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Iglesia, guerra y solidaridad

Daniel Marín Cano

Diario de Ibiza 30 de Abril de 2009

 

Señor obispo de Ibiza: en primer lugar deseo comunicarle que, a pesar de mi descontento con la Iglesia desde que hace diez años abriera por primera vez la Biblia (libro que me hizo ateo), es para mí un honor intercambiar opiniones con usted. Llevo años debatiendo con cristianos, pero nunca lo he hecho con alguien de tanta importancia, y desde luego no es menos gratificante el hecho de hacerlo públicamente.


Está usted en lo cierto cuando defiende el derecho de la Iglesia a pronunciarse en un Estado democrático, pero no es sano para una sociedad confundir libertad de expresión con demagogia. La Iglesia, para difundir su opinión, dispone de una gran masa de católicos (no todos, por supuesto) dispuestos a defender con uñas y dientes, y sin cuestionar nada, cualquier palabra procedente de la Iglesia. Estos católicos dicen lo que dice la Iglesia y opinan lo que opina la Iglesia, algo análogo a lo que les ocurre a los incondicionales defensores de un partido político, esos que en los mítines aplauden con gran entusiasmo entre frase y frase. Mi disconformidad sobre ciertas campañas católicas nace de mi preocupación por un sector de la sociedad que se deja llevar fácilmente por la demagogia eclesiástica, sea cual sea el tema de debate, no sólo en temas de aborto.


El creyente tiene el derecho a aceptar que su vida sea regida por los dogmas de la religión con la que más a gusto se sienta, pero cuando esto conlleva la discriminación, entonces la fe se convierte en un problema para los demás, y esto, desgraciadamente, es un hecho que está presente en nuestra sociedad. Y discriminación es, por ejemplo, la insistencia de la Iglesia en que las parejas homosexuales no tengan los mismos derechos que las heterosexuales, que no existan mujeres con cargos en la Iglesia o la negativa ante la investigación con fines médicos de las células madre.


En lo referente a la guerra de Irak, soy consciente de la postura que tuvo Juan Pablo II, lo recuerdo perfectamente. Pero o usted no me entendió bien o yo no me expresé con claridad. Mi acusación iba más bien dirigida a la Iglesia española; recuerde que le comparé la manifestación del ‘no a la guerra’ con la campaña contra el aborto (aludiendo a la polémica que ahora mismo tiene lugar en España). La cantidad de dinero que gasta la Iglesia en campañas no es pequeña (250.000 euros en la última), además se convocan numerosas manifestaciones para defender estas campañas con obispos a la cabeza y se anima a los padres de los escolares a objetar contra la Educación para la Ciudadanía. No recuerdo tanta actividad en la Iglesia (española) en aquella manifestación contra la guerra de Irak, ni a los obispos encabezándola, sólo recuerdo unas palabras del Papa desde Roma. No recuerdo a la Iglesia criticando tanto (y no soy, ni mucho menos, un defensor de Zapatero) al Gobierno de Aznar, como hace con el actual Gobierno por la ley del aborto, a pesar de que Aznar fue miembro precisamente del lamentable trío de las Azores.


Efectivamente, como dice usted, el Papa Pío XII se mostró contrario a las atrocidades de Hitler, pero eso fue a partir de la derrota del tercer Reich; hasta entonces su antisemitismo fue muy claro. Dijo lindezas como que los judíos eran responsables de su destino, Dios los había elegido, pero ellos negaron y mataron a Cristo. Y «cegados por su sueño de triunfo mundial y éxito materialista» se merecían «la ruina material y espiritual» que se habían echado sobre sí mismos. El silencio de Pacelli (Pío XII) ante el genocidio fue escandaloso. También es interesante recordar aquello que dijo en 1939: «España (...) acaba de dar a los profetas del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores de la religión y del espíritu».


Insisto, señor obispo: ¿quién es la Iglesia para hablarnos de derecho a la vida?, ¿y de moralidad?, ¿y de la verdad? Muy poca gente conoce su historia. Pocos son los que saben que San Pedro nunca fue Papa, que el primer dirigente de la primera comunidad cristiana posiblemente fue el apóstol Santiago, el hermano –de sangre– de Jesús (no lo digo yo, lo dice la Biblia). Tampoco saben que el dogma de la Inmaculada Concepción, del que la Biblia no dice absolutamente nada, no fue impuesto hasta 1954. Ni que la idolatría (o procesiones de Semana Santa) está contundentemente condenada en numerosos pasajes bíblicos. Y aparte de lo bíblico, también es una pena que la mayoría de la gente ignore que el Vaticano es un estado soberano, que dispone de su propio banco central, cuya impunidad ante cualquier actividad está garantizada por el mismo Vaticano, el cual nunca lo ha sometido a una auditoría. Como cualquier otro banco, se dedica a financiar de todo: desde fabricación de armas hasta fabricación de ¡preservativos! Y me gustaría mencionar también la injusticia que se cometió el pasado 19 de septiembre de 2008, cuando el Tribunal Supremo avaló una resolución del arzobispado de Valencia que nos priva a los ciudadanos del derecho a la apostasía.


Dice usted que en países como Kenia y Nigeria se han conseguido buenos resultados sin el uso del preservativo, pero hay estudios que demuestran que los resultados podrían haber sido mejores con su uso. De todos modos, el que la Iglesia consiga en algún lugar que con la abstinencia se disminuya el contagio de sida, no significa que el preservativo no sea eficaz. Sé a dónde se dirige, sé que el mandamiento cristiano ‘no fornicarás’ es el mejor método anticonceptivo, pero seamos realistas: la imposición de una conducta sexual católica, que prohíbe el sexo incluso en el matrimonio si no es para engendrar, no siempre funciona, y aun así, no es algo que se consiga en dos días. En todo caso, el hecho de tener siempre un preservativo a disposición, y saber utilizarlo correctamente, siempre es preferible. Está más que probado que el preservativo presenta una fiabilidad del 90 %, y no tiene por qué cambiar los hábitos sexuales, si se complementa con una buena educación. Antes de acabar me gustaría pedirle que no hable de la solidaridad con los enfermos de sida como si la Iglesia fuese la única que la tiene. Lo de la ayuda incondicional es una característica común de cualquier ONG, sea católica, protestante o simplemente, laica. Y déjeme acabar con uno de mis pasajes favoritos: «Escudriñad las Escrituras...» (Jn 5, 39).

 
 

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