Los crucifijos en los colegios y el laicismo
Juan
Pedro Viñuela
Extremadura
Progresista
11 de Diciembre de 2009
Desde luego es que este país no tiene remedio. La que se
ha montado otra vez con lo de los crucifijos a raíz de
la sentencia del tribunal de Estrasburgo sobre la
eliminación de los crucifijos de las escuelas. La
comisión de educación española aprobó esta medida, con
el apoyo del PSOE, lo cual es curioso. Pero el ejecutivo
frena la acción y la aplaza hasta la elaboración de la
ley de libertad religiosa. Otra vez bajada de pantalones
de los socialistas frente al clero. ¿cómo tienen tanto
poder los unos y tanto miedo los otros? No creo que
exista ningún conflicto social si se retiran los
crucifijos, mientras que no se atente contra la libertad
de conciencia, opinión y religiosa. Igual que es
necesario eliminar cualquier simbolismo religioso en los
actos oficiales. Es lo que se deriva de la
aconfesionalidad (estado laico) de nuestra constitución.
No habría conflicto porque nuestra sociedad es cada día
más indiferente. Lo que le queda de religión es
meramente cáscara, ritual. Estamos en la fase terciaria
de la religión, que diría el filósofo Gustavo Bueno.
Pero en realidad, por parte del poder hay miedo. La
iglesia debe ser un Lobby. Lo que no entiendo es la
actitud exigente de la iglesia, su actitud dogmática que
quiere tergiversar la democracia, convirtiéndola en una
teocracia, cuando, encima, no tiene dónde caerse muerta.
La iglesia es una institución muerta. No tiene
vocaciones, su discurso es rancio, pero peligroso. Ha
abandonado la modernización y el progreso del Vaticano
II, con lo que ha perdido el paso y la oportunidad de
participar en la sociedad plural y democrática con su
voz ética (el mensaje evangélico). La iglesia es
financiada por el estado. Sin él no subsistiría. No se
debe morder la mano que te da de comer. La iglesia debe
reconducir su acción y dirigir sus empeños a la
realización de su ideal ético que yo fijaría, junto con
el jesuita Jon sobrino e Ignacio Ellacuría en el
siguiente lema: fuera de los pobres no hay salvación.
Este lema sustituye al intolerante que dirige a la
iglesia desde las profundidades de la edad media: fuera
de la iglesia no hay salvación. Son muchas las
injusticias y miserias del mundo, mucha pobreza, mucho
egoísmo, mucha riqueza mal repartida, mucho abuso del
poder, y connivencia del poder político con el económico
y militar. Hay una inmensa tarea ética por delante. Hay
injusticias arbitrarias que jamás se restituyen. A esa
tarea debería dedicarse la iglesia y su apostolado. No
centrarse en la parafernalia ritual. El ritual, si bien
necesario para las instituciones, es vacío sin la acción
que debe estar orientada desde un conjunto de ideas. En
el caso de la iglesia, sugiero, debe ser la ética
evangélica. No voy a entrar aquí en un análisis y una
crítica de la misma. Sólo decir que de ella se desprende
el concepto de dignidad del hombre y de justicia
universal. Y eso es lo primero. Pero esto no tiene nada
que ver con la intolerancia de la que hace gala la
iglesia; encima, amparándose en la libertad religiosa.
Se parte de la libertad religiosa para imponer sus ideas
fundamentalistas, dogmáticas y excluyentes. Vamos a ver,
la iglesia, como institución, es profundamente
antidemocrática. No admite la libertad de pensamiento.
La interpretación de los textos viene dada por la
autoridad. No existe el debate. Lo que no se entiende es
misterio. Y los horrores que han causado en la historia
por su intolerancia son achacados a meros errores
humanos. Esto es una auténtica barbaridad. La
criminalidad de la iglesia es un hecho probado
históricamente. Lo más cercano que tenemos es la guerra
civil y la connivencia con los cuarenta años de
franquismo. Y de ello nunca se han arrepentido y son
cientos de miles los muertos de los que aún sobreviven
hijos y hermanos. Esto es una desfachatez y una falta de
vergüenza. La democracia debe admitir, como principio,
la libertad de pensamiento y de opinión, así como de
creencia. Eso se recoge en el artículo 16 de la
constitución. Aunque la iglesia se ampara en un
subapartado y es que el estado deberá tomar en
consideración las creencias de los españoles. Ahí se
abre la puerta a los crucifijos en las escuelas y actos
oficiales. Pero esto ya es pasado, la sociedad es cada
vez más indiferente. Se cumple minoritariamente con los
rituales de la iglesia. Y, para nada, se cumple con los
mandamientos de la religión y, aún menos, con los
mandamientos de la iglesia. La situación en treinta años
ha cambiado mucho. Han aumentado los indiferentes, los
ateos, y los de otras religiones procedentes de la
inmigración. El laicismo es esencial a la democracia.
