Gustavo Vidal Manzanares
El Plural 13 de Octubre
de 2009
“La libertad de prensa es uno de los mayores males que amenazan a la sociedad moderna” declaró reiteradas veces el cardenal Pedro Segura al New York Herald Tribune. Sin embargo esta afirmación del purpurado no es original, tan solo recoge el sentir real del catolicismo.
Así, el Papa León XIII ya había
manifestado que “es ilegal demandar,
defender o conceder libertad de
pensamiento, palabra, prensa o culto,
como si éstos fueran derechos que la
naturaleza ha dado al hombre”.
En la misma línea la Enciclopedia
Católica (1911) enseñaba que “la Iglesia
contempla la intolerancia dogmática no
solo como derecho, sino como un deber
sagrado”. No menos inquietantes se
ciernen las palabras de otro Papa, Pío
VII: “Se propuso una vez que todas las
doctrinas religiosas deberían ser libres
y sus ceremonias ejecutadas en público.
Nosotros los católicos hemos rechazado
este artículo como contrario a la ley
canónica católica romana.”
Obviamente, basta una simple mirada
imparcial para advertir que la historia
del catolicismo es una cruel sinfonía de
fanatismo, odio, intolerancia,
superstición, muerte y atraso… Las
cruzadas, la Inquisición, la prohibición
y quema de libros, la sumisión y
denigración de la mujer, la promoción
del racismo, el retraso de siglos en la
ciencia durante el oscurantismo, el
genocidio de pueblos prehispánicos en
nombre de la religión, el saqueo del
nuevo mundo, el solapamiento de las
atrocidades nazis, el encubrimiento de
miles de pederastas, la financiación
(según muchos) de grupos radicales y
terroristas en Polonia durante la guerra
fría… en todos estos acontecimientos
terribles podremos descubrir la
participación de la iglesia católica.
Por consiguiente, poco puede extrañarnos
la agitación de sotanas y escapularios
conspirando contra la magistral película
“Ágora” de Alejandro Amenábar ya que a
lo largo de sus escenas bullen dos
mundos contrapuestos: la razón y la
ciencia encarnadas en Hipatia, la
protagonista, y el fanatismo y el odio
de aquella religión, mal llamada
cristiana.
Sin duda, va a escocer mucho esta
película, en ambientes vaticanos, toda
vez que desde la butaca veremos desfilar
ante nuestras retinas la desigual lucha
entre la razón y el fanatismo, la
ciencia y la superstición.
Desgraciadamente, resulta ingenuo
suponer que la iglesia de Roma ha
cambiado. Nada más lejos de la realidad.
Simplemente se adapta y, agazapada,
espera el momento de volver a atacar. A
día de hoy, el banderín de enganche lo
constituye su oposición al derecho a la
interrupción voluntaria del embarazo
alegando “la defensa de la vida”. Pero
no hay más que examinar su historia para
percatarnos de que la vida les importa
un comino.
La imagen de algunos Papas (Pío XII, por
ejemplo) bendiciendo las ametralladoras,
tanques y cañones que arrasarían la vida
de miles de hombres y mujeres nos
evidencia la hipocresía de tales
planteamientos.
En realidad, todavía hoy asistimos a una
lucha entre el pensamiento y el
sentimiento más visceral; entre la
seguridad espuria que deriva de la
superstición y la saludable angustia
que, no pocas veces, emana del
librepensamiento; entre la tolerancia y
el fanatismo; entre la integración de
los débiles y diferentes o su
destrucción; entre la hipocresía y la
sinceridad; entre manifestaciones por
derechos fundamentales y charlotadas en
la plaza de Colón… En suma, entre la
joven Hipatia y los ancianos Ratzinger y
Rouco Varela.
Gustavo Vidal Manzanares es
jurista y escritor