Señor
obispo de Ibiza: en primer lugar deseo
comunicarle que, a pesar de mi descontento con
la Iglesia desde que hace diez años abriera por
primera vez la Biblia (libro que me hizo ateo),
es para mí un honor intercambiar opiniones con
usted. Llevo años debatiendo con cristianos,
pero nunca lo he hecho con alguien de tanta
importancia, y desde luego no es menos
gratificante el hecho de hacerlo públicamente.
Está usted en lo cierto cuando defiende el
derecho de la Iglesia a pronunciarse en un
Estado democrático, pero no es sano para una
sociedad confundir libertad de expresión con
demagogia. La Iglesia, para difundir su opinión,
dispone de una gran masa de católicos (no todos,
por supuesto) dispuestos a defender con uñas y
dientes, y sin cuestionar nada, cualquier
palabra procedente de la Iglesia. Estos
católicos dicen lo que dice la Iglesia y opinan
lo que opina la Iglesia, algo análogo a lo que
les ocurre a los incondicionales defensores de
un partido político, esos que en los mítines
aplauden con gran entusiasmo entre frase y
frase. Mi disconformidad sobre ciertas campañas
católicas nace de mi preocupación por un sector
de la sociedad que se deja llevar fácilmente por
la demagogia eclesiástica, sea cual sea el tema
de debate, no sólo en temas de aborto.
El creyente tiene el derecho a aceptar que su
vida sea regida por los dogmas de la religión
con la que más a gusto se sienta, pero cuando
esto conlleva la discriminación, entonces la fe
se convierte en un problema para los demás, y
esto, desgraciadamente, es un hecho que está
presente en nuestra sociedad. Y discriminación
es, por ejemplo, la insistencia de la Iglesia en
que las parejas homosexuales no tengan los
mismos derechos que las heterosexuales, que no
existan mujeres con cargos en la Iglesia o la
negativa ante la investigación con fines médicos
de las células madre.
En lo referente a la guerra de Irak, soy
consciente de la postura que tuvo Juan Pablo II,
lo recuerdo perfectamente. Pero o usted no me
entendió bien o yo no me expresé con claridad.
Mi acusación iba más bien dirigida a la Iglesia
española; recuerde que le comparé la
manifestación del ‘no a la guerra’ con la
campaña contra el aborto (aludiendo a la
polémica que ahora mismo tiene lugar en España).
La cantidad de dinero que gasta la Iglesia en
campañas no es pequeña (250.000 euros en la
última), además se convocan numerosas
manifestaciones para defender estas campañas con
obispos a la cabeza y se anima a los padres de
los escolares a objetar contra la Educación para
la Ciudadanía. No recuerdo tanta actividad en la
Iglesia (española) en aquella manifestación
contra la guerra de Irak, ni a los obispos
encabezándola, sólo recuerdo unas palabras del
Papa desde Roma. No recuerdo a la Iglesia
criticando tanto (y no soy, ni mucho menos, un
defensor de Zapatero) al Gobierno de Aznar, como
hace con el actual Gobierno por la ley del
aborto, a pesar de que Aznar fue miembro
precisamente del lamentable trío de las Azores.
Efectivamente, como dice usted, el Papa Pío XII
se mostró contrario a las atrocidades de Hitler,
pero eso fue a partir de la derrota del tercer
Reich; hasta entonces su antisemitismo fue muy
claro. Dijo lindezas como que los judíos eran
responsables de su destino, Dios los había
elegido, pero ellos negaron y mataron a Cristo.
Y «cegados por su sueño de triunfo mundial y
éxito materialista» se merecían «la ruina
material y espiritual» que se habían echado
sobre sí mismos. El silencio de Pacelli (Pío XII)
ante el genocidio fue escandaloso. También es
interesante recordar aquello que dijo en 1939:
«España (...) acaba de dar a los profetas del
ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba
más excelsa de que por encima de todo están los
valores de la religión y del espíritu».
Insisto, señor obispo: ¿quién es la Iglesia para
hablarnos de derecho a la vida?, ¿y de
moralidad?, ¿y de la verdad? Muy poca gente
conoce su historia. Pocos son los que saben que
San Pedro nunca fue Papa, que el primer
dirigente de la primera comunidad cristiana
posiblemente fue el apóstol Santiago, el hermano
–de sangre– de Jesús (no lo digo yo, lo dice la
Biblia). Tampoco saben que el dogma de la
Inmaculada Concepción, del que la Biblia no dice
absolutamente nada, no fue impuesto hasta 1954.
Ni que la idolatría (o procesiones de Semana
Santa) está contundentemente condenada en
numerosos pasajes bíblicos. Y aparte de lo
bíblico, también es una pena que la mayoría de
la gente ignore que el Vaticano es un estado
soberano, que dispone de su propio banco
central, cuya impunidad ante cualquier actividad
está garantizada por el mismo Vaticano, el cual
nunca lo ha sometido a una auditoría. Como
cualquier otro banco, se dedica a financiar de
todo: desde fabricación de armas hasta
fabricación de ¡preservativos! Y me gustaría
mencionar también la injusticia que se cometió
el pasado 19 de septiembre de 2008, cuando el
Tribunal Supremo avaló una resolución del
arzobispado de Valencia que nos priva a los
ciudadanos del derecho a la apostasía.
Dice usted que en países como Kenia y Nigeria se
han conseguido buenos resultados sin el uso del
preservativo, pero hay estudios que demuestran
que los resultados podrían haber sido mejores
con su uso. De todos modos, el que la Iglesia
consiga en algún lugar que con la abstinencia se
disminuya el contagio de sida, no significa que
el preservativo no sea eficaz. Sé a dónde se
dirige, sé que el mandamiento cristiano ‘no
fornicarás’ es el mejor método anticonceptivo,
pero seamos realistas: la imposición de una
conducta sexual católica, que prohíbe el sexo
incluso en el matrimonio si no es para
engendrar, no siempre funciona, y aun así, no es
algo que se consiga en dos días. En todo caso,
el hecho de tener siempre un preservativo a
disposición, y saber utilizarlo correctamente,
siempre es preferible. Está más que probado que
el preservativo presenta una fiabilidad del 90
%, y no tiene por qué cambiar los hábitos
sexuales, si se complementa con una buena
educación. Antes de acabar me gustaría pedirle
que no hable de la solidaridad con los enfermos
de sida como si la Iglesia fuese la única que la
tiene. Lo de la ayuda incondicional es una
característica común de cualquier ONG, sea
católica, protestante o simplemente, laica. Y
déjeme acabar con uno de mis pasajes favoritos:
«Escudriñad las Escrituras...» (Jn 5, 39).