Distinguir entre laicismo y laicidad es un error. O hay
laicismo, separación absoluta entre la religión y el
estado, o no lo hay. Aquí no hay medias tintas. Además,
el laicismo, al garantizar la democracia, como
pluralismo y libertad de conciencia, lo que está
garantizando es la libertad religiosa. Esto es, favorece
el libre desarrollo de las religiones. Pero el problema
del catolicismo es que, como todas las religiones
monoteístas, las del libro, es excluyente y lleva en sí
el germen de la intolerancia y la teocracia. Las
religiones del libro, y hablamos aquí del cristianismo
católico, que es el que nos compete, al proclamar un
dios único son excluyentes. Lo que significa que no
admiten otro sistema de creencias; por lo tanto, atentan
contra la libertad religiosa. Esto por un lado, por
otro, al considerar que son la verdad, porque sus textos
son de inspiración divina y la interpretación de los
mimos también, entonces quieren anular cualquier verdad.
Ello implica, que la religión atenta contra la libertad
religiosa por su propia naturaleza. De ahí la
intolerancia secular de la iglesia. Pero hay un tercer
aspecto. Como la iglesia es la verdad y su visión del
orden ético-político son de suyo, la verdad, pues
tienden a ser reflejados en el poder político. Esto
quiere decir que en la iglesia cristiana, no menos que
en el Islam, está el germen de la teocracia, que es, en
definitiva, lo que quieren recuperar: la alianza entre
el trono y el altar, más bien la subordinación. Y el
legado de la historia lo que nos muestra es que cuando
la religión ha tenido este poder lo ha utilizado para
exterminar al disidente, al hereje (el que es de otra
opinión).
Y, para concluir, responder a José M. Rouco
Varela, a mi modo de ver, un impresentable
desde el punto de vista moral por el fanatismo e
intolerancia de sus ideas que atentan contra la esencia
misma de la democracia, la libertad. Y, encima, desde el
cinismo, ya que somos todos, el estado democrático, los
que los mantenemos. Dice este señor que renunciar al
símbolo de la cruz es negar a nuestros hijos el símbolo
de nuestros padres, de nuestra nación, de nuestra
identidad cultural, en fin, de nuestra civilización.
Pues bien, es verdad, pero lo que hay que ver es lo que
está detrás de ese símbolo y esto lo deberían aprender
en todas las escuelas. Aquí hay tres cosas que decir. La
primera es que el símbolo de la cruz representa al
cristianismo en su visión primitiva, la ética cristiana.
Aquí nada que objetar por lo dicho anteriormente. Sólo
decir que sería interesante que esto lo conociesen todos
los alumnos de mano de un historiador o filósofo, no de
un cura intolerante y adoctrinador. En segundo lugar, la
cruz muestra una forma ética de vida que es
cuestionable. Para mí hay dos paradigmas que son los
pilares de la civilización occidental: la filosofía y la
ciencia griega y el judeocristianismo. La filosofía nos
muestra el camino de la serenidad frente a la muerte, la
vida racional, la vida buena o virtuosa. El ejemplo es
la muerte de Sócrates y la idea de muerte y suicidio de
los estoicos. En cambio, lo que se desprende de la
muerte en la cruz es la pasión, el sufrimiento, e,
incluso, la desesperación: dios mío, por qué me has
abandonado. En última instancia la ética que se
desprende del símbolo de la cruz no es la de la virtud,
sino la de la resignación y el resentimiento. Y, en
tercer lugar, la cruz es el símbolo de la intolerancia y
de la guerra, del exterminio y del genocidio. Y esto,
como también lo segundo, deben conocerlos en los
colegios, de manos de los historiadores y los filósofos.
Por supuesto que no podemos olvidarnos del símbolo de la
cruz. Pero tenemos que saber qué significa. Y esto sí es
enseñanza de la religión vista desde fuera. No desde el
dogmatismo interno.
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