Dios es de derechas.
Nazismo, franquismo y catolicismo: una alianza
contra la libertad.
Javier Fisac Seco
Laicismo.org
12 de Marzo de 2009
“Dios
es de derechas” es el primer resultado de un
trabajo de investigación sobre la relación entre
la libertad sexual, dios y el poder. En este
libro no me he planteado especular sobre la
existencia de algún dios o dioses en términos
filosóficos o teológicos porque esos dioses, y
prefiero utilizar la expresión dioses cuando me
refiera a la posibilidad de existencia de seres
divinos, no humanos, más allá del tiempo, el
espacio universal y la vida, porque la expresión
dios, un único dios, referida a la misma
especulación divina, ya tiene en sí misma una
connotación de carácter totalitario.
No voy a referirme a estos entes, decía, porque
si los seres humanos recurrimos a ellos para
explicar el sentido de la vida, que no es otra
cosa que el deseo que tenemos de ser inmortales,
si esos dioses existieran, significaría que ya
somos inmortales sin tener por qué estar
preocupados por ello y si no existen tampoco
tenemos que preocuparnos porque entonces es que
no somos inmortales y la vida tendrá exactamente
el mismo sentido tanto si lo somos como si no lo
somos. En cualquier caso, si ellos quieren que
los conozcamos deberían manifestarse. Porque qué
sentido tiene tanto secretismo divino y qué
sentido tiene que se manifiesten a unos
personajes autoritarios como Moisés, San Pablo,
Mahoma para que luego éstos nos tengan que
convencer de que su dios, el dios que dicen
revelado en exclusiva a cada uno de ellos,
existe, tiene unas características y nos impone
una voluntad. ¿No sería más sencillo que se
manifestaran sin intermediarios?
Claro que, si la inmortalidad, que es lo que
daría sentido a nuestras vidas, la conceden los
dioses monoteístas que conocemos, entonces
tendremos que ser como ellos: autoritarios,
patriarcales, antifeministas, homófobos,
puritanos y reprimidos. Dioses a quienes amarga
el placer por que lo condenan y porque lo que
les hace felices es que suframos en su nombre y
así purificar eso que llaman alma. Sus modelos
son vírgenes y mártires. Y sobre estos valores,
negación de los derechos individuales, se ha
construido la moral sexual represiva que padece
todo el mundo occidental, y desde otra
perspectiva histórica, el oriental. Y la vivimos
y la sufrimos como si fuera cosa natural.
Curioso. En cualquier caso, como no tenemos más
realidad que nuestro cuerpo y esto es una
evidencia científica casi me atrevería a afirmar
que no somos inmortales para qué nos vamos a
engañar. Pero yo no he venido aquí para
desilusionar a nadie
A Freud y a todos los papas les pareció que lo
natural es vivir reprimidos. A Freud le parecía
que el principio de la realidad, que no es
biológico sino político y religioso, se
impusiera sobre el principio del placer, que no
es un hecho biológico como piensa casi todo el
mundo, sino una conquista del desarrollo humano
como el lenguaje, el pensamiento, la ciencia o
la cultura. El placer es un deseo humano no un
instinto biológico. A los papas, curiosamente
coincidentes con Freud, aunque desde otra
perspectiva, les parecía y parece que no merece
la pena buscar el placer en la vida porque la
vida es algo transitorio que nos conduce a la
muerte en la que nos realizamos y porque la
salvación del alma depende de la negación del
placer. Curiosa coincidencia entre Freud y los
papas. Y por extensión todas las religiones
monoteístas.
Para Rousseau el principio de la realidad era la
“voluntad general”, para Hegel, el Estado para
Hitler, la Nación, para la mentalidad colectiva
tradicional y común, lo evidente. Sin embargo, a
Reich, Fromm, Marcuse les pareció que la
negación del principio del placer y de la
libertad, o dicho en negativo: la imposición del
principio de la realidad, es el fundamento del
Poder autoritario y la negación del desarrollo
político, científico y placentero del ser humano
en la única realidad que tenemos: el presente.
De lo que se deduce que quienes sean demócratas,
antipatriarcales, antiautoritarios, feministas,
homosexuales, libertinos, hedonistas y
favorables a la libertad sexual y a disfrutar
del sexo por el sexo, quienes hayan perdido la
virginidad y no se resignen a ser mártires por
su causa, no alcanzarán la inmortalidad o de
alcanzarla será para padecer eternamente el
castigo por haber sido felices. Por no haber
sido ni vírgenes ni mártires. Y en consecuencia,
desde esta ideología autoritaria los demócratas,
hedonistas y libertinos no le habrán dado
sentido a sus vidas. Curiosos dioses, éstos, los
monoteístas
Desde hace unos 5.000 años, por arrancar a
partir de los imperios egipcios y mesopotámicos,
los dioses monoteístas han reinado y gobernado
junto a las clases dominantes, cuyos intereses
eran antagónicos de los pueblos sobre los que
reinaban. Es lógico pensar que las leyes que
dictaban esos dioses no fueran contra los
intereses de quienes gobernaban, que,
evidentemente, no podían ni pueden ser los
mismos del pueblo sobre el que gobiernan. Esta
asociación entre Poder y Dios, que nos puede
parecer tan normal hoy día que casi nadie la
cuestiona, es una evidencia histórica. Hasta tal
punto que los papas, cuando las revoluciones
burguesas derriben el Antiguo Régimen, pongan el
grito en el cielo porque los nuevos Estados han
separado la Iglesia del Estado.
Cuando hablamos de dioses se hace necesario
establecer una primera diferencia entre
politeísmo y monoteísmo. La conclusión que se
sigue de esta diferencia es que ya estamos
hablando en términos políticos. De democracia o
de totalitarismo. Lo democrático es laico, decía
la revista “Leviatán” en 1934, luego lo
totalitario es religioso. O en palabras del
filósofo Schleiermacher si “La experiencia
religiosa es un sentimiento de dependencia
absoluta”, entonces, concluirá Eric Fromm, esto
es así porque los individuos se someten a
poderes autoritarios exteriores a él e
interiorizados en él.
Pero por qué razones el pueblo se ha dejado
dominar y se sigue dejando dominar por dioses
que habían sido creados para tenerlos sometidos
a un poder autoritario. A esta pregunta ya han
respondido W. Reich