Desanima que
algo queda
Manuel Cañadas
Pérez
El Plural 17 de Junio de 2009
Los valores
cristianos se fundamentan en los mandamientos de la Ley de Dios
y de la Iglesia y en las bienaventuranzas principalmente. Cuando
se falla en estos principios morales el perdón viene a
solucionar el desaguisado a través de la penitencia y el firme
propósito de no volver a pecar. En realidad con esta forma de
actuar, se forma un ciclo de pecado y perdón con un sentido muy
utilitarista y a medida de cada uno, que puede llevar a la
aritmética del placer, según los británicos Jeremy Benthan y
Stuard Mill.
El perdón no solo es un bien cristiano en si mismo, sino un
elemento esencial en la sociedad para la convivencia y que se
extiende a la humanidad como un regalo frente a la idea romana
del trato al enemigo y al vencido. Posiblemente unos de los
elementos claves de la humanización versus la hominización, fue
precisamente no sólo la compasión, sino en un sentido inverso,
el perdón.
Es evidente que esta formulación se da en la sociedad y además
se da de forma activa y participativa. En una sociedad española,
con profunda raigambre cristiana, en que los valores y
principios que emanan de nuestros antecedentes son católicos, y
que no se dejan invadir fácilmente por la laicidad, van unidos
consustancialmente a la cultura popular, muy por encima de
valores más terrenales como el de la democracia, solidaridad,
igualdad y de ese sexto sentido que nos hace ver la sociedad
como algo de todos. Independientemente de nuestros bienes
particulares existen otros bienes sociales que se administran
desde los principios democráticos, y precisamente es en la
administración de estos bienes, en donde, para unos, la caridad
prima sobre la justicia. Prefieren la limosna frente al impuesto
y el perdón de los impíos sociales frente a la sanción
democrática y judicial que les corresponde.
Es por ello que la corrupción política instalada se trata de
diferente forma según la ideología del electorado. Mientras que
los que están poseídos por los valores cristianos del perdón lo
practican en temas políticos y ejecutan aquello de “Yo voto al
mío aunque sea un impío”. Por el contrario, los más laicos,
ateos, descreídos, agnósticos, masones y otras gentes, no solo
es que no apoyan a la corrupción, si no que se convierten en
unos descreídos del sistema que la tolera y optan por aquello de
“Que les den, que todos son iguales”.
Los sociólogos y los sicólogos conocen estas reacciones, por
otro lado muy humanas, sobre todo cuando se carece del sentido
de ese bien supremo del perdón cristiano, de la tolerancia ante
el delito social (que no tanto cuando el delito es sobre
intereses privados). Es por ello que crispar los ánimos en las
campañas electorales, mentir descaradamente, formular silogismos
falsos, sofismas, y el consabido y tú más, y otros artilugios
verbales que luego son perdonados, convierten a las campañas
electorales en una fuente de desánimo para aquellos que no
entienden del cinismo, y es un martirio para aquellos que no
comprenden las actitudes, aptitudes y modos de negar la
evidencia, por un lado, o de magnificarla por otro, o también,
desmintiéndose o negando lo afirmado.
La reacción del que está cabreado por la crisis, por la
hipoteca, por la corrupción, por la propia sinrazón social en la
que se está abocando, por cierto tipo de hacer política, llega a
la conclusión antes aludida de que todos son iguales y
consecuentemente a la abstención en los procesos electorales.
Creo que es bastante claro que el Partido Popular conoce los
mecanismos y juega este juego, que es partidario de que todo
vale, que la responsabilidad es cosa de quienes ellos quieren
que sea y que esta no les implica a ellos, la oposición no es
responsable cuando ellos están en ella y el poder todo lo puede
cuando les pertenece.
Es por ello que existen serias dudas que estas prácticas sean
democráticas al encerrar dobles intenciones, buscar el desánimo
y la no participación democrática, así como desacreditar el
sistema, pues quien lo preconiza, quizá se encuentran
evidentemente mas cómodos en otros regímenes, a los cuales,
nunca hicieron ascos y por consecuente, quienes practican estos
modos, son de anémicos principios democráticos, lo cual no debe
de importarles mucho por el consabido perdón que encontrarán en
el confesionario, claro, siempre que le iglesia considere un
pecado la anti-democracia, que no creo que sea el caso.
¡Que cruz llevamos a cuestas! Y hablando de cruces, recuerde que
estamos en campaña de la renta, y como es normal tenemos que
crucificar la casilla oportuna.