Cuando el último de los dioses se nos esfume
Víctor Casco
Digo Vivir 28 de Octubre de 2009
Este pasado fin de semana ha tenido lugar en el Ateneo de Cáceres el I Encuentro Laicista en Extremadura. Un evento al que han acudido diversas personas de la región y del país. Hemos podido oír a representantes de colectivos de base cristianos defender la sociedad laicista y reclamar la libertad de conciencia, frente a las jerarquías inamovibles a toda razón que gobiernan “su” iglesia. Hemos escuchado a colectivos musulmanes plantear lo mismo. Hemos conocido de primera mano la experiencia del Doctor Montes en el Severo Ochoa y la historia de la persecución a la que fue sometido por los integristas del gobierno de Madrid por defender su trabajo y los cuidados paliativos, frente a quienes se complacen en el sufrimiento del enfermo… ¡a mayor imitación de Jesucristo, que sufrió por nosotros!… llegan a decir. Incluso yo he podido colarme en el Congreso para defender mis posturas ateas. De todo tiene que haber en la viña del señor y no podía faltar un representante del mal (Benedicto XVI dixit) en dicho Congreso.
¡Ah las religiones! Que divertida es su historia. Por ejemplo, ¿qué libro de secundaria se atreve a plantear la siguiente obviedad historiográfica? Que las fuentes existentes no nos permiten afirmar con rotundidad que Jesús existiera o no existiera en el siglo I, al menos, que existiera tal y como es relatada su vida en los Evangelios canónicos. Y menos aún encontraremos un libro de secundaria que se atreva a mencionar la siguiente apuesta: que Jesús es un personaje inventado.
La Biblia, por cierto, fue rehecha a lo largo de siglos, respondiendo a distintas y contrapuestas tradiciones. Muchos de sus mitos, como el Diluvio, copiados de otras culturas. Entre sus textos abundan las contradicciones y los errores. Se inventan hechos o lo falsean.
Sepan ustedes que antes del siglo IV no tenemos copias – no digamos originales – de los llamados Evangelios canónicos. Y los canónicos convivieron muchos siglos junto a los apócrifos, aquellas otras obras que planteaban variaciones sustanciales sobre la ortodoxia. Ninguno de los evangelios fue escrito directamente por autores que vivieran junto a Jesús. Todos son posteriores. Las cartas de Pablo son las más antiguas… personaje que tampoco conoció a Jesús y que apenas transmite noticias sobre su vida.
El Corán, otro ejemplo, el libro sagrado de los musulmanes, “inventado” un siglo después de la muerte del Profeta, no digamos ya los llamados “dichos de Mahoma”. Podríamos seguir, religión tras religión, texto divino tras texto divino. Y sin embargo soy consciente de que los dioses seguirán existiendo mientras exista el hombre. Cuando el último de nosotros haya muerto y con él el miedo a la muerte, entonces las divinidades que han poblado nuestro imaginario se esfumarán, sin hacer ruido, sin provocar más daño. Mientras llega, sólo nos queda convivir lo mejor posible. Para ello, se hace imprescindible el Estado laico.