Thomas May
Thomas May entrevista
para Amazon.com al filósofo de Stanford, Sam Harris,
autor de una demoledora crítica de la fe religiosa que
se ha convertido en un bestseller en EEUU.
Poco tiempo antes del
nacimiento de Cristo, en una época violenta y desquiciada,
el poeta romano y filósofo epicúreo Lucrecio escribió una
obra maestra monumental titulada De
Rerum Natura (“De
la naturaleza de las cosas”). Uno de sus objetivos era
liberar a la humanidad de las supersticiones religiosas que
impedían lograr la verdadera paz del alma y la felicidad,
según creía el poeta. En el libro que presentamos -The
End of Faith: Religión, Terror and the Future of Reason [El
final de la fe: religión, terror y el futuro de la razón]-
Sam Harris juega el papel de un Lucrecio actual. Estudió
filosofía en Standford y actualmente es candidato a obtener
un doctorado en neurociencia. Harris es muy consciente de
que un libro sobre los daños inherentes de la religión
institucionalizada y dogmática pueden despertar muchas
controversias; pero escribió su libro con una sensación de
urgencia ante lo que considera la mayor amenaza actual. En
el libro es una argumentación sobre el carácter dogmático de
la fe en contraposición con el misticismo, sobre el papel
que juega la razón en el lenguaje civil y su esperanza de
que los humanos logren superar su propensión a la violencia
religiosa, antes de que sea demasiado tarde
- Es obvio que hay algo en la
arquitectura cognitiva humana que nos lleva a albergar creencias
sobre un ser trascendente. ¿Cómo puede explicarlo, teniendo en
cuenta su propio trabajo en neurociencia?
No tengo noticia de ningún
resultado de la neurociencia que hable directamente de este
tema. Pero hay ciertas características de la mente humana que
claramente son relevantes para explicarlo. Nacemos perfectamente
equipados para vivir en nuestro mundo circundante. Salimos del
útero materno listos para percibir los rostros como rostros,
para adquirir el lenguaje y gradualmente comenzar a reconocer
que estamos en presencia de otras mentes similares a la nuestra.
La preeminencia del animismo entre nuestros ancestros primitivos
–y su persistencia en algunas tribus primitivas- demuestra que
tendemos a otorgar cualidades humanas a los procesos naturales.
Sólo cuando logramos un conocimiento más profundo de los
procesos causales que ocurren en el mundo (con la ayuda de la
ciencia) estamos en condiciones de comprender, por ejemplo, que
las nubes de tormenta no son dioses enojados, y que las
enfermedades no son el resultado de una posesión demoníaca. Es
difícil decir en qué lugar debemos trazar la línea entre el
bagaje genético y la herencia cultural, y por cierto ambos
operan en el caso de las creencias religiosas. Pero lo más
importante es que es evidente que tenemos una marcada
disposición para proyectar nuestra propia subjetividad en el
mundo. De hecho, el Dios bíblico es celoso, colérico e
insoportablemente neurótico. Y los dioses griegos eran como
adolescentes que se quedaban solos en la casa paterna de fin de
semana. Sin embargo, del hecho de que tengamos una
predisposición para concebir el universo en términos
antropomórficos no se sigue que estemos condenados a hacerlo de
esa manera.
¿Podría explicarnos el mix
de biología y cultura dentro de este fenómeno que Ud. describe?
Por ejemplo, ¿qué piensa Ud. de los argumentos de Dean Hamer en
“The God Gene”? Si existe una fuerza biológica que nos lleva a
tener fe, ¿cómo damos cuenta de la enorme diferencia cultural
que divide al monoteísmo occidental y el misticismo oriental?
Probablemente sea inútil intentar
explicar los rasgos cognitivos superiores en términos de genes
individuales. Pero sea cual fuera la historia en el nivel
genético, la biología sólo determina vagamente cada uno de los
procesos culturales. Necesitamos comer, pero no necesitamos
comer pasta. Tenemos una propensión a sentir celos, pero esta
emoción puede manifestarse a la manera de un Cary Grant o de un
Mullah Omar. La misma biología y una cultura diferente. Si bien
gran parte de nuestro comportamiento como seres humanos deriva
de nuestra biología, si se conserva con sus rasgos originales es
porque no hemos experimentado una presión suficiente que nos
obligue a cambiarla. La cultura no mejora de manera sistemática
el diseño de sus productos (tampoco lo hace la biología).
Entonces, si bien podemos observar diferencias importantes en
las distintas culturas, es posible que esas diferencias sólo
sean el reflejo de que las comunidades tienden a usar las
herramientas que han encontrado mientras les son útiles, y no
necesitamos pensar que esas diferencias reflejan algo más
profundo sobre nosotros y nuestra constitución humana.
