El factor emocional y la
religión
Carlos Taibo
El
demonio… ¡Buena creación para los niños y las
viejas! La creación literaria es grotesca; toda la
demoniología literaria no ha logrado dar idea de un
personaje tan enorme y sobrehumano. Según nos
cuentan las escrituras cristianas: El quiso también
corregir la creación; su rebelión contra Dios fue
para lograr la misma perfección que vio y envidió en
su creador, la de ser incapaz del mal… También
ustedes señores obispos oposicionistas de la Iglesia
Católica prosiguen en su carrera el desesperado
intento, lanzándose, al asalto del “cielo”. –La
rebelión Angélica y la nuestra-una mito y la otra
real-son justas y necesarias, tienen una suprema
grandeza, en su lenguaje, las llamaría santas… Nada
más santo puede haber que incapacitar al hombre para
el mal. Reconozcan, por lo menos, que la mítica
rebelión satánica y la nuestra tienen una belleza
trágica, aun siendo vencidos en el intento de hacer
posible un imposible, luchar con desesperación
contra el mal es hazaña de dioses.
Se acepta
la religión emocionalmente. Con frecuencia se nos
dice que es muy malo atacar la religión porque la
religión hace virtuosos a los hombres. Esa es la
idea, que todos seríamos malos si no tuviéramos la
religión cristiana. A mí me parece que la gente que
la tiene es, en su mayoría, extremadamente mala.
Existe este hecho curioso: cuanto más intensa ha
sido la religión de cualquier período, y más
profunda la creencia dogmática, han sido mayor la
crueldad y peores las circunstancias. En las
llamadas edades de la fe, cuando la gente realmente
creía en la religión cristiana en toda su integridad
hubo la Inquisición con sus torturas; hubo muchas
desdichadas mujeres quemadas por brujas, y toda
clase de crueldades practicadas en toda clase de
gente en nombre de la religión.
Uno halla,
al considerar a Venezuela, que todo progreso del
sentimiento humano, que toda mejora a la ley penal,
que toda mejora de la educación, que todo paso hacia
la disminución de la miseria, que todo paso hacia un
mejor trato de los pobres y excluidos, que toda
mitigación del analfabetismo, que todo progreso
moral realizado en el país, ha sido obstaculizado
constantemente por la Iglesia Católica. Todo sea más
que un ejemplo. Hay muchos modos por los cuales, en
el momento actual, la Iglesia, por su insistencia en
lo que ha decidido llamar moralidad, inflige a la
gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e
innecesarios. Y claro está, como es sabido, en su
mayor parte se opone al progreso y al
perfeccionamiento en todos los medios de disminuir
el sufrimiento de los excluidos, porque ha decidido
llamar moralidad a ciertas estrechas reglas de
conducta que no tienen nada que ver con la felicidad
del pueblo venezolano, y cuando se dice que se debe
hacer esto o lo otro, porque contribuye a la dicha
de la comunidad, estima que es algo completamente
innecesario y extraño al asunto.
La
religión se basa, principalmente a mi entender, en
el miedo. El miedo es la base de todo: el miedo a lo
misterioso, el miedo a la derrota, el miedo de la
muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por
lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la
religión vayan de la mano. Se debe a que el miedo es
la base de estas dos cosas. En Venezuela, podemos
ahora comenzar a entender las cosas y a dominarlas
con la ayuda de la Revolución, que se ha abierto
paso frente a ustedes obispos de la Iglesia
Católica, frente al imperialismo, y frente a los
antiguos preceptos de las clases dominantes. La
Revolución puede ayudarnos a librarnos de ese miedo
cobarde en el cual los venezolanos hemos vivido
durante tantas generaciones. La Revolución a través
de la ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas
imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino
más bien a hacer con nuestros esfuerzos que nuestro
país sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que
ha hecho de él la Iglesia y la oligarquía en todos
estos siglos. Cuando se ve, y oye, en la iglesia a
las gentes dándose golpes de pecho, humillarse y
proclamarse miserables pecadores, etc., parece algo
despreciable e indigno de seres humanos que se
respetan.
