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La familia al natural

José Asensi Sabater

Informacion.es 10 de Enero de 2009

La pretensión de que existe algo así como la "familia natural" persiste todavía, inexplicablemente, en ciertos discursos, entre ellos en el del catolicismo oficial. Nada más equivocado: lo que entendemos por familia, es decir, el tipo de vínculos que unen a padres e hijos y a cónyuges o asimilados entre sí, es una construcción social, una institución, un producto artificial que ha adoptado a lo largo de los tiempos configuraciones muy diversas.
La "familia natural" sería si acaso una masa promiscua de pasiones en que el incesto funcionaría. La familia, por el contrario, supone un arduo proceso de socialización aún no concluido. Nadie puede decir, por tanto, en qué consiste sustancialmente la familia, ni cuál es su modelo fijo o natural. En tiempos de Jesús se admitía el divorcio, y los chicos y las chicas se casaban por intermediación y negociación entre parientes. Según los evangelios, Cristo mismo dijo aquello de que "mi padre y mi madre y mis hermanos son aquellos que siguen la voluntad del Señor" y también "que no he venido a sembrar la paz sino la discordia entre marido y mujer, entre padres e hijos, y entre hermanos etcétera", lo cual tiene, por supuesto, un sentido muy profundo, que no puede tratarse aquí.
El mensaje evangélico, con el que estoy de acuerdo en este punto, consiste en afirmar que la persona no puede estar determinada tan abusivamente por los lazos de sangre, que son lazos primarios y que nos aproximan al mundo animal, sino que las relaciones tienen que basarse en vínculos espirituales, o sea, los que dependen de la voluntad y los que se forjan en la mutua confianza y en el desempeño de valores compartidos.
Siempre me pareció maravillosa la desinhibición previsora con que los antiguos romanos afrontaban el hecho familiar; era normal que se produjeran adopciones, inclusive entre gente mayor, con el fin de que alguien indicado, voluntariamente elegido, llevara el nombre de la familia y gestionara sus asuntos a la muerte del adoptante. Entre nosotros la adopción se ha convertido en una misión imposible porque entre otras cosas rigen códigos atrasados según los cuales la preferencia absoluta es la vía sanguínea.
La familia, pues, evoluciona a ojos vista, lo que no quiere decir que se degrade o que caiga en manos de los demonios: más bien al contrario: la tendencia general es a espiritualizarse. De ahí que no se entienda bien, si no es para consumo interno, la insistencia de Rouco y otros obispos, en su ya tradicional cita en Colón, en que la familia tiene que ser la "natural", la formada por el matrimonio y los hijos, y ya está. Esto puede ser el ideal de vida para muchas personas y fungir como precepto religioso, pero en modo alguno se puede erigir en patrón moral y, aún menos, en patrón jurídico, como a la vista está.
La configuración de la familia actual tiene que ver con la elevación de la mujer a la condición de persona igual en derechos, cosa que la familia tradicional, vigente durante siglos, siempre negó a la mujer. Tiene que ver también con la estructura social y laboral, en la medida en que, hoy, el trabajo externo al ámbito doméstico interesa por igual a hombres y mujeres. Y guarda una estrecha relación con el hecho de que los procesos de socialización ya no se dan sólo en el seno familiar sino que fuera de él existe un amplio espacio.
Por mucho que miro alrededor no veo a muchas "familias naturales" sino a "familias", vamos a decir, que funcionan y tiran adelante, cuyos miembros se quieren y cuidan el uno del otro y de los hijos, si los hay, independientemente de que éstos sean fruto de la misma pareja o no.
Tanto hoy como ayer, lo que mantiene unido al grupo familiar es, por una parte, el amor, y por otra, la utilidad. Antiguamente, cuando la "familia natural" era decretada sin más y su formato no podía ser transgredido, el amor era la parte menos importante, y la utilidad la más. Ahora la cosa se ha equilibrado y me atrevería a decir que la parte amorosa tiene más peso, lo cual hace más frágil la unión, pues el amor, como se sabe, no tiene reposo. Pero la utilidad también es importante, aunque a veces se desprecie. Ya dijo el sabio Aristóteles, en su "Ética a Eudemo", que las relaciones entre cónyuges, amores aparte, son del tipo de las útiles, es decir, en las que tienen su lugar los intereses, los pactos, los contratos, y cuya dinámica es esencialmente política.
Es verdad que la "familia" está asediada por infinitos problemas, pero los más importantes no son precisamente los que señala Rouco Varela. Provienen, por una parte, de que muchos hombres siguen actuando en términos animales y creen que son amos y señores de sus presas. No asumen la libertad de la mujer. Luego está la cuestión de que el grupo familiar es débil ante las exigencias de la vida moderna, cuyo supuesto es el individualismo. Las familias no resisten bien ante el desempleo, los problemas económicos, el desamor y la crianza de los hijos. La autoridad tradicional del padre hace aguas y es un error mayúsculo solventarla mediante la judicialización de la vida doméstica y el código penal. Habría que buscar un fundamento adecuado de la autoridad sobre la base del respeto mutuo. Esto es más importante y urgente que decir una y otra vez que hay que volver a la "familia natural", como si el reloj de la historia pudiera ir al revés.
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José Asensi Sabater es catedrático de Derecho Constitucional de la UA.
 

 

 

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