Consideremos las diferencias entre la medicina oriental y
occidental. ¿Tienen ambas un valor de uso equivalente? Pues no.
¿La medicina oriental es mejor para los orientales? No. Si bien
la medicina oriental puede ser útil para tratar algunas
enfermedades -e incluso es posible que en algunos casos sea
mejor que la medicina occidental- simplemente no resisten
comparación. Ninguna persona sensata que sufra de apendicitis,
de un aneurisma o un cáncer de pulmón visitaría al acupunturista
antes de ir al hospital. Eso es tan cierto en Nueva York como en
Hong Kong. Sin embargo, en lo que hace a la actividad
espiritual, las diferencias son de otro tipo. Si bien el
misticismo oriental alberga una buena cantidad de creencias
injustificadas, sin embargo, es indudable que éste ha sido el
mejor intento de la humanidad en cuanto a ciencia espiritual.
Los métodos de introspección del budismo, por ejemplo, no tienen
ningún equivalente en occidente. Y una prueba de ello son los
intentos desesperados de los occidentales para que sus
tradiciones religiosas sean consideradas igualmente sabias. Pero
no lo son. Cuando el Lama tibetano habla de “la consciencia no
dual” (Tib.rigpa) y el Papa habla sobre Dios o el Espíritu Santo
(o sobre cualquier otra cosa), no están hablando sobre lo mismo;
tampoco están trabajando con los mismos supuestos. El Lama
utiliza una terminología muy precisa (que no tiene un
equivalente preciso en inglés) para describir algo que brota de
la experiencia de cientos de meditadores que han aprendido
refinados métodos de introspección; mientras que el Papa
simplemente repite supuestos metafísicos injustificados e
injustificables que los cristianos han heredado, en el contexto
de una cultura que no ha logrado reemplazar la simple fe por
alternativas interesantes. Y esas alternativas existen desde
hace milenios al este de Bósforo. Lo que estoy diciendo no
implica ignorar a los Meister Eckart , aunque siempre han sido
la excepción en occidente. Y es muy importante recordar que
justamente por su excepcionalidad siempre fueron perseguidos y
considerados herejes..
Entonces, básicamente Ud.
caracteriza a la religión occidental como peligrosa y al
misticismo oriental como prometedor. Pero ¿cómo ha llegado a esa
conclusión?
Si arrancamos al misticismo de su
dogmatismo religioso, obtendremos una propuesta empírica y
altamente racional. Así como la gente no estaca y quema a su
vecino luego de sus nuevos descubrimientos físicos o biológicos,
nadie está dispuesto a hacerlo por mero misticismo. La Religión,
y especialmente la religión occidental, es algo muy distinto. La
creencia religiosa es un modo de cortar el diálogo.La única
garantía de una continua colaboración entre los seres humanos es
una buena disposición para modificar nuestras ideas (y el
comportamiento resultante) por medio del diálogo y a la luz de
nuevas evidencias y argumentos. Pues de otro modo y cuando hay
mucho en juego, sólo cabe apelar a la fuerza. Si yo creo que
puedo alcanzar el paraíso estrellando un avión en un edificio y
me conformo con creerlo aunque carezco de pruebas empíricas,
entonces nada de lo que diga otra persona logrará persuadirme,
porque me he entregado a una fe que me hace inmune al poder del
diálogo.
En otras palabras, Ud. cree
que es importante hacer una distinción clara entre “fe” y
“espiritualidad”. Sintéticamente, ¿en qué consiste esa
distinción?
La “fe” es una creencia falsa en
proposiciones injustificadas (que un libro determinado fue
escrito por Dios, que nos reuniremos con nuestros seres queridos
luego de la muerte, que el Creador del Universo puede leer
nuestros pensamientos, etc.) La “espiritualidad” o el
“misticismo” (ambas palabras son bastante espantosas, pero no
tenemos mejores vocablos en inglés) hacen referencia a un vasto
proceso de introspección por medio del cual una persona está en
condiciones de advertir que ese sentimiento que se llama “yo” es
una ilusión cognitiva. La verdad central del misticismo es la
siguiente: podemos tener una experiencia del mundo sin necesidad
de sentirnos como un “yo” separado, en el sentido habitual del
término. Sin embargo, no es necesario que este cambio en el
carácter de nuestra experiencia sea el resultado de realizar
afirmaciones insostenibles acerca de la naturaleza del universo.
