"Los cielos cuentan la gloria de
Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos"
(Salmos 19:1).
"La
religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad
humana, y lo mismo que la del niño, provendría del
complejo de Edipo en la relación con el padre. Conforme
a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la
religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de
un proceso del crecimiento y que en la actualidad nos
encontramos ya dentro de esta fase de la evolución." (Sigmund
Freud, El porvenir de una ilusión, 1927)
La campaña en favor del ateismo
emprendida por Richard Dawkin y otros autodefinidos
"humanistas", primero en los autobuses de Londres y,
posteriormente, en los de otras ciudades europeas tiene
como lema: "Dios probablemente no existe: deje de
preocuparse y disfrute de la vida." El lema corresponde
a las tesis desarrolladas por el biólogo en su obra "The
God Delusion" (El espejismo de Dios). En esa obra,
Dawkin, partiendo de un planteamiento científico
empirista y positivista reconoce muy pocas
probabilidades a la existencia de Dios. Su modo de
proceder no se limita a afirmar respecto de Dios que "no
necesita esa hipótesis" como habría respondido el físico
Laplace a Napoleón cuando este le preguntara por el
lugar de la divinidad en su obra. El autor del Espejismo
de Dios va más allá y evalúa en su libro la
plausibilidad de la existencia de Dios como principio
creador y ordenador del universo enfrentándose desde un
punto de vista epistemológico a las tesis creacionistas.
Lo que está en juego es, por lo tanto, el valor
explicativo de cada una de las dos tesis a la hora de
dar razón de la complejidad de nuestro universo.
El creacionismo, por su parte,
forma parte de un movimiento de polémica anticientífica
que se conoce en los Estados Unidos desde principios del
siglo XX. Su objetivo fue la prohibición de la enseñanza
de las tesis de Darwin y su sustitución por la doctrina
de la Escritura. Hoy día ha limitado sus pretensiones y
acepta cierto grado de pluralismo: reclama de las
autoridades que el creacionismo, o más bien una versión
adecentada de éste, se enseñe en paralelo a otras
doctrinas como la darwiniana, con estatuto de hipótesis
científica. Dentro de esta nueva presentación, el
creacionismo ha cambiado incluso de nombre y se
autodenomina « teoría del diseño inteligente ». La tesis
principal de esta doctrina tal como se expresa en el
folleto destinado a los docentes que ha elaborado el
Discovery Institute norteamericano es la siguiente: « La
teoría del diseño inteligente afirma que determinadas
características del universo y de los seres vivos se
explican mejor mediante una causa inteligente, y no por
un proceso sin dirección como la selección natural. ».
Esto, por mucho que se intente disimular no es una tesis
nueva ni distinta del creacionismo, sino una nueva
edición de la quinta vía tomista. Se sabe que Santo
Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, declara imposible
una demostración de la existencia de Dios a priori, esto
es a partir del concepto mismo de Dios. La única
posibilidad que tiene el creyente para confirmar su fe
en Dios es recurrir a pruebas racionales, pruebas que no
equivalen a una demostración, pues esta debería partir
de la idea de Dios y no de los pretendidos efectos de la
existencia y la acción de Dios. De ahí que Santo Tomás
proponga cinco vías para mostrar la existencia de Dios a
partir de la creación, de los pretendidos « efectos de
la acción divina ». La quinta de estas vías es la
teleológica, que el Doctor Angélico expone en los
siguientes términos: « la quinta prueba está tomada del
gobierno del mundo. En efecto: vemos que los seres
desprovistos de inteligencia, como los cuerpos
naturales, obran de un modo conforme a un fin, pues se
los ve siempre, o al menos muy a menudo, obrar del mismo
modo, para llegar a lo mejor; de donde se deduce, que no
por casualidad, sino con intención deliberada, llegan de
este modo a su fin. Los seres desprovistos de
conocimiento no tienden a un fin sino en tanto que son
dirigidos por un ser inteligente, que lo conoce, como la
flecha es dirigida por el arquero. Luego hay un ser
inteligente, que conduce todas las cosas naturales a su
fin, y este ser es al que se llama Dios. »
Lo que está en juego en el
