Estamos en
lo que tradicionalmente se denomina en algunos países
occidentales “semana santa”, es decir, la semana que acaba en el
domingo siguiente a la primera luna llena tras el equinoccio
primaveral. Por eso varía tanto de año en año (del 22 de marzo
al 25 de abril). Por eso también las vacaciones del segundo
trimestre del calendario escolar están sujetas a tales vaivenes,
tan poco racionales.
La
celebración viene de lejos: desde hace varios milenios, en
muchas culturas se celebraba una fiesta de varios días para
conmemorar el paso del invierno a la primavera. De hecho, sigue
siendo aún tradición comprar y comer el “huevo de pascua”,
símbolo de la salida o resurrección de la nueva vida, siguiendo
así la estela de otros muchos pueblos que desde hace miles de
años han adorado al huevo como símbolo universal de la vida:
chinos, egipcios, romanos, galos, persas, hindúes…
En
España, bastantes aprovechan para tomarse unos días de descanso,
a ser posible fuera de su lugar de residencia, por lo que ya son
tradicionales las colas de salida y entrada de coches en las
carreteras de las grandes ciudades. Otros asisten como
espectadores o devotos o cofrades a las procesiones católicas,
pues en el mundo cristiano se rememora la muerte y la
resurrección de Jesús de Nazaret, conectando también este caso
directamente con otras muchas culturas milenarias.
Por
ejemplo, hace más de 4.000 años, se celebraba en Frigia un
“viernes negro”, en el que Attis fue crucificado en un árbol,
del que manó su sangre para redimir la Tierra. Tres días después
(=del equinoccio de primavera, el 25 de marzo), resucitaba. En
la mitología griega, Dionisos se levanta de entre los muertos el
25 de marzo. Hace más de 6.000 años, se celebraba también por
esas fechas que Horus resucitó al tercer día de haber sido
enterrado en una tumba, tras haber sido crucificado entre dos
ladrones. Y en la India, se conmemora que a la muerte de Krishna
el sol se oscureció, y que Krishna resucitó a los tres días y
ascendió al cielo a la vista de muchos. También resucitan al
tercer día de su muerte Mitra de Persia y Prometeo de Grecia.
A
veces algunos enseñan y muchos creen que las propias tradiciones
constituyen una novedad en la historia de la humanidad, cuando
lo que hacen es celebrar unos ciclos estacionales y unos hechos
simbólicos que los seres humanos han atribuido a sus respectivos
dioses desde tiempos remotos. No obstante, las tradiciones son
respetables y forman parte del acervo cultural de cada pueblo. A
esas tradiciones históricas acude, por ejemplo, el Alcalde de
Zaragoza, Juan Alberto Belloch, para justificar la
presencia de la Corporación Municipal en determinadas
procesiones y solemnidades católicas, así como también la
presencia de un crucifijo en el salón de plenos del
Ayuntamiento. De hecho, ha vuelto a convocar a sus concejales a
la procesión del Viernes Santo, donde, “con traje oscuro,
corbata y guantes negros, banda e insignia de concejal”
desfilarán durante varias horas por las calles de Zaragoza, tras
el paso de las últimas cofradías, del colegio notarial y de la
habitual policía municipal engalanada. Finalizada la procesión,
y ya dentro de una iglesia, besarán al Cristo Yacente de una
determinada Hermandad de la ciudad.
Ni
que decir tiene que el señor Belloch, al igual que las personas
que forman parte de la Corporación municipal, son muy libres de
asistir a los actos y festejos que les plazcan, siempre que lo
hagan a título personal. Otra cosa bien distinta es que acudan
como munícipes, es decir, como representantes de toda la
ciudadanía zaragozana, a un acto confesional, pues en tal caso
entran en abierta colisión con la aconfesionalidad del Estado,
declarada en el artículo 16.3 de la Constitución española.
Algo
parecido ocurre en la ciudad de Toledo, donde la asociación
Alternativa Laica ha presentado un recurso
contencioso-administrativo contra su Alcalde, Emiliano
García-Page, del PSOE, por seguir cumpliendo con la
tradición de jurar de forma solemne y bajo la autoridad
eclesiástica el dogma católico de la Inmaculada Concepción en el
monasterio de San Juan de los Reyes.
Regresando a Zaragoza, otros se han estado preguntando por qué
Braulio, obispo de Zaragoza en la época visigoda, es
patrono de la Universidad Pública de la ciudad, cuando esta
cuenta con el Nobel aragonés Santiago Ramón y Cajal, que
estudió y enseñó en esa universidad. Se preguntan incluso por
qué tiene que haber patronos en alguna parte.
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