La Iglesia
ya no sostiene que el conocimiento es en sí
pecaminoso, aunque lo hizo en sus épocas de
esplendor; pero insisten, la adquisición de
conocimiento, aun no siendo pecaminoso, es
peligroso, ya que puede llevar al orgullo del
intelecto y por lo tanto a poner en tela de juicio
el dogma cristiano. Los enemigos de la libertad
académica, si se salieran con la suya, reducirían el
país al nivel de la época de la Inquisición, con
respecto a la promulgación de la Ley Orgánica de
Educación que reprueban. Sustituirían con la tiranía
organizada el pensamiento intelectual; proscribirían
todo lo nuevo, harían que la comunidad se osificara,
y al final producirían una serie de generaciones que
pasarían del nacimiento a la muerte sin dejar
huellas en nuestra historia Patria. Dejando de lado
estas objeciones relativamente detalladas, es
evidente que las doctrinas fundamentales del
cristianismo exigen una gran cantidad de perversión
ética antes de ser aceptadas. El mundo según se nos
dice, fue creado por un Dios que es a la vez bueno y
omnipotente. Antes de crear el mundo, previó todo el
dolor y la miseria que iba a contener, por lo tanto,
es responsable de ello. Si Dios sabía de antemano
los crímenes que el hombre iba a cometer, era
claramente responsable de todas las consecuencias de
esos pecados cuando decidió crear al hombre.
El
argumento cristiano usual es que el sufrimiento del
hombre es una purificación del pecado, y, por lo
tanto, una cosa buena. Este argumento es, claro
está, sólo una racionalización del sadismo, pero en
todo caso es un argumento pobre. Yo invito a
cualquier obispo de la Iglesia Católica a que vaya a
los barrios pobres, y que presencie los sufrimientos
que se padecen allí, y luego insistir en la
afirmación de que esas gentes y esos niños están
moralmente abandonados que merecen lo que sufren.
Con el fin de afirmar esto, un obispo tiene
destruido en él todo sentimiento de piedad y
compasión. Tiene, en resumen, que hacerse tan cruel
como el Dios en quien cree que los sufrimientos de
estos seres son por su bien, el monseñor puede
mantener intactos sus valores éticos, ya que siempre
está tratando de hallar excusas para el dolor y la
miseria.
Hay una
máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero
que no es muy popular entre nuestros “amigos”
cristianos oposicionistas. El dijo: “Sí quieres ser
perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los
pobres.” Es una máxima excelente, pero, como dije,
no se practica mucho. Concediendo la excelencia de
esta máxima, llego a cierto punto en el cual no creo
que uno pueda ver la superlativa virtud ni la
superlativa bondad de los obispos de la Iglesia
Católica, como son pintadas en los Evangelios. Lo
primero, que incurren ustedes en una mitología,
ciertamente, muy vieja. Su primer efecto es
potenciar a los hombres para el mal, negándoles su
calidad de sujeto, al reducirlos a ser objeto. Es la
más eficaz para matar su conciencia… el dar al mal
categoría de “necesidad”, hasta lo consideran, como
elemento de síntesis, trasmutable en “bien”.
Según mis
recuerdos de cuando era cristiano, Dios tenía un
atributo: el amor. ¿No es para los cristianos la
encarnación de Dios, el Cristo, eso, amor?… ¿Amor a
los hombres? Entonces, ¿por qué, sintiendo Dios amor
por los hombres nos hizo unas malas bestias del odio
y de la sangre?… Qué pueden responder a esto señores
obispos de la Iglesia Católica. ¿No es su Dios
todopoderoso?… Entonces, ¿por qué nos hizo como el
quiso y debió querer en lo animal?, y nos hizo como
quiso y nos debió hacer en lo trascendental, en lo
espiritual. Amándonos infinitamente nos hizo mal…
¡es el suyo un raro amor!… ¿no? ¿Libertad para
matar, para odiarnos?… Entonces maldita sea la
libertad divina que mata. Debemos rectificar su
creación: debemos rectificar la creación, creando
una Venezuela en la cual no exista libertad para el
mal. La empresa lo merece.
Estos son
los recuerdos que nos traen las manifestaciones
tanto orales como escritas de ustedes los obispos
oposicionistas.
Hasta la
Victoria Siempre.
Patria.
Socialismo o Muerte.
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