Por tanto, se trata de espacios tan
profundos e íntimos que es una temeridad
hacer afirmaciones que invadan el
sentimiento trascendente ajeno, sea o no
equivocado; pero es una temeridad para
todos, no solamente para algunos. Es
evidente que la libertad de conciencia
(amparada como uno de los derechos
humanos universales en el art.18 de la
Carta Magna) nos impele a todos los
ciudadanos a respetar las convicciones
del prójimo, siempre y cuando no dañen a
los demás.
Pero en lo que concierne a la Iglesia
Católica el asunto se trastoca y, en
lugar de respetar las conciencias
ajenas, se siguen auto-erigiendo como el
único representante espiritual (e
ideológico y político) de los españoles;
y, saltándose la regla que exigen sin
condiciones para sí mismos, no tienen
ningún escrúpulo a la hora de denigrar
otras posturas diferentes, especialmente
las laicistas, las racionalistas o las
agnósticas (...y menos mal que en estos
tiempos se limitan sólo a insultar y
difamar..).
El diario Público publicaba la semana
pasada un informe del Ministerio de
Justicia que ha sido presentado en los
cursos de verano de la Fundación
Pluralismo y Convivencia. Los resultados
de este informe son claramente
desfavorables para la Iglesia; mientras
que un 75,3% de la población se declara
católica, sólo el 20% de éstos dice
“ejercer” como tal; y el resto, es
decir, el 80% de los que se
autodenominan católicos, no cumplen
ninguna de las imposiciones de la
religión que dicen abrazar.. O sea, de
1.000 españoles solamente unos 250 son
católicos practicantes, y otros 250 son
ateos, agnósticos o indiferentes. Por
otra parte, el informe revela que la
gran mayoría de los encuestados se
mostró rotundamente contraria a la
influencia de la jerarquía católica en
política.
La actitud de los ciudadanos es muy
clara, a pesar del enorme lastre
ideológico y emocional que arrastramos
desde tiempos remotos, a pesar del
adoctrinamiento religioso que se sigue
produciendo en la enseñanza (privada y
pública), y a pesar del inmenso poder
que la Iglesia sigue ostentando en este
país. Pero esta posición, cada día más
laicista (luego, más democrática) de los
españoles, parece no importarle en
absoluto a la jerarquía católica, que,
como todos vemos diariamente, parece
hacer más política que los propios
políticos, interfiriendo continuamente
en los asuntos públicos, que son
competencia de la ciudadanía y sus
representantes políticos, y no de
ninguna creencia religiosa.
Volviendo al Derecho Universal que avala
la libertad de conciencia para todo
ciudadano, los católicos merecen todo el
respeto del mundo, como los budistas,
los protestantes, los ateos, los
agnósticos, los cienciólogos o los hare-Khrisna...,
simplemente por el respeto que merece
todo ser humano; pero lo que no merece
ningún respeto es el totalitarismo de
cualquier organización que se crea en
posesión absoluta de la verdad y actúe
imponiendo sus criterios, negando
criterios diferentes, y vulnerando los
derechos de aquellos que no se adhieren
o, lo que es peor, vulnerando los
derechos democráticos de todos.
Respecto a los supuestos "valores
morales" de los que algunos tanto se
sirven, me remito al científico
norteamericano Sam Harris, quien afirma
que “...la humanidad ha hecho un gran
progreso moral tras muchos años, y no lo
hemos hecho leyendo la Biblia ni el
Corán; ambos libros, por ejemplo,
justifican la práctica de la esclavitud,
cuando hoy en día cualquier persona con
sentido moral reconoce la esclavitud
como una abominación y una
inmoralidad...”.
En resumen, Harris pretende hacer ver
que la verdadera moral es humana, y no
divina, y es consecuencia de la
integridad ética y de la decencia de los
que respetan a los demás y se respetan a
sí mismos. Las explicaciones místicas y
sobrenaturales, además de ser contrarias
a la ciencia y a la razón, están
obsoletas y ya no nos convencen a la
mayoría. Y los políticos y los gestores
públicos deberían actuar, sin excusas ni
señuelos, en consecuencia.
Coral Bravo
es Doctora en Filología y miembro de
Europa Laica