José Luis
Romero
UCR
13 de Diciembre de 2009
El
portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Juan
Antonio Martínez, proclamó urbi et orbi el pasado día 11
que el aborto debe ser castigado como un delito, y
volvió a insistir en que están excomulgados, y por tanto
no pueden comulgar, los diputados que voten a favor de
la reforma de la vigente Ley sobre Interrupción del
Embarazo.
La polémica
desatada no es consecuencia de la ley, sino de no haber
dejado bien sentado, desde la Constitución para acá, el
sitio que le corresponde al Estado, y el que en relación
con él le corresponde a la Iglesia catolicorromana.
Desde 1978 las cuentas entre el Estado y la Iglesia son
cada vez menos claras. El Estado y la Iglesia tienen
connotaciones comunes, basadas en la demografía y la
sociología, porque todos los habitantes de España son
ciudadanos del Estado español, y una buena parte de
ellos son católicos. Todos los católicos son del Estado,
pero no todos los habitantes del Estado son católicos.
En la
filosofía de nuestra Constitución y en el mandato
expreso que encierra el artículo 16, se recoge esa
realidad, al declarar que “ninguna confesión tendrá
carácter estatal”, y que el Estado mantendrá “las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia
católica y las demás confesiones”. Pues bien, todo eso
se ha quedado sólo en el papel…, y encima papel mojado.
Y hay que
plantearse: ¿financiar a la Iglesia por el Estado
(5.000 millones de euros anuales, en pagos directos de
sueldos, subvenciones, ayudas o exenciones fiscales)
encaja con lo que dice la Constitución? Y la siguiente
pregunta es: ¿La cúpula de la Iglesia católica en
España, cuando le conviene ciudadanos del Estado
español, y cuando le conviene del Estado vaticano, de
quién depende, del primero, del segundo, o de la
“comunidad autónoma número 18”, la Conferencia
Episcopal? Porque esa dependencia está en estrechísima
relación con su financiación.
Si la
corrupción política en España tiene un claro cimiento en
la financiación de los partidos, el enfrentamiento entre
el Estado y la Iglesia-organización arranca de la
financiación de ésta por aquél, aun en contra de la
solera ideológica e histórica del PSOE, de la opinión de
sus bases, de la opinión de una inmensa base cristiana,
de las bases lógico-científicas del Estado de Derecho, y
del sentido común decente, a pesar de que quienes
permiten desde el Gobierno esa financiación, o la
protegen en pretendidos alardes de ingeniería
seudopolítica, crean que por ello iban a callarse los
jefes eclesiásticos…, que sólo se han callado respecto a
denunciar la corrupción pública.
Y como no
teníamos bastante con tanto “circo” (el del Estado no
confesional dándole a la Iglesia católica muchísimo más
dinero que cuando era confesional; la Iglesia
injiriéndose en la legislación del Estado, como si se
mantuviera la confusión histórica del trono/altar,
etc.), aparece un portavoz episcopal diciendo cosas
nuevas como que “quitar la vida a un ser humano es
contradictorio con la fe católica” (declaraciones del 10
de noviembre pasado).
Digo “cosas nuevas” porque su vigencia parte de 1975.
Antes no era ley de Dios o estaba de vacaciones…, o no
se lo dijeron a Franco y su gente cuando en la guerra,
en la posguerra y después quitaban de en medio no a los
seres humanos a los que se refiere el portavoz
(embriones de uno, dos o tres meses), sino a los ya
creciditos, con hijos y nietos. Y ocasiones de decírselo
tuvieron de sobra, con tanto como trataron y hablaron
con el genocida, bien en los despachos oficiales o bajo
los palios con los que entraban al dictador en las
iglesias, y con las buenísimas relaciones de cariño que
llevaron a instituir en las misas (la principal
obligación de un cristiano, según el catecismo católico)
la petición de preces por la salud del “jefe del Estado”
en todas las misas celebradas todos los días en todos
los templos de toda España.
Como no
tienen bastante los señores obispos, llegan ya, en el
colmo ciclópeo de la provocación, la impunidad, la
falacia y las desvergüenzas e ilicitudes
institucionales, a decir que el aborto es un crimen. El
aborto está autorizado en España porque hay una ley que
ha sido votada con gran mayoría en las Cortes Generales,
donde radica la representación de la soberanía popular,
de la que provienen todos los poderes del Estado; fue
votada sobre un proyecto de ley elaborado por un
Gobierno legítimo y legal, ejercida y juzgada por los
jueces competentes, y sancionada y promulgada por el
jefe del Estado.
Pues bien,
según el portavoz, todos, todos, cada uno en su ámbito
constitucional, al actuar sobre la ley que implanta un
crimen, son CRIMINALES. Es el mundo al revés: la Iglesia
dice lo que es delito o no, y define la moral pública;
respecto a la suya, tiene el derecho y el deber de
fijarla, pero no la moral laica, lo que tenemos que
hacer los católicos, los cristianos no católicos, los
creyentes no cristianos, y los no creyentes. Y se
soporta que portavoces y obispos cometan el delito de
calumnia, que es la imputación indebida de otro delito,
mezclando la acusación, y pretendiendo fundarla en las
palabras de Dios.
El aborto
legal no es delito, por mucho “canoneo” que arguyan los
corifeos episcopales. Lo que sí es pecado, según su
propia doctrina, es llevarse el dinero que no han de
devolver y contra la voluntad de sus dueños. Cuando
quieran, que soliciten del Gobierno, y éste responda
democráticamente, que nos pregunte a los españoles si
queremos darle a la Iglesia catolicorromana 5.000
millones de euros anuales, hasta siempre, según parece
ser la intención de la una y el otro.
Como en
todos los esperpentos, en éste aparecen “actores” por
libre en el patio del pícaro monipodio político, para
“redondear” el espectáculo. El portavoz niega misas y
comuniones a los miembros de las Cortes que voten a
favor de la reforma de la ley, a ésos que están ligados
a la vez a la fe y a la razón, a ésos que llevan una
mano por el cielo y otra por el suelo, a los que quieren
estar en misa y repicando y defienden los círculos
cuadrados…, entrando en natural contradicción entre lo
que dice el artículo 67.2 de la Constitución (“Los
miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por
mandato imperativo”) y lo que les diga el portavoz,
cumpliendo órdenes de la Conferencia y del Vaticano,
bien como Iglesia de Cristo o como Estado (“estén en el
partido que estén y por encima de lo que les diga su
partido”).
A estos
“actores” se les presentan los problemas bipolares
propios de estar ligados a la vez a la creencia y al
sillón, sobre todo si son o declaran ser socialistas. Se
puede ser socialista por muchas causas y cauces y
clases. Una persona puede ser socialista en lo social,
en lo económico, en lo político, y yo tengo muchos
compañeros que lo son profundamente, siendo católicos,
de los que me fío plenamente y me pueden dar ejemplo.
Pero nunca
serán socialistas filosóficamente, porque es imposible
conciliar la fe y el dogma católicos con la negación
filosófica de la fe y el dogma que es el socialismo para
ser tributarios de la razón y la demostración y la
rectificación razonable. El que pretenda ser socialista
filosófico, que no me venga “como político que quiere
inspirar su vida en el evangelio de Jesús”. ¡Como si se
quiere hacer vegetariano! Pero dejar el sillón, seguro
que no. Y que no vaya diciendo el rechazo que le
producía ver comulgar a Pinochet… Si no se tiene que ir
tan lejos: aquí, más cerca, tenía a Franco, que en
cualquier esquina se cargó a más gente que Pinochet en
todo Chile, y las comuniones, los palios, etc., se los
proporcionaban aquí los mismos que les daban las
comuniones a él…
Sevilla, 13 de
diciembre de 2009
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José Luis
Romero es miembro del Colectivo Republicano Tercer
Milenio