Dios no es inocente
Joan
Carles Marset y Gabriel García Voltà
El
País
24
de Noviembre de 2009
Tras apoyar una polémica campaña en 2008, la frase
"probablemente Dios no existe" sirve de base a Joan
Carles Marset y Gabriel García Voltà para reivindicar la
vigencia del ateísmo
Después de la Segunda Guerra Mundial dio la impresión de
que la religión iba a quedar reducida a una reliquia del
pasado y a una práctica privada y familiar sin apenas
impacto social. Especialmente en Europa parecía que la
utopía de la vida plena y feliz podría alcanzarse en
este mundo, en Occidente, con el disfrute de la sociedad
de consumo, y en Europa oriental, gracias a la
edificación del socialismo. La llegada de la crisis
económica a mediados de los años setenta puso de
manifiesto las contradicciones de ambos modelos y dio
alas a los que aún combatían contra una moral laica y un
mundo sin Dios. Empezaba una contrarrevolución
fundamentalista que iba a inundar buena parte del
planeta. Los fundamentalistas de cualquier religión
defienden que sus textos sagrados son la expresión
literal de una Verdad Absoluta inspirada directamente
por Dios y se comprometen en una lucha por conseguir que
tanto la vida social como la política respondan a esas
verdades inmutables y eternas. Los males sociales tienen
como causa el pecado y el alejamiento de Dios -una idea
bien medieval-. Las soluciones hay que buscarlas en Dios
porque sólo en Él hay respuestas seguras. Es ésta una
visión del mundo un poco "colectivista": no importan ni
el origen étnico, ni el familiar, ni el social. Las
convicciones religiosas y el modo de vida sirven de
argamasa social y diluyen las diferencias. No obstante,
pronto se descubre en sus programas una fuerte nostalgia
del pasado y lo que podríamos calificar de un
"igualitarismo de derechas". En muchos lugares los
fundamentalistas están firmemente en contra del aborto y
la homosexualidad, exigen el mantenimiento de la familia
tradicional y de un sistema educativo que expulse de las
aulas el darwinismo y cualquier interpretación del mundo
ajena o contraria a los textos sagrados.
¿Por qué se mantienen aún hoy las religiones en la
conciencia de los seres humanos cuando parece que son
abiertamente contradictorias con todas las certezas del
mundo actual? La respuesta es tan compleja como compleja
es la realidad social en la que vivimos. En el mundo
actual hay más de mil millones de personas en una
situación de pobreza desesperante, el analfabetismo
sigue siendo una plaga en muchos lugares y en amplias
zonas del planeta los gobiernos y las clases dirigentes
siguen confiando en la religión como mecanismo de
control social, por lo que favorecen y financian su
difusión. La familia constituye también un semillero
fundamental de nuevos creyentes. Su impacto sobre niños
y jóvenes es muy grande, sobre todo si la religión
familiar es también la socialmente dominante. Esta doble
presión es casi irresistible, una auténtica jaula de
hierro de la que es difícil escapar. El mejor ejemplo de
lo dicho es el mundo islámico actual, en el que se
juntan todos los factores del problema: un escaso
impacto del liberalismo político y de la modernización
socioeconómica, frecuentes crisis políticas motivadas en
parte por un conflicto crónico con Occidente y una
religión que impregna desde hace muchos siglos toda la
vida social. Es en el mundo islámico -y en Estados
Unidos- donde el integrismo ha encontrado más adeptos.
El texto coránico está más allá del tiempo, de las
especificidades culturales, de los cambios sociales y de
los contextos políticos. Su interpretación y su
aplicación no pueden ser objeto de ninguna aclimatación
ni adaptación. Las disposiciones coránicas son válidas
en todo tiempo y en todo lugar, son universales e
intemporales. No se puede tener razón contra Dios.
Durante siglos el cristianismo europeo bebió de las
mismas convicciones y aplicó idénticas fórmulas. La
jerarquía católica tampoco defiende en la actualidad
ideas muy distintas: las leyes del Estado tienen que
ajustarse al orden natural querido por Dios, que
prevalece sobre la inconstante y frágil voluntad humana.
Es decir, los obispos se reservan la última palabra
sobre la legitimidad del ordenamiento jurídico
democrático que no puede ir contra Dios, o sea, contra
los intereses de la jerarquía católica.
¿Es o ha sido necesaria y útil la religión? También ésta
es una pregunta de difícil respuesta. Todos tenemos una
opinión personal a esta pregunta y con frecuencia
nuestras apreciaciones no son coincidentes. Planea sobre
esta cuestión casi siempre la formación intelectual del
que opina. Una mente tan lúcida como la de Richard
Dawkins da una respuesta claramente biológica y
determinista a la cuestión en su libro El espejismo
de Dios. Para él, la religión ha sido una gran
derrochadora de recursos materiales y humanos a lo largo
de la historia. Aparentemente, millones de personas han
muerto por su culpa y es difícil justificar el
despilfarro que significan las pirámides de Egipto o las
catedrales góticas -si Dawkins se plantease también para
qué han servido palacios como el de Versalles, quizá se
pondría en la pista de la buena respuesta-.
(...) Las religiones han sido -y son- ideologías, es
decir, creencias y conceptos que explican el conjunto
del mundo a quienes las sustentan. Como ya demostró
Marx, las ideologías no son ni inocentes ni neutrales.
Las ideologías son frecuentemente mecanismos de
dominación de las clases dirigentes. Éstas presentan sus
intereses al conjunto de la sociedad como los intereses
de todos para reforzar su hegemonía. La ideología ayuda
a la clase dominante a verse a sí misma como detentadora
del poder y de la riqueza por méritos propios y
desarrolla en la conciencia de las clases subalternas la
convicción de que viven en un mundo quizá injusto, pero
inmutable, en el que es mejor obedecer que resistir. En
este sentido, las catedrales y los palacios como
Versalles tenían un fuerte valor simbólico, porque
expresaban con gran majestad y belleza el poder y la
superioridad de la clase dirigente ante las clases
dominadas, al mismo tiempo que halagaban la vanidad de
las primeras y hacían su vida mucho más confortable. El
poder de los símbolos puede ser más efectivo que el de
las bayonetas. Ésta ha sido una función clave -aunque
desde luego no la única- de la religión en largos
periodos de la historia de la humanidad: ser un eficaz
instrumento de dominación. Por otro lado, ya sabemos que
los muertos atribuidos a la locura religiosa tenían
frecuentemente otros asesinos, aunque la religión
pudiese servir como coartada ideológica y justificación
moral de cualquier atrocidad. Para explicar según qué
cosas es más útil la historia que la biología.
¿Y cuál es la utilidad de la religión hoy? En los países
económicamente desarrollados y cultos, la física y la
biología la han sustituido desde hace tiempo como
interpretación del mundo. Las religiones han reconocido
su derrota -aunque hay excepciones como Estados Unidos,
donde los creacionistas siguen librando una guerra
imposible en favor del Génesis- y se han refugiado en su
papel de consoladoras del dolor humano y orientadoras
morales. En esta última función tienen depositadas sus
últimas esperanzas de supervivencia y en este campo
siguen considerándose depositarias de una verdad última,
intangible, que está por encima de las verdades
transitorias, efímeras, ilusorias de la sociedad humana.
Probablemente Dios no existe, de Joan Carles
Marset y Gabriel García Voltà. Ediciones Bronce.
Fecha de publicación: 24 de noviembre. Precio: 17
euros.
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