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La Parafernalia Religiosa y el Fanatismo de las Masas

Ulises Casas Jerez

Escuela ideológica 17 de Abril de 2009

Los ceremoniales religiosos mediante los cuales las jerarquías clericales congregan grandes multitudes alrededor de conmemoraciones de supuestos hechos de naturaleza mítica y mística, nos indican el atraso en que se encuentra la Humanidad a pesar del avance de la ciencia y de conocimientos que pudieran llevar a superar la expresión de la ignorancia y la dependencia de supuestos dioses o seres irreales.

 

 

En estas fechas, a través del culto religioso de católicos y cristianos en Occidente se congregan, alrededor de las iglesias y los templos, multitudes que veneran esculturas e imágenes a las que les dan un carácter real de existencia ultraterrena; cuando los que hemos llegado a grados de liberación de toda esa corriente del pensamiento idealista observamos semejantes manifestaciones, nos preguntamos por la causa de ese fenómeno multitudinario. Pensamos cómo es posible que a muchos siglos de haberse llegado al cuestionamiento de seres no materiales, el fenómeno religioso siga con tal vigor. Cómo es posible que haya personas que le den credibilidad existencial a una escultura representativa de mitos tan antiguos como la misma Humanidad. Nos parece casi irreal que ello suceda, pero la manifestación está ahí y solo perplejidad nos causa; claro que perplejidad es apenas un decir porque para nosotros esto no es sorprendente. Desde el punto de vista del pensamiento filosófico materialista dialéctico todas estas actuaciones tienen un fundamento real que corresponde al grado de evolución que la Humanidad posee. Y aunque parezca que esa evolución es elevada con, respecto a siglos anteriores, la esencia del pensamiento sobre la existencia de lo que nos rodea sigue siendo idealista y espiritualista. Si antes correspondía al atraso del conocimiento de las leyes de la naturaleza, ahora se suma a él la proliferaciones de objetos que apabullan al individuo que, solitario en medio de la multitud, se siente temeroso ante todo lo que le rodea; y es ese temor lo que le lleva a buscar la protección de alguien que no se encuentre dentro de su medio porque no cree en sus semejantes; en éstos solo percibe maldad, hipocresía, traición; en un mundo en que todos están contra todos porque la desconfianza es casi total, solo le queda el deseo, y lo que desea está por fuera de su realidad: en lo invisible, en lo sobrenatural porque lo natural es lo que le rodea y le amenaza. Se crea su dios, su protector, su salvador, el que le espera luego de la muerte, ésta sí inevitable y fatal.

Sobre el anterior panorama, descuella la presencia de una especie particular humana, la clerecía de todas las religiones; como un enjambre de zánganos que chupan la miel, el producto de horas y horas de trabajo de esas multitudes, ella se presenta como la representante de esa divinidad, de ese mito de siglos y siglos de existencia histórica. Para que la multitud se prosterne y adore el mito representado en figuras, estatuas, catedrales, esculturas, etc., los celebrantes del culto, los oficiantes del mismo, se visten y revisten de ornamentos vistosos, insignias forradas en oro, oropeles de toda variedad y ropajes que, bajo el techo de inmensas y amenazantes construcciones hacen que el feligrés, humilde y miserable creyente, sienta el poder de la divinidad que, si desea le acoja y le proteja, tiene que prosternarse con la cabeza baja, la rodillas en el piso, la mirada huidiza porque no tiene el mérito de mirar ni a la divinidad ni a su representante. Solo su esperanza y su fe en el mito le consuela y le permite llevar el sufrimiento y el temor a la existencia misma.

En medio de este ambiente social nos encontramos quienes hemos podido llegar a las alturas de la evolución humana: los que logramos la cima de la razón. Somos lo contrario a lo anterior, somos la manifestación de la esencia humana, de lo que nos distingue de las otras especies animales. Y qué satisfacción poseemos de ser lo más elevado de la evolución de la materia y de su particularidad humana. Siempre hemos existido porque la esencia de humanos es la misma y consideramos que en ese proceso evolutivo seremos más hasta llegar, con los siglos del tiempo, al resto de individuos que componen la sociedad humana. Los siglos de existencia del humano son, hasta ahora, una insignificancia en el su transcurrir histórico. Pero es importante, esencial, saber que la seguridad que nos permite pensar y actuar, como lo hacemos, es la concepción filosófica firme, consciente, del materialismo dialéctico; sin ella, o con ella tomada en forma puramente teórica, tarde que temprano volveremos al idealismo y al mito.

Muchos “apóstatas”, herejes, incrédulos e irreverentes, con los años, vuelven contritos y humildes al redil. Los hemos visto y los seguiremos viendo. La fragilidad humana es muy poderosa.

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Ulises Casas Jerez      casasulises@hotmail.com

 


 

 

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