor y el perdón al prójimo. Además, el
terror religioso siempre se produce cuando está
apoyado y fundamentado en el poder político.
Y hablando de dioses, no quiero dejar pasar la oportunidad de
recordar unas recientes palabras de Saramago al
suplemento Babelia, del El País, “La muerte es la
inventora de Dios”. ¿Sabe alguien qué hay más allá
de ese momento? Que yo sepa nadie volvió para
contarnos que pasa. Por ello creo que lo más
importante en esta vida es hacérnosla lo más plácida
posible. Ya bastante dura es de por sí para
fregárnosla constantemente en nombre de unas ideas
que, los que las ponen en práctica, carecen de ella.
De juicio, diría.
Y de verdad, si alguien está equivocado en su credo y
por ello otros creen que corre el peligro de ir al
fuego eterno, es su problema. Que nadie quiera
salvarle contra su voluntad; que le respeten; que le
dejen con sus ideas y si ellas le llevan al Averno,
allá él.
Y volviendo a Hipatia, creo que la lección más importante que nos
dejó no fue ni de astronomía, ni de matemáticas, ni
de filosofía, sino de tolerancia y eso lo ha sabido
trasmitir maravillosamente Amenábar en su película.
Tolerancia con una firme posición ante los
intransigentes. Por eso siempre la he admirado y lo
seguiré haciendo toda mi vida.
--------------------------
Ladislao García Pardo es escritor y columnista
del Diario Montañés