¿Por qué cree Ud. que los
esfuerzos anteriores destinados a eliminar la fe mediante el
materialismo clásico han resultado en niveles de violencia
similares a los que, según creemos, fueron inspirados por la fe
(por ejemplo el comunismo)
El comunismo no fue un intento de
eliminación de la fe. Fue una nueva fe, aunque no una fe en el
más allá. El comunismo fue irracional. La manía de Stalin en
contra de la “biología capitalista” y su apoyo al lysenkismo
(una reformulación de la doctrina lamarckiana sobre las
características adquiridas, esto es, la idea de que las jirafas
tienen cuellos altos porque sus ancestros trataban de encontrar
ramas cada vez más altas) es sólo un ejemplo del dogmatismo
propio del comunismo estalinista. Los científicos
librepensadores (lo que equivale a decir racionales) que no
apoyaron esta ideología fueron enviados al Gulag. Millones
murieron de hambre -tanto en la Unión Soviética como en China-
porque no lograron poner en práctica las sanas prácticas
agrícolas de la genética mendeliana.Pero la intolerancia
producto de la fe a la que se refiere mi libro no es la del
Gulag. Es la intolerancia coloquial. Cuando la gente formula
hipótesis raras y sin prueba alguna, entonces dejamos de
prestarle atención, salvo que se trate de cuestiones de fe. Lo
que pretendo decir es que no debemos permitir que la fe siga por
este camino. Las creencias falsas deberían ser criticadas ahí
donde aparezcan en nuestra conversación; en la física, pero
también en cuestiones referidas a la ética y la espiritualidad.
En más de una ocasión, el Presidente de los EEUU ha pretendido
dialogar directamente con Dios. Ahora bien; si dijera que se
comunica con Dios por medio de su secador de cabello, entonces
habría una emergencia nacional. No alcanzo a comprender por qué,
si le agregamos el secador de cabello, su afirmación puede
resultar más ridícula y ofensiva.
Siguiendo la lógica de su
propia argumentación sobre la fe, ¿cómo fue posible, por
ejemplo, que la cristiandad alcanzara un estado de relativa
“domesticación” en la modernidad antigua, y no fuera
ridiculizado y tenido por un absurdo?
Pues bien, en algunos momentos
importantes fue ridiculizada, especialmente en Europa (piense en
Voltaire y Hume) y estos períodos dan cuenta de que los europeos
modernos no estaban tan dispuestos a vagar por el camino de la
irracionalidad bíblica como lo estamos nosotros, los
estadounidenses. Más importante aún, la cristiandad ha sufrido
un retroceso permanente -y no oficialmente reconocido- como
consecuencia del progreso de la ciencia y de la cultura laicas
occidentales. Los curas aún seguirían diagnosticando una
posesión demoníaca, si no fuera por los avances de la ciencia
médica en los últimos 200 años. Han disminuido gradualmente
(pero de manera radical) aquellas situaciones en las cuales la
oración puede presentarse como una primera respuesta adecuada e
incluso sana ante el sufrimiento humano. Otra característica
importante de la cristiandad –que desgraciadamente no comparte
el Islam- es que ofrece flancos a su “domesticación”.”“Dad al
Cesar lo que es del Cesar…” es un buen argumento para separar a
la Iglesia del Estado. El Islam es más complicado en este punto.
Para un musulmán que actúa de acuerdo con la doctrina islámica
del Corán o del Hadith, es harto más difícil separar la religión
de la política.
Si tenemos en cuenta la
reacción de los lectores ante su libro, ¿no teme que pueda
convertirse simplemente en una “prédica para conversos? O
¿espera lograr el esperado diálogo, luego de un cambio radical
de valores?
En realidad aspiro a iniciar un
diálogo. Y, en todo caso, no estoy seguro de quiénes son los
“conversos”. Parece que mi libro ofende por igual a liberales y
conservadores. A los conservadores les agrada lo que digo sobre
el Islam, pero retroceden ante cualquier ataque a la
cristiandad. Y los liberales detestan lo que digo del Islam
(porque es políticamente incorrecto), pero aprecian mis
argumentos en contra de la intrusión del fundamentalismo
cristiano en la política social. Ambos se niegan a aceptar mi
argumento central en contra de la fe. Es posible que la
dedicatoria de mi libro le aporte una idea clara. Lo escribí
sólo “para mi madre”. Al menos ella está de acuerdo conmigo.
¿Cuáles son las reacciones
menos esperadas con las que se encontró, tanto a favor como en
contra?
Me ha sorprendido mucho advertir
que algunos cristianos celebraron mi argumento en contra de la
religión moderada. Un ministro baptista considera que mi libro
es algo así como un último clavo en el ataúd de la moderación
religiosa, y considera que he logrado probar que sólo hay dos
opciones válidas: laicismo o fundamentalismo. Pero lo que
encuentro más sorprendente es el modo en que refuta mi tesis:
simplemente no ofrece ninguna refutación. El ministro se refirió
a mi libro en la radio durante 40 minutos, sólo hubo algunas
pocas distorsiones y no sometió mi argumento sobre la fe a
ningún tipo de objeción. Parecía que cualquier proceso de
razonamiento que pusiera en cuestión la fe debería ser tan
obviamente inaceptable para su audiencia, que no era necesario
ni tan siquiera considerarlo. Su discurso fue algo así como un
lanzamiento para mi libro, pues si bien implícitamente lo
condenaba en realidad era como observarlo a través de un
cristal.Sin embargo, y para decirlo de un modo general, de
continuo me sorprende advertir que incluso los intelectuales
laicos creen que la fe es necesaria para la gente. El argumento
más común es el siguiente:”Nunca nos libraremos de la religión.
Simplemente es demasiado importante para la gente.” Pero, ¿cómo
es posible que alguien crea saber que efectivamente esto es así?
Seguramente en la primera mitad del siglo XIX había mucha gente
que decía cosas tales como “Nunca nos libraremos de la
esclavitud. Simplemente es muy necesaria para la economía…”Se
trata de una afirmación similar, por supuesto, pero fue producto
de la pereza intelectual y moral y simplemente estaba errada.
La famosa frase de los
Hermanos Karamazov de Dostoviesky: “sin Dios, todo está
permitido,” está en la boca de los teístas que desean advertir
sobre los peligros de una vida sin certeza moral trascendente.
¿Ud. cree que es seguro decir que “con Dios todo está permitido
(por ejemplo, el asesinato, el genocidio, etc)?
Si, pero yo ampliaría el alcance de
esta afirmación: Con falsas certezas todo es posible. Eso
incluye también a los Hitler y Stalin de todo el mundo.
¿Cuál es la cosa más
sencilla y práctica que puede hacer la gente que está de acuerdo
con sus conclusiones y desea comenzar a cambiar ahora mismo ese
amplio consenso sobre la fe religiosa?
Repito que lo que hay que hacer es
encontrar nuevas reglas para el discurso, y no nuevas leyes o
demostraciones callejeras. Simplemente imagine qué distintas
serían las cosas si cada vez que una persona que goza de poder
mencionara la palabra “Dios”, la prensa reaccionara como si
hubiera hecho uso de la palabra “Poseidón”. Nuestro discurso
cambiaría rápida y espectacularmente. Imagine a alguien que se
opone a la investigación con células madre en el Senado que
dijera algo así como “la vida es un regalo de Zeus. Nadie debe
interferir en su curso.”Es obvio que la crítica y la honradez
intelectual no bastan. Desde un punto de vista positivo,
necesitamos encontrar propuestas creativas para la ética, para
la experiencia espiritual y para lograr comunidades fuertemente
estructuradas. El estudio científico de las experiencias humanas
positivas –diversión, amor, compasión, estados de meditación,
etc- juega también un papel importante. Pero eso lleva tiempo.
Sin embargo, no necesitamos tiempo para advertir que cuando la
gente invoca a Dios en un discurso público, o bien está hablando
de cosas vacías, o realiza afirmaciones muy sospechosas sobre la
naturaleza del mundo o sobre el carácter de su propia
experiencia. Debemos exigirles que comiencen a hablar con
sentido, y si no lo hacen, deberíamos negarnos a escucharles.
¿Podríamos afirmar que su
texto es similar a una “plegaria”?. ¿Finalmente piensa Ud. que
los humanos seremos capaces de evitar el Apocalipsis, que la
mayor amenaza derivada de la fe religiosa, según su propia
opinión?
No soy tan optimista como quisiera.
Desde el punto de vista psicológico el optimismo es una
experiencia interesante, pero si bien encuentro motivos para
luchar en contra de la religión, sin embargo no hallo una base
concreta que me ayude a pensar que cambiaremos para mejor. Hemos
pasado demasiado tiempo en compañía de malas ideas como para que
ahora estemos en condiciones de detener nuestro descenso hacia
el precipicio. Espero estar equivocado, pero no me sorprendería
que las cosas se salieran de cauce durante el transcurso de
nuestra vida.Las personas que tienen en sus manos el poder para
cambiar la civilización no piensan, no hablan ni distribuyen los
recursos como debieran, a fin de evitar la catástrofe. Que
elijamos presidentes dispuestos a perder el tiempo con el
matrimonio gay, cuando estamos ante una amenaza por la
inseguridad de las armas nucleares en manos de la ex Unión
Soviética (para citar sólo un ejemplo de una amenaza inminente
para nuestra supervivencia), es un ejemplo de lo mal que estamos
(y también es un emblema del papel que juega la fe como fuerza
impulsora). De modo que no soy optimista. Sin embargo, todos
estamos en condiciones de intentar cambiar el curso del mundo
para mejor. ¿Qué otra cosa nos queda?
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Sam Harris es filósofo
de Stanford y autor de una demoledora crítica de la fe religiosa
que se ha convertido en un bestseller en EEUU.
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