La postura
de la jerarquía eclesiástica española ante la
campaña de visibilidad emprendida por los ateos no
sólo es irracional y exagerada, sino también exenta
de caridad cristiana.
Para
empezar, la supuesta superioridad moral de la fe
sobre el ateísmo es un evidente pecado de soberbia.
Tildar el ateísmo de blasfemia es una cómoda falta
de caridad con quienes no compartimos su fe y
modestamente manifestamos nuestras dudas. Es cómoda
porque la blasfemia no requiere que se preste
atención a su contenido. Es exenta de caridad
porque, según su lógica, nosotros seríamos las
ovejas descarriadas a las que un Dios omnipotente
permite vivir en la confusión por razones sólo por
Él conocidas. Dios sí nos deja vivir, pero la
jerarquía eclesiástica española no. Pretende que
seamos invisibles, mudos y mancos.
Hay mucha
más caridad en los ateos, que aun no creyendo en
Dios entendemos que la fe sustenta y da sentido a
millones de vidas, que en la arcaica negación
sistemática del diferente.