debate entre darwinismo y creacionismo tal como se
plantea en la nueva formulación de éste último es la
explicación de la complejidad del universo y en concreto
de la de los seres vivos. La existencia de Dios como tal
es el presupuesto de una de las hipótesis en liza. La
otra hipótesis es la de la selección natural. Dawkin
presenta la teoría darwiniana en su propio ámbito de
aplicación como una hipótesis económica que permite
entender el paso de las formas de vida más sencillas a
las más complejas mediante variaciones sucesivas de los
seres vivos dirigidas por la selección natural. El
darwinismo es así una respuesta inmanentista a las
teorías del diseño inteligente, que en realidad explican
lo complejo e improbable por algo todavía más complejo e
improbable como es la acción divina. Utilizando un simil
técnico, afirmará Dawkin al final del cuarto capítulo de
su libro que « El problema que nos ocupa es el problema
de la improbabilidad estadística. Obviamente, no es
solución postular algo aún más improbable. Lo que
necesitamos es una « grúa », no un « gancho colgado del
cielo » pues sólo una grúa puede hacerse cargo de una
elevación paulatina y plausible de los más simple a una
complejidad de otro modo improbable ». La revolución
darwiniana habrá consistido según Dawkin en que: «
Darwin y sus sucesores han mostrado cómo las criaturas
vivas, con su espectacular improbabilidad estadística y
su apariencia de diseño han evolucionado lenta y
gradualmente a partir de comienzos simples. Podemos
decir sin temor a equivocarnos que la ilusión del diseño
en los seres vivos es sólo eso: una ilusión. » Por
último, concluirá Dawkin que « Si se acepta lo
argumentado en este capítulo, la premisa fáctica de la
religión -la Hipótesis de Dios- resulta insostenible.
Dios, casi con toda certeza, no existe. »
El problema es que lo
insostenible sólo desde un punto de vista
epistemológico, no lo es desde un punto de vista
ontológico ni práctico. Aunque, para cualquier biólogo
serio, la hipótesis inmanentista darwiniana arruine
definitivamente el creacionismo como hipótesis que
oriente los trabajos de su disciplina, sigue existiendo
-pues de probabilidades se trata-, la posibilidad muy
poco probable de que Dios exista. Basta esta pequeña
probabilidad para que la religión y, como decía Marx, «
die ganze alte Scheisse », toda la vieja mierda del
temor y el temblor, de la culpa y el pecado regresen y
amarguen la vida a los mortales.
De hecho, esa escasa
probabilidad ya había servido a Pascal -uno de los
inventores del cálculo de probabilidades- como punto de
apoyo para su famosa apuesta en favor de la existencia
de Dios. Pascal utiliza para su apologética un
dispositivo discursivo semejante a lo que después se
llamaría la « teoría de los juegos »: « Usted tiene dos
cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que
comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y
su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de
las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no
está más dañada, eligiendo la una o la otra, puesto que
es necesario elegir. He aquí un punto vacío. ¿Pero su
bienaventuranza? Vamos a pesar la ganancia y la pérdida,
eligiendo cruz (de cara o cruz) para el hecho de que
Dios existe. Estimemos estos dos casos: si usted gana,
usted gana todo; si usted pierde, usted no pierde nada.
Apueste usted que Él existe, sin titubear. » La
posibilidad de la existencia de Dios, por improbable que
sea, deja abierto el temor al infinito castigo de un
Dios celoso que no aceptaría con humor, a tenor de lo
que nos dice la Biblia, que Einstein justificara su
falta de fe diciendo: « Not enough evidence, God. Not
enough evidence. » (No hay pruebas suficientes, Dios, no
hay pruebas suficientes. Voltaire situará a Spinoza en
idénticas circunstancias que las de la anécdota de
Einstein en un poema (Les systèmes) en que se burla de
los filósofos. Presenta así Voltaire al autor de la
Ética:
Alors un petit Juif, au long
nez, au teint blême,
Pauvre, mais satisfait, pensif
et retiré,
Esprit subtil et creux, moins
lu que célébré,
Caché sous le manteau de
Descartes, son maître,
Marchant à pas comptés,
s'approcha du grand Être:
« Pardonnez-moi, dit-il en lui
parlant tout bas,
Mais je pense, entre nous, que
vous n'existez pas.
