“Reyes Magos”… ¿festividad inocente?
Antonio García Ninet
UCR
6 de
Enero de 2009
.No sé a
qué imbécil se le ocurrió introducir la festividad de “los
reyes magos”, pero se trata de una tradición que ni siquiera
tiene sus orígenes en los evangelios, pues en el atribuido a
Mateo sólo se habla de unos sabios o de unos magos –según
cuál sea la traducción-; en el atribuido a Marcos no se
menciona para nada esta anécdota; en el atribuido a Lucas,
aunque se habla de la presencia de unos pastores y de un
ejército de ángeles en las proximidades del lugar en que
supuestamente nació Jesús, no se menciona la presencia de
reyes ni de magos, mientras que en el de Juan “el Anciano”
no se menciona nada relacionado con el nacimiento de Jesús.
El caso es que, al margen de anécdotas
e invenciones de quienes escribieron los evangelios, lo peor
del caso es que, aunque el cristianismo no nació siendo
necesariamente monárquico, a alguien se le ocurrió convertir
a esos magos imaginarios en reyes imaginarios y
posteriormente en reyes supuestamente históricos.
Posteriormente ese mismo cristianismo
fue otorgando el título de rey tanto a Jesús, “Rey de los
Cielos” o “Cristo Rey”, como a María, “Reina de los Cielos”.
Esos títulos no eran inocentes y al margen de cualquier
conexión con la política: En cuanto la Jerarquía Católica ha
estado unida a los poderosos de todos los tiempos y, de
manera especial, a los emperadores romanos desde Constantino
y posteriormente a las monarquías medievales y modernas, de
las que consiguió privilegios y tesoros especialmente
importantes, reflejó su agradecimiento mediante la
asignación a la “jerarquía celestial” de títulos similares a
los de las organizaciones políticas a las que tanto debía,
tanto en la época del Antiguo Testamento en la del Nuevo, al
tiempo que concedía a los reyes terrenales el título sagrado
de “reyes por la gracia de Dios” –igual que Franco,
“caudillo de España por la gracia de Dios”-. La
simbiosis entre la Jerarquía Católica y las monarquías debía
tener su reflejo en las doctrinas y creencias religiosas, y
eso debió de determinar la visión del mundo celestial como
una realidad jerarquizada a semejanza del sistema de clases
de esas mismas sociedades antiguas y feudales, con sus
reyes, príncipes, duques, condes, y toda la larga serie de
títulos nobiliarios que se corresponderían con los
correspondientes títulos de Dios y su madre como rey y reina
de los cielos, y con el orden jerárquico de los diversos
espíritus celestiales, encargados de servir y glorificar a
Dios –según dice, la Jerarquía Católica, aunque en realidad
no entiendo qué servicio ni qué gloria podrían proporcionar
a Dios toda esa variedad angélica compuesta por ángeles,
arcángeles, principados, potestades, virtudes,
dominaciones, tronos y querubines y serafines.
Así que el problema que tenemos
quienes estamos hartos del clasismo y de la arrogancia
estúpida representada por la monarquía y su “sangre azul” es
que no sólo tenemos que concienciar a la gente de que eso de
la monarquía es anacrónico y un insulto a quienes viven de
su trabajo y de que ningún hombre es superior a otro, sino
además de que las mismas tradiciones cristianas ayudan a
esta institución a perpetuarse, pues ya los niños pequeños
aprenden a ver a “los reyes magos” como personajes
especialmente bondadosos que les traen regalos todos los
años, a pesar de que a lo largo de la historia los reyes
auténticos se han caracterizado por su despotismo, robos y
atropellos a “sus pueblos” y a “sus siervos”.
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Antonio García Ninet es Doctor
en Filosofía.
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