Correo  

Alameda, 5. 2º Izda. Madrid   28014 Teléfono:  91 420 13 88 Fax: 91 420 20 04     

No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 

 

Juan José Téllez
 

Nueva Tribuna 25 de Febrero de 2009



Juan Antonio Martínez Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española ha manifestado que la «excomunión automática» en relación con el aborto no recaerá sobre el legislador sino sobre los que realizan el acto o son colaboradores directos. Esto es, sobre las mujeres que decidan interrumpir su embarazo y los sanitarios que les ayuden a hacerlo.

Supongo que en el colmo de la retórica algún teólogo considerará dichas precisiones como una cima del respeto católico a la cacareada laicidad de los parlamentos democráticos. Y en cierta medida, si hemos de considerar tales declaraciones como una interpretación fidedigna de la posición del Vaticano, vendría a aceptar que diputados y senadores que fueran fieles al magisterio de la Iglesia, votasen a favor de cualquier ley de aborto sin retirarles la eucaristía. Con el peso que todavía tiene la democracia cristiana en media Europa y con el predicamento del Opus, de los Legionarios de Cristo y de otras sectas ultracatólicas entre los conservadores españoles, que les excluyan de la comisión de un pecado mortal, puede contribuir a que una ley razonable como la que va a presentarse a las cámaras por parte del ministerio español de Igualdad, concite nuevos e impensables apoyos: sobre todo, entre las filas de Convergencia i Unió y del Partido Nacionalista Vasco, a pesar de que sus diputados se hayan abstenido en la comisión de Igualdad tras conocer el borrador de las conclusiones de la subcomisión parlamentaria encargada de estudiar la reforma de la ley.

La pasada semana, el Partido Popular se quedaba de nuevo solo en contra de una propuesta legal que, en principio, tampoco parece que vaya a satisfacer las demandas de un importante sector del feminismo. Y es que queda por resolver un escollo importante en cuanto a la despenalización total del aborto, que exige Izquierda Unida y buena parte de la bancada socialista: si se establecen unas estipulaciones concretas en materia de plazos, ¿cómo penalizar aquellas prácticas que se salten a la torera dichas restricciones? Quizá sea necesaria una transacción para sacar adelante este proyecto y la misma podría relacionarse con algunos sucesos recientes en la actualidad española: esto es, que se dispongan los recursos suficientes para que el derecho al aborto en la sanidad pública y en la privada esté garantizado, sin que las madres ni los profesionales se vean sometidos a un auto de fe judicial como algunos de los que hemos vivido en los últimos veinticinco años.

Y es que al calor de la reforma de la ley del aborto, la jerarquía eclesiástica, el Foro de la Familia y sus acólitos han pretendido restaurar la vieja polémica sobre la viabilidad o no de tal figura legal. A pesar de las multitudinarias manifestaciones vividas recientemente, ahora no toca cuestionar la existencia o no del aborto en España, que existe desde 1985 y que ni siquiera el Partido Popular suprimió durante ocho años de mandato. Se trata, simplemente, de que se corrijan imperfecciones evidentes más allá de la polémica sobre el grado de humanidad del nasciturus que, sin duda, también nos acongoja, en mayor o menor medida, a quienes somos partidarios de que las embarazadas tengan plena capacidad de decisión sobre un asunto que les concierne en primera persona, más allá del incienso meapilas y de los discursos en la tribuna de oradores.

Ni abortar es un deporte ni nadie lo practica a la ligera: la ley, en este caso, debe ser terapéutica y no añadir mayores cargas al íntimo debate que afronta, en este caso, la mujer y, en muchos casos, su pareja.

La Iglesia, desde luego, está en su papel. Esto es, sigue interfiriendo por activa o por pasiva en la vida democrática de este y de otros países, a pesar de que el Vaticano es el único estado europeo que sigue sin ser democrático. Cada vez que sus representantes vuelven a reflexionar sobre la eterna cuestión de la vida, se suscita el mismo interrogante. ¿por qué no pone el mismo acento en combatir la pena de muerte que en combatir el aborto? Estaría bien que alguno de sus portavoces confirmara la excomunión para los que ejecuten tales sentencias: los jueces, los fiscales y los jurados se lo pensarían dos veces. Y quizá habría serios problemas para cubrir las vacantes de verdugo, tirano o gobernador del estado de Texas.
--------------------
Juan José Téllez es escritor y periodista

 

 

 

  Página de inicio 

Free counter and web stats