Ese señor colgado en la cruz
Josep Maria
Fonalleras
El Periódico.
com
11
de Noviembre de 2009
Soy de los que creen que es una barbaridad cambiar el nombre
de las fiestas de Navidad o pretender, en una escuela
pública, que el día 25 de diciembre se celebra una especie
de fiesta dedicada al estallido del paisaje invernal. Soy de
los que creen que los maestros no saben lo que se hacen al
buscar villancicos donde no aparezca el Niño Jesús ni la
Virgen María, villancicos que hablen de abetos, de trineos o
de Papá Noel, que es un personaje vagamente religioso pero
muy de película, con lo que no hay peligro de dañar a los
niños en su sensibilidad laica. Soy de los que creen que los
niños deberían saber quién fue Jesucristo y cómo
murió, porque, de lo contrario, no van a entender, por
ejemplo, La vida de Brian de los Monty Python, o el
Fresco de la Pasión de Tintoretto, en Venecia,
que es como decir que no van a entender nada ni del arte ni
de la cultura ni de la civilización en la que viven.
Pero no entiendo que haya un crucifijo en las escuelas
públicas. No creo que en Catalunya haya muchos y, en
realidad, en las concertadas de credo católico yo también
pediría que los retiraran. En Italia, parece que no. Que los
hay por todas partes, presidiendo el aula, contemplando las
clases de álgebra y de gramática. Por eso comulgo con la
sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo
que, por primera vez en Europa, ve improcedente que el Santo
Cristo sea un alumno más, colgado en la cruz. Ha habido un
gran revuelo y no sé si los italianos acatarán este «golpe
mortal a Europa». Su Consejo de Estado ya dijo que el
crucifijo tenía «una función simbólica altamente educativa».
No me lo parece, la verdad. Una cosa es que los niños no se
espanten al entrar en una iglesia (porque no saben qué hace,
allí arriba, ese señor colgado, sangriento, moribundo) y
otra es que cada día tengan que saludarlo al entrar en
clase.