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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 

 

Ratzinger en África

Joaquim Pisa

Aventura en la Tierra 20 de Marzo de 2009

Hace escasamente 20 años, el SIDA era para la Iglesia católica “un castigo de Dios” por los pecados de la “sociedad moderna” tales como la “promiscuidad sexual” y la “búsqueda continua del placer”. En una sociedad como la española, que sigue conservando un poso meapilas considerable, tal "doctrina pastoral" sirvió para criminalizar y marginar a los infectados, añadiendo así un sufrimiento mayor si cabe al proporcionado por una enfermedad que entonces resultaba una sentencia de muerte a corto plazo.

 

Tuvieron que morir muchos millones de personas para que el SIDA fuera aceptado socialmente como una enfermedad cualquiera, como la diabetes o el cáncer de pulmón, y despojada por tanto de culpabilidades para quien la sufría. Hoy se ha mitigado considerablemente el rechazo social a los enfermos de SIDA, al menos en los países occidentales, pero queda pendiente no sólo el tratamiento médico de los enfermos en el Tercer Mundo sino sobre todo, y previo a él, su tratamiento social. En ese sentido, y cuando tanto se insiste en la profilaxis para combatir ésta y cualquier otra enfermedad, es sencillamente criminal ir a países en los que el SIDA es una pandemia a predicar precisamente contra el uso del único elemento profiláctico útil del que se dispone, el preservativo.

 

Conductas como la de Ratzinger deberían estar tipificadas penalmente y ser perseguidas por tribunales internacionales, en la medida en que está alentando una hecatombe humana de dimensiones tales que por el número de muertos que está produciendo sobre todo en los países pobres, debe haber superado ya de largo las causadas por el Holocausto impulsado por los nazis.

 

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