Je crois l'avoir prouvé par mes
mathématiques.
J'ai de plats écoliers et de
mauvais critiques:
Jugez-nous... » A ces mots,
tout le globe trembla,
Et d'horreur et d'effroi saint
Thomas recula.
(Entonces un pequeño judío, de
larga nariz y pálida tez/Pobre mas satisfecho, pensativo
y retirado,Espíritu sutil y huero, menos leído que
celbrado,/Oculto bajo el manto de Descartes, su
maestro,/Contando sus pasos se acerca al gran Ser:/«
Perdonadme le dice, hablándole muy bajo, /Pero entre
nosotros pienso que no existís,/Creo haberlo probado por
mis matemáticas. Tengo burdos discípulos y malos
críticos./Juzgadnos...Con estas palabras, todo el orbe
tembló. Y de horror y pavor Santo Tomás dió un paso
atrás.)
Para deshacerse del temor de
Dios no se puede prescindir de una crítica de este
supuesto « concepto ». No se trata de afirmar con
Einstein y Dawkin que no hay bastantes pruebas, sino de
decir con Spinoza que el concepto religioso de la
divinidad no es consistente. Se trata, en otros términos
de reivindicar lo que llamaba Bayle, el « ateismo de
sistema » de Spinoza. En términos de Santo Tomás, lo que
hace Spinoza en el Libro I de la Ética sería una
demostración a priori, a partir de su concepto, de la
inexistencia de Dios o, mejor dicho, una demostración de
la existencia de la naturaleza infinita que excluye la
existencia del Dios transcedente. Para Spinoza, todo el
contenido del presunto concepto de Dios se agota en la
esencia de una naturaleza infinita. Desde este punto de
vista, intentaremos aquí indicar (es imposible
desarrollarlas en el espacio de un artículo) de la mano
de Spinoza y de Freud y de otros nombres más antiguos de
la tradición metrialista, algunas posibilidades de
crítica del concepto de Dios más radicales y decisivas
que lo que nos propone Dawkin. Nos ocuparemos así de la
hipótesis de Dios mostrando su absurdo desde un punto de
vista lógico y desde una perspectiva ontológico y
haremos algunas observaciones sobre una ética atea (la
de Dawkin no llega a serlo).
A modo de preliminar, cabe
afirmar que desde un punto de vista lógico, la hipótesis
de Dios, al igual que las vías tomistas, se basa en una
falacia harto conocida: la afirmación del consecuente.
Este tipo de argumento lógico sin validez tiene la
estructura siguiente en lógica proposicional: si p, q;
q, luego p. Por ejemplo: "Si Pedro es dueño del Palacio
de Buckingham, Pedro es rico; Pedro es rico, luego Pedro
es dueño del Palacio de Buckingham".
Otro bello ejemplo de
afirmación del consecuente, además a propósito de la
religión, nos lo da Freud en su ensayo "El porvenir de
una ilusión", en un pasaje donde recuerda la estructura
del razonamiento por el cual el creyente de las grandes
religiones monosteistas « prueba » -circularmente- la
verdad de su texto sagrado y la existencia de su Dios.
