Es
probable que Dios no exista, pero sus vicarios
en la Tierra no pierden comba. Sobre los
terrenos expoliados de la cornisa del Manzanares
se levantará, si Dios lo permite, la nueva
ciudad de la Iglesia. Sobre las zonas verdes,
talados los chopos y los pinos, erradicada la
hierba y expulsados los paseantes, el cardenal
Rouco Varela pondrá la primera piedra sobre la
que se edificará, como Dios manda y la Iglesia
nos enseña, la nueva ciudadela eclesiástica.
Romperán un paisaje, matarán un parque,
construirán edificios y aparcamientos y
envenenarán la histórica y maltratada
perspectiva goyesca, damnificada ya por la
desangelada mole de la catedral de la Almudena,
que tenía más mérito cuando estaba inconclusa y
entre paréntesis, incorporada al paisaje urbano
como una ruina anticipada y paradójica.
"Ya lo
dijo Salomón / que cuando la Fe se pierde / qué
importa una zona verde / importa la Salvación".
Si me permiten la autocita, con este estribillo
finaliza una mini opereta de bolsillo, para
títeres, orquestilla y coros, en la que el
autor, con la preclara visión que le
caracteriza, anticipaba la fundación de una
ciudad eclesiástica madrileña, Terra Mística, a
la que situaba, nadie es perfecto, en un
bosquecillo, recalificado a instancias de la
Virgen, en los alrededores de Pozuelo de
Alarcón. Para qué irse tan lejos. La Iglesia
católica posee el mayor patrimonio inmobiliario
de España. Tras siglos de desamortizaciones,
amortizaciones, compensaciones y donaciones, la
Iglesia católica española tiene más sucursales
que nunca, aunque anda escasa de personal para
atenderlos a causa de la crisis de vocaciones,
incomprensible en una empresa que ofrece
contratos a perpetuidad, manutención,
alojamiento, sueldo y propinas a sus empleados,
una empresa que nunca planteará un ERE y que
sólo despide a profesores de Religión, a los que
no paga, porque no comulgan en su vida diaria
con las ruedas de molino que reparten en su
asignatura. Cuando en este país, laico, se
escribe Religión con mayúscula es que es nombre
de asignatura, y ya se sabe a qué religión se
refiere. Se trata de un caso flagrante de
proteccionismo, tan mal visto por la Unión
Europea, proteccionismo que vulnera claramente
la ley de la libre competencia y perjudica
gravemente a otras confesiones religiosas.
El
parque de la Cornisa del Manzanares es
patrimonio del pueblo de Madrid, pero puestos a
buscar derechos históricos, mejor cabría en él
una mezquita. En la cresta del barrio de la
Morería, crecido alrededor del viejo alcázar,
una nueva muralla de cristianísima piedra se
alza sobre los restos de las murallas árabes.
Sobre el castillo moro, habitado y reconstruido
por monarcas cristianos, se erigió el palacio
borbónico cuando ya no contaban las
consideraciones estratégicas, sino las
paisajísticas. Al poder terrenal le sigue sobre
la cornisa el poder espiritual, materializado en
primer término por el ecléctico mazacote
catedralicio. La Corona y la Iglesia se
acompañan y respaldan. Del otro lado del templo
se encuentran las dependencias del Obispado, con
sus burócratas a lo divino, recaudadores de los
impuestos que por la voluntad del César cobran
los hombres de Dios. Sobre el aparcamiento
subterráneo del Obispado emergió hace unos años
la peregrina imagen de Juan Pablo II, aparecido
en forma de ninot y con ademanes de
guardia de tráfico. Atravesemos el Viaducto,
reforzado con las mamparas antisuicidio
instaladas por el piadoso Álvarez del Manzano
para disuadir a los blasfemos de quitarse de en
medio en la proximidad de tan santos lugares.
Junto a los mundanales jardines de Las
Vistillas, mirador privilegiado y predilecto de
los hijos de Madrid, se encuentra el anodino y
despoblado edificio del Seminario Conciliar en
el que siempre quedan camas libres. La crisis,
en este caso vocacional, no parece afectar a la
empresa, que proyecta nuevas ampliaciones detrás
de la destronada y tétrica basílica de San
Francisco el Grande. El santo de Asís, que en
vida huyó de las grandezas, hubiera preferido el
parquecillo vecinal al parque temático eclesial
que se proyecta, pero ya se sabe lo que les
ocurre a las zonas verdes en tiempos de pérdida
de fe.