Con esta medida,
el presidente norteamericano pretende
asentar las bases del intento del
reparto justo y no discriminatorio del
dinero público para la ayuda a los más
desfavorecidos. Es un tema que considero
crucial porque, a pesar de que la
primera enmienda de su Constitución
proclama la separación entre el Estado y
las iglesias, EE.UU. se ha convertido en
un "hervidero" de religiones, cultos y
sectas de todo tipo que convierten en
una cruenta contienda el reparto de los
fondos públicos (además de los privados)
destinados a las causas sociales.
En esa pugna intentan atraer a sus filas
a los ciudadanos que les aseguren
presencia y réditos en el país de "las
libertades" (cuantos más fieles o
adeptos, mayor financiación estatal). Y
en ese caos de rapiña de fondos
públicos, religiones y demás
organizaciones que comercian con "lo
espiritual", son capaces de emplear
cualquier medio que les ayude en sus
fines, incluidas "macarradas" como la "telepredicación",
que no es otra cosa que un burdo (además
de peligroso) procedimiento coercitivo
de atraer y engañar conciencias, y
manipular voluntades que engrosen el
volumen de seguidores y, de paso, el
total de los ingresos.
En España ocurre algo parecido. La
Iglesia católica acapara casi la
totalidad de los fondos públicos
destinados a obra social, que en 2.008
han sido de casi 160.000 millones de
euros. La Iglesia en España tiene
registradas, en el Registro de
Asociaciones, cerca de 40.000
organizaciones de carácter confesional o
de supuesta finalidad social, que se
apropian de gran parte del presupuesto
del Estado destinado a estos fines.
De hecho, la supuesta obra social de la
Iglesia es, para un sector escéptico de
la sociedad, el argumento que valida su
pervivencia y su continuidad. Sin
embargo, cabría preguntarse por el
destino de esa inmensa cantidad de
dinero público, a la vista de las
enormes carencias sociales que
persisten; existen motivos más que
evidentes para sospechar que tales
fondos no llegan a los sectores más
castigados. Habría que pedir al Estado
que inspeccionara y controlara el uso de
ese dinero para que realmente llegue a
quienes tiene que llegar, que no es a
las iglesias, sino a los ciudadanos
necesitados y marginados.
No dudo de que existe realmente una
buena acción social a la vista de todos,
quizás a modo de escaparate. Numerosas
organizaciones las llevan a cabo, pero
con equipos de voluntarios (mano de obra
gratuita), y con donativos privados;
luego... ¿a dónde va a parar el dinero
público que reciben estas asociaciones?
Hace unos días unos amigos me hablaban
de una organización católica que tiene
un comedor social que se llena, los
fines de semana, de voluntarios que se
dedican a llevar comida y a trabajar
para que el comedor funcione...
¡encomiable!,… pero ¿por qué no se
utiliza el dinero obtenido del Estado
para llevar a cabo esa acción, que no es
realmente una obra de caridad, sino una
obligación de la institución y un
derecho de los usuarios?
Personalmente no me consuela en absoluto
que aquellos ciudadanos que tienen que
recurrir a comedores sociales puedan
comer solamente los sábados y
domingos... ¿qué pasa con los otros días
de la semana?, ¿acaso tienen que
sentirse agradecidos, cuando el Estado
dona a esos supuestos "benefactores"
millones de euros con los que podrían
dar de comer caviar iraní y ostras a
ejércitos enteros durante años?
Si una democracia funciona, la
solidaridad debería sustituir a la
caridad, que no es más que un modo de
"lavar conciencias", y una excusa para
perpetuar el clasismo y la diferencia
social ante los sectores marginados y
desprotegidos. Y, si una democracia
funciona, la obra social debería de
estar a cargo del Estado, en función de
un reparto justo y controlado de los
fondos públicos, mediante organismos
estructurados, con personal cualificado,
e independientes de cualquier ideología
o confesión. Y debería el Estado,
igualmente, inspeccionar las miles de
asociaciones registradas oficialmente
que, con la coartada de la supuesta
ayuda social, se dedican a recabar todo
el dinero posible del erario público.
Porque mientras exista la "caridad"
existirá la sombra de la creencia en la
superioridad de unos sobre los otros, y
mientras la obra social esté en manos de
las iglesias, seguirá habiendo miseria,
necesidad e insolidaridad. Porque a
estas alturas la caridad (sinónimo,
muchas veces, de arrogancia y
menosprecio) nunca debiera sustituir a
la justicia, y porque tras la fachada y
la apariencia de la caridad y el
altruismo se pueden esconder (como
denunciaba Molière en "El filántropo")
las más viles y pérfidas pretensiones.
Esta medida del Presidente Obama
demuestra que no todos los políticos son
iguales, y que hay algunos que se
preocupan por hacer las cosas bien;
esperemos que esta iniciativa no sea una
excepción, y se difunda como ejemplo de
lucidez democrática.
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Coral Bravo
es Doctora en
Filología y miembro de Europa Laica