Afirma así Sigmund Freud respecto de la Escritura: "De
poco sirve que se atribuya a su texto literal o
solamente a su contenido la categoría de revelación
divina, pues tal afirmación es ya por sí misma una parte
de aquellas doctrinas, cuya credibilidad se trata de
investigar, y ningún principio puede demostrarse a sí
mismo."(Freud, El porvenir de una ilusión, V). El
planteamiento que critica Freud, traducido en términos
de lógica de las proposiciones, se formularía de la
manera siguiente: "Si un Dios bueno y veraz hubiera
revelado la Biblia, esta sería necesariamente verdadera"
y "como la Biblia afirma la existencia de Dios, ese Dios
bueno y veraz existe". En el caso de las posiciones
creacionistas con las que se enfrenta el libro de
Dawkin, estas vendrían a afirmar: "Si un sujeto
omnisciente y todopoderoso hubiera creado el mundo,
habría podido hacerlo sumamente complejo; ahora bien,
como el mundo es sumamente complejo, ha sido creado por
un sujeto omnisciente y todopoderoso". Todos estos
argumentos manifiestamente falaces son fácilmente
refutables a poco que se preste atención, pues ni todos
los ricos poseen el Palacio de Buckingham, ni existe una
garantía divina sobre la Biblia, ni la complejidad del
mundo implica su creación por una inteligencia suprema.
La hipótesis de Dios, contemplada a partir de sus
supuestos efectos, no es así una posibilidad improbable,
sino una falacia lógica, un argumento carente de
validez.
El concepto de Dios considerado
no a partir de sus supuestos efectos (a posteriorir)
sino en sí mismo (a priori), también resulta sumamente
vulnerable a la crítica, por mucho que Dawkin no
emprenda en ningún momento,esta tarea. Es lo que muestra
Spinoza a lo largo del Libro I, De Dios, de su Ética. En
este texto el filósofo aplica al concepto de Dios el
aparato conceptual de la ontología cartesiana y lo
define como: « un ser absolutamente infinito, esto es
una substancia que consta de infinitos atributos, cada
uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita
».
Esta operación no es en
absoluto inocente, pues tiene como consecuencia
inmediata una identificación entre creador y criatura
que permite a Spinoza atribuir a la naturaleza la
potencia infinita que la tradición tanto teológica como
filosófica reconocía al Dios transcendente: « De la
necesidad de la naturaleza divina deben seguirse
infinitas cosas de infinitos modos » (Etica I, prop.
XVI). Esa potencia infinita en eterna autodeterminación
ignora cualquier tipo de transcendencia y por ello mismo
es incompatible con toda idea de voluntad indefinida, de
orden y de finalidad. Todo orden, toda finalidad
implican alguna diferencia entre un sujeto que pone los
fines y el orden y la realidad ordenada. Por otra parte,
pensar a Dios como una realidad cuya esencia se expresa
en una naturaleza infinita, supone introducir en el
concepto de Dios, no ya la absoluta unidad, sino la más
completa pluralidad que se expresa en los infinitos
atributos y modos que a Dios constituyen. Como indica
Spinoza en su carta 50 a Jarig Jelles: « Dios sólo mucha
impropiedad puede decirse uno o único ». Y ello no sólo
porque ni existe ni puede existir un género de « los
Dioses », sino también y tal vez sobre todo, porque la
esencia divina implica siempre necesariamente una
pluralidad interna e infinita.
El dispositivo de la Etica
consiste no en negar la plausibilidad de la hipótesis de
un Dios transcedente como explicación del orden del
universo, ni siquiera en negar la existencia de Dios,
sino en producir la implosión del concepto de Dios
afirmando a la vez que Dios es substancia y es infinito.
El Dios sustancia infinita no puede ser el rector del
universo, pues no se distingue realmente de éste. Los
conceptos fundamentales en que se basan la teología y el
sentido común: sujeto, fines, orden, no pueden ser sino
productos de la imaginación. La voluntad de Dios, a su
vez, en la medida en que corona el orden teleológico que
teología y sentido común reconocen en el universo, no es
sino « asilo de la ignorancia ». Como hemos visto, mero
producto de la falacia de la afirmación del consecuente.
Otra línea de la crítica
materialista del concepto de Dios presenta la idea de un
rector del universo -y de un orden del universo producto
de su voluntad- como una proyección antropomórfica. Son
famosas las palabras de Jenófanes:
« "Los etíopes de nariz chata y
negros; los tracios, que ojos azules y pelo rojizo". (DK
21 B 16) » o "Pero si los bueyes, caballos y leones
tuvieran manos o pudieran dibujar con ellas y realizar
obras como los hombres, dibujarían los aspectos de los
dioses y harían sus cuerpos, los caballos semejantes a
los caballos, los bueyes a bueyes, tal como si tuvieran
la figura correspondiente a cada uno". DK (21 B 15).
