Hace algunos siglos, la
Iglesia dirigía su atención al problema, diríase
poético, del sexo de los ángeles. ¿Tiene hoy
Benedicto XVI algún problema con el sexo de los
mortales?
Nadie
en su sano juicio espera que el Papa aliente la
libertad sexual de los gays y las lesbianas, se
sienta cómodo con los travestis o firme un
manifiesto en favor del Orgullo Gay. No
obstante, su toma de posiciones sobre estos
asuntos, unas ampliamente difundidas, otras
prácticamente desapercibidas, dan que pensar.
El
reciente llamamiento del Vaticano a boicotear la
despenalización universal de la homosexualidad
propuesta el 18 de diciembre por 66 países es
clara en su argumentación. Según
L'Osservatore Romano, órgano de prensa del
Vaticano, para el arzobispo Celestino Migliore,
observador permanente de la Santa Sede en la ONU
y autor del llamamiento al boicot, el documento
presentado "va más allá". Según Migliore, los
autores de la proposición no se preocupan sólo
de "condenar toda forma de violencia contra los
homosexuales", sino que buscan "cancelar la
diferencia entre sexos". El diario católico lo
explica así: "Lo que este documento promueve es
la ideología de la identidad de género y de la
orientación sexual".
Ya en
2000 y en 2004, Joseph Ratzinger, como jefe de
la Congregación de la Doctrina de la Fe, había
afirmado que "la inclinación particular de la
persona homosexual constituye una tendencia, más
o menos marcada, a un comportamiento
intrínsecamente malo desde el punto de vista
moral". El entonces cardenal y futuro Papa
también había afirmado que la transexualidad no
existe sino como "un trastorno mental".
Y menos
de dos meses antes de morir, Juan Pablo II había
estimado que el matrimonio homosexual forma
parte de "una nueva ideología del mal".
Esta
reiteración en el ostracismo de los homosexuales
no puede sino recordar las viejas persecuciones
de todo tipo de infieles. Desde la separación
del judaísmo y el cristianismo y el consiguiente
paso desde un cristianismo primitivo judaizado a
la instauración de una Iglesia católica,
apostólica y romana, esta institución no ha
cesado de perseguir a todo tipo de cristianos y
no cristianos, cátaros, albigenses, relapsos,
apóstatas y tantos otros. En una palabra, todo
lo que no respeta el dogma de la Santa Iglesia
o, más banalmente, lo que ésta quiere erigir
como norma.
Es
innegable que sobre la religión católica pesan
muchas amenazas. La ciencia, desde luego. Desde
Galileo hasta la biología moderna, pasando por
Darwin y sus descubrimientos sobre la evolución
de las especies, la ciencia le plantea
rompecabezas permanentemente. Y desde hace menos
tiempo, la escasez de vocaciones sacerdotales,
la deserción de las Iglesias y hasta la
competencia de las demás religiones del mundo
-musulmana, protestante o budista, esta última
considerada por muchos más adecuada a nuestras
sociedades liberales avanzadas- contribuyen sin
duda a su declive.
Pero he
aquí que el papa Benedicto XVI encuentra una
nueva razón para intentar levantar cabeza en la
corriente de estudios de género, unos estudios
que consisten en la búsqueda de una explicación
de las desigualdades sociales entre hombres y
mujeres y de la dominación de un sexo por el
otro.
Es así
que, el 22 de diciembre de 2008, durante la
sesión tradicional de presentación de votos de
felicidad a la Curia romana, Benedicto XVI
declaró: "Lo que a menudo se expresa y se
entiende por género se resuelve en
definitiva en la autoemancipación del hombre
respecto de la creación y del Creador. El hombre
quiere construirse él solo y decidir, siempre y
exclusivamente él solo, acerca de lo que le
atañe. Pero de esta manera vive contra la
verdad, contra el Espíritu creador".
El Papa agregó en esa
ocasión: "Si las forestas tropicales merecen
nuestra protección, el hombre
no la merece menos".
Así que
ya no es únicamente la familia la que corre hoy
un riesgo, sino el mismísimo hombre.
Sobre
el nuevo problema planteado por los estudios de
género, vale la pena recordar que la última
declaración del Papa evoca las precedentes. Por
ejemplo, en la Carta a los Obispos de
2004, dirigida a la Congregación de la Doctrina
de la Fe y aprobada por Juan Pablo II, en la que
el asunto de la mujer y de la homosexualidad se
halla ampliamente comentado, Joseph Ratzinger
escribía: "La mujer, para ser ella misma, se
yergue como rival del hombre... La dimensión
puramente cultural llamada género se
acentúa al máximo. Semejante antropología ha
hecho que se sitúe en un mismo plano la
homosexualidad y la heterosexualidad".
Esta
intrusión de la Iglesia en las disciplinas
universitarias ha sido señalada, entre otros,
por Jean-François Staszak, director del
Departamento de Geografía de la Universidad de
Ginebra: "Razonablemente no es posible creer y
hacer creer que si los niños van vestidos de
azul y las niñas de rosa, y si hay tan pocas
mujeres en puestos directivos, todo ello es
fruto de una voluntad divina".
Amén de
su fina ironía, Staszak encuentra inquietante
que la Iglesia condene de nuevo una disciplina
científica aduciendo que es una amenaza para la
religión.
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Nicole Muchnik
es periodista y pintora.