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La jerarquía católica. Crítica a sus doctrinas fundamentales. 32

Los lujos faraónicos de la jerarquía católica

Antonio García Ninet

UCR 18 de Abril de 2008

La Jerarquía Católica ha convertido su organización religiosa en un inmenso negocio cuya finalidad última no es la ayuda a los pobres y la lucha contra las enormes diferencias económicas entre quienes no saben qué hacer con sus “beneficios” y quienes no tienen apenas ni para comer, sino que, metida en la espiral del capitalismo, sólo busca su engrandecimiento económico como fin en sí mismo: amasar riquezas para amasar más riquezas, y sin que en momento alguno se haya planteado ni de lejos la idea de redistribuir entre los pobres las inmensas riquezas obtenidas por métodos casi siempre ilegítimos o muy dudosamente legítimos. Si dedica algo de sus riquezas a otro objetivo, que no sea el de multiplicarlas, es a invertir una pequeña parte de ellas en los lujos faraónicos de que rodean su vida, como sus cuantiosos palacios, sus ingentes obras de arte de un valor económico incalculable, su vida rodeada de lujos, sus atuendos teatrales vistosamente estrafalarios y bordados en oro, pero eficaces para sugestionar a sus inocentes feligreses de la “alta misión” que tienen encomendada relacionada con la salvación de sus almas pecadoras. Resulta sarcástico que el Papa, que disfruta de su extraordinario palacio del Vaticano y de su residencia de verano en Castel Gandolfo, se muestre con gesto teatralmente entristecido por la miseria en que viven y mueren los pobres y miserables de la Tierra, pero sin voluntad alguna de hacer nada por remediar esa situación. 

 

Es evidente por ello que la Jerarquía Católica olvidó casi desde el principio el núcleo del mensaje de Jesús en favor de los pobres cuando, según los Evangelios, dijo:  “Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo” [1];  “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” [2]; “No podéis servir a Dios y al dinero” [3];  “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno”[4].

 

El contraste entre las palabras de Jesús y sus supuestos seguidores es tan evidente y tan enorme que la actual Jerarquía Católica es el ejemplo más claro de lo más contrario a aquel mensaje. 

 

Para las gentes sencillas debería ser suficiente observar el modo de vida y el grado de lujo en que vive la jerarquía de esta secta para reconocer si se encuentran o no en presencia de los grandes embaucadores de la humanidad. Sin embargo, la gente humilde es además demasiado confiada e incapaz de imaginar hasta qué punto alcanza la hipocresía y el cinismo humano, que le lleva al extremo de enriquecerse a costa del inmenso negocio montado con la excusa de ayudar a los pobres.

A lo largo de muchos siglos de la historia de la secta católica se ha podido constatar esta sed insaciable por acumular riquezas y poder, hasta el punto de que la reforma luterana del siglo XVI tuvo como origen la contemplación por parte de Lucero de las indescriptibles riquezas del Vaticano. Realmente resulta paradójico que una institución que dice tener la misión especial de ayudar a los pobres y llevarles el mensaje de Jesús sólo se preocupe de relacionarse con los ricos, olvidándose de los pobres.

Congruente con esa finalidad tan alejada del mensaje de Jesús, resulta explicable la actitud de León X en el siglo XVI cuando, en la Taxa Camarae establecía el precio para el perdón de cualquier pecado y para acceder a diversos cargos eclesiásticos según las características del solicitante. Así, para acceder al sacerdocio, los bizcos debían pagar 45 libras; los hijos bastardos, 15; el hijo de padres desconocidos, 27; los laicos contrahechos o deformes, 58; los tuertos del ojo derecho, 58; los del ojo izquierdo, 10; y los eunucos, 310; la obtención del perdón cuando un cura desflorase a una virgen, sólo costaba 2 libras (Art. 3), y la absolución por simple asesinato cometido en la persona de un laico se fijaba en 15 libras (Art. 8)[5].


 

[1] Lucas, 6, 24.

[2] Lucas, 18, 25.

[3] Mateo, 6, 24.

[4] Lucas, Hechos de los Apóstoles, 2, 44 – 45.

[5] Puede obtenerse una información muy interesante y detallada acerca de estas cuestiones en la obra de Pepe Rodríguez Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica, Barcelona, Ediciones Grupo Zeta.

 

 

 

 

 

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