Haciendo eco a estas palabras
afirmará Spinoza que: « creo que, si un triángulo
pudiese hablar, diría, de igual manera, que Dios es
eminentemente triangular, mientras que un círculo diría
que la naturaleza divina es eminentemente circular. Así
cada uno adjudicaría a Dios sus propios atributos,
asumiría ser en sí mismo semejante a Dios, y vería todo
lo demás como mal formado » (Carta 56, a Hugo Boxel).
Sostiene Freud en el capítulo
VI del texto que hemos citado anteriormente que los
hombres han creado la divinidad para enfrentarse al
terror a un universo que supera infinitamente sus
fuerzas: « Recapitulando nuestro examen de la génesis
psíquica de las ideas religiosas, podremos ya formularla
como sigue: tales ideas, que nos son presentadas como
dogmas, no son precipitadas de la experiencia ni
conclusiones del pensamiento: son ilusiones,
realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y
apremiantes de la Humanidad. El secreto de su fuerza
está en la fuerza de estos deseos. Sabemos ya que la
penosa sensación de impotencia experimentada en la niñez
fue lo que despertó la necesidad de protección, la
necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal
época por el padre, y que el descubrimiento de la
persistencia de tal indefensión a través de toda la vida
llevó luego al hombre a forjar la existencia de un padre
inmortal mucho más poderoso. »
A la divinidad se le pueden
pedir favores y gracias, se la puede aplacar cuando se
la supone enojada. Esto es posible porque la persona
religiosa supone que Dios comparte con nosotros el
lenguaje y en buen medida la propia condición humana. La
divinidad se pone así en el lugar de un universo mudo al
que no cabe hacer ningún tipo de demanda. Ofrece la
tranquilidad relativa que da un interlocutor supuesto al
que se puede dirigir una demanda, pero al mismo tiempo,
conserva la inmensa superioridad y la inabarcabilidad
para el hombre que tenía la naturaleza. De ahí que la
confianza y la esperanza en Dios estén inseparablemente
unidas al terror que suscita la impenetrabilidad de sus
designios. De ahí también el problema ético fundamental
de un planteamiento empirista y estadístico como el de
Dawkin que no logra liberar a nadie de la posibilidad
siempre amenazadora de que exista el temible arquitecto
del universo que describen las religiones. Difícilmente
puede uno "dejar de preocuparse y disfrutar de la vida"
cuando un Dios vengativo puede castigarnos, precisamente
por "dejar de preocuparnos y disfrutar de la vida." La «
apuesta pascaliana al revés » sigue siendo una apuesta y
una apuesta nunca permite salir del círculo del temor y
de la esperanza en el que la religión nos sitúa
inevitablemente.
La campaña de Dawkin y de los
humanistas pretende aunar la buena educación y el apego
teórico a la experiencia características de la academia
anglosajona. A pesar de ello, las reacciones del
integrismo católico ante su campaña no han hecho gala de
estos mismos valores, pues el ayuntamiento de Génova ha
prohibido la publicidad atea en los autobuses, y en el
propio ayuntamiento de Barcelona, algún concejal
católico ha mostrado públicamente su enojo por la
exhibición pública de mensajes que niegan aunque sea
parcial y educadamente a Dios. Sin duda, es recomendable
guardar las formas y mantener el respeto por las
opiniones ajenas, sobre todo si no las compartimos. La
libertad de pensamiento, según la fórmula de Rosa
Luxemburg, es siempre "sólo la libertad para el que
piensa de otra manera (immer nur die Freiheit des
Andersedenkenden)". Precisamente, por ello creemos
necesario poder pensar de otra manera que los
creacionistas y negar sus tesis de manera clara y
tajante, replicando con todo respeto a los
creacionistas...y al profesor Dawkin : Dios no existe,
sin la menor duda.