El auténtico
contubernio
Antonio Hurtado
El Plural
24
de Noviembre de 2009
En uno de esos abundantes foros de la contumaz derecha
nacional-católica “de toda la vida” - cuyo nombre no contribuiré yo a
promocionar - leo que "la Iglesia ha pedido ayuda a la ONU para combatir el
laicismo progresivo y el aumento de la intolerancia contra los cristianos, en el
mundo en general y en Occidente en particular... La Santa Sede ha llevado al
Consejo de Derechos Humanos de la ONU su preocupación".
El Diccionario de la RAE define el término “combatir”
como “pelear, acometer, embestir, atacar, reprimir...” Y
el verbo “pelear”, a su vez, se traduce como “batallar,
combatir o contender con armas...”. Todo ello podría
interpretarse simbólicamente, afirmando que con esas
palabras sólo se desea subrayar la necesidad de ejercer
una firme voluntad de oposición a algo. En este caso,
oposición a la laicidad como principio político, que los
jerarcas católicos gustan caracterizar como un “laicismo
progresivo” que se da particularmente en Occidente. Pero
uno no puede evitar recordar la relatividad polivalente
de las interpretaciones simbólicas, ni olvidar los
sangrientos ejemplos de lo que en la práctica han
entendido siempre los buenos nacional-católicos por
“combatir”.
Por otra parte, el presidente de la Conferencia
Episcopal Española, cardenal Rouco, inaugurando el 20 de
noviembre el XI Congreso “Católicos y Vida Pública”,
proclamaba que "los políticos no pueden invadirlo todo"
y se preguntaba, en un alarde de retórica cínica, "si
puede haber soberanía que prescinda de la verdad ética y
de la sociedad". Y, refiriéndose al aborto, reiteraba
que el tratamiento del tema por las legislaciones
europeas es muestra de su falta de respeto al derecho
fundamental a la vida. Por todo ello, considera el señor
Rouco que es "imperiosamente necesaria" la presencia de
los católicos en la política.
Al parecer, no bastan los muchos partidos políticos
cristiano-demócratas esparcidos por el orbe. No bastan,
si esos partidos han de ajustarse a leyes
constitucionales democráticas - plurales y respetuosas
de las libertades de todos - no pudiendo manejar ni
imponer directamente el concepto de “verdad ética”
dogmatizado por la Iglesia Romana. Como la soberanía
popular reside en Dios, según Rouco, y Dios está
representado en España por la organización eclesiástica
que él preside aquí, el derecho divino le autoriza a
hacer lo que haga falta para imponerse a todos los
niveles. Siguen siendo buenas todas las alianzas y
medios que puedan coadyuvar a ese sagrado fin, en lo que
ha sido siempre el más feroz contubernio real de la
historia de España.
Pretender que el Consejo de Derechos Humanos de
la ONU ayude a combatir la laicidad en cualquiera de sus
estados-miembros, tachándola de “claro signo de
intolerancia” contra los cristianos o contra las
religiones en general, es una incongruencia que pone de
relieve el grado de alejamiento de la realidad en el que
se debate la Iglesia regida por Benedicto XVI. Los
tiempos del césaro-papismo quedaron atrás y a ese
Consejo no le está permitido suplantar a ninguna añorada
Inquisición. Por el contrario, su misión ideal es
procurar que los derechos humanos fundamentales sean los
mismos para todos, protegidos en todas partes por encima
de diferencias de cualquier orden, como lo son las
religiosas. Pretender que la ONU ayude a combatir la
neutralidad del estado respecto a las religiones,
presentando esa neutralidad como una forma de
intolerancia política, es un intento de malabarismo
dialéctico impropio del siglo XXI, salvo en El Vaticano,
La Meca o Jerusalén. Y estoy seguro de que también con
objetores honrados en esos pagos.
El derecho de las personas (no solo el de los fetos) a
la vida debe ser defendido oponiéndose tajantemente a la
pena de muerte, en clara pugna con lo que enseñan los
“libros sagrados” tradicionales y las prácticas avaladas
por El Vaticano, La Meca y Jerusalén. Hablar de caridad
y de amor al prójimo, condenando a muerte a quien se
desmande y bendiciendo luchas armadas contra esto o
aquello, es realmente patético. El respeto a la vida
personal habría de ser el primero de los referentes
morales a considerar cuando se afirma que la vida social
necesita afianzarse en determinados principios éticos
orientadores. Algo con lo que estamos de acuerdo casi
todos, incluidos quienes no profesamos religión alguna.
Cardenal Rouco y compañía: afirmar, a estas
alturas, que los católicos deben intervenir en la vida
política española es un síntoma más del cinismo que les
caracteriza a Uds. No han dejado de intervenir en ella
en ningún momento, desde hace siglos. Echen Uds. un
vistazo al panorama actual y convénzase de que no se
puede ir mucho más allá.
Otrosí: ni su sección del cristianismo, ni ninguna de las
abundantes organizaciones religiosas, filosóficas o
políticas existentes en el mundo han podido mantener el
imperio de determinadas “verdades éticas” por tiempo
indefinido. Los humanos somos animales morales, con un
conjunto de respuestas personales posibles que funcionan
como normas a seguir ante diversos estímulos. Ha de ser
su inteligencia la que les haga seleccionar lo que es
“bueno” y lo que es “mejor”, en cada caso, según el
conjunto de referencias de que dispongan. Eso lo han
sabido Uds. siempre y por ello se resisten a perder
terreno en el adiestramiento de las nuevas generaciones.
Pero lo están haciendo muy mal...
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Amando Hurtado
es escritor y licenciado en Derecho
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