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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 

 

 

Terra Mística

 

Moncho Alpuente

El País 5 de marzo de 2009

 

Es probable que Dios no exista, pero sus vicarios en la Tierra no pierden comba. Sobre los terrenos expoliados de la cornisa del Manzanares se levantará, si Dios lo permite, la nueva ciudad de la Iglesia. Sobre las zonas verdes, talados los chopos y los pinos, erradicada la hierba y expulsados los paseantes, el cardenal Rouco Varela pondrá la primera piedra sobre la que se edificará, como Dios manda y la Iglesia nos enseña, la nueva ciudadela eclesiástica. Romperán un paisaje, matarán un parque, construirán edificios y aparcamientos y envenenarán la histórica y maltratada perspectiva goyesca, damnificada ya por la desangelada mole de la catedral de la Almudena, que tenía más mérito cuando estaba inconclusa y entre paréntesis, incorporada al paisaje urbano como una ruina anticipada y paradójica.

 

"Ya lo dijo Salomón / que cuando la Fe se pierde / qué importa una zona verde / importa la Salvación". Si me permiten la autocita, con este estribillo finaliza una mini opereta de bolsillo, para títeres, orquestilla y coros, en la que el autor, con la preclara visión que le caracteriza, anticipaba la fundación de una ciudad eclesiástica madrileña, Terra Mística, a la que situaba, nadie es perfecto, en un bosquecillo, recalificado a instancias de la Virgen, en los alrededores de Pozuelo de Alarcón. Para qué irse tan lejos. La Iglesia católica posee el mayor patrimonio inmobiliario de España. Tras siglos de desamortizaciones, amortizaciones, compensaciones y donaciones, la Iglesia católica española tiene más sucursales que nunca, aunque anda escasa de personal para atenderlos a causa de la crisis de vocaciones, incomprensible en una empresa que ofrece contratos a perpetuidad, manutención, alojamiento, sueldo y propinas a sus empleados, una empresa que nunca planteará un ERE y que sólo despide a profesores de Religión, a los que no paga, porque no comulgan en su vida diaria con las ruedas de molino que reparten en su asignatura. Cuando en este país, laico, se escribe Religión con mayúscula es que es nombre de asignatura, y ya se sabe a qué religión se refiere. Se trata de un caso flagrante de proteccionismo, tan mal visto por la Unión Europea, proteccionismo que vulnera claramente la ley de la libre competencia y perjudica gravemente a otras confesiones religiosas.

El parque de la Cornisa del Manzanares es patrimonio del pueblo de Madrid, pero puestos a buscar derechos históricos, mejor cabría en él una mezquita. En la cresta del barrio de la Morería, crecido alrededor del viejo alcázar, una nueva muralla de cristianísima piedra se alza sobre los restos de las murallas árabes. Sobre el castillo moro, habitado y reconstruido por monarcas cristianos, se erigió el palacio borbónico cuando ya no contaban las consideraciones estratégicas, sino las paisajísticas. Al poder terrenal le sigue sobre la cornisa el poder espiritual, materializado en primer término por el ecléctico mazacote catedralicio. La Corona y la Iglesia se acompañan y respaldan. Del otro lado del templo se encuentran las dependencias del Obispado, con sus burócratas a lo divino, recaudadores de los impuestos que por la voluntad del César cobran los hombres de Dios. Sobre el aparcamiento subterráneo del Obispado emergió hace unos años la peregrina imagen de Juan Pablo II, aparecido en forma de ninot y con ademanes de guardia de tráfico. Atravesemos el Viaducto, reforzado con las mamparas antisuicidio instaladas por el piadoso Álvarez del Manzano para disuadir a los blasfemos de quitarse de en medio en la proximidad de tan santos lugares. Junto a los mundanales jardines de Las Vistillas, mirador privilegiado y predilecto de los hijos de Madrid, se encuentra el anodino y despoblado edificio del Seminario Conciliar en el que siempre quedan camas libres. La crisis, en este caso vocacional, no parece afectar a la empresa, que proyecta nuevas ampliaciones detrás de la destronada y tétrica basílica de San Francisco el Grande. El santo de Asís, que en vida huyó de las grandezas, hubiera preferido el parquecillo vecinal al parque temático eclesial que se proyecta, pero ya se sabe lo que les ocurre a las zonas verdes en tiempos de pérdida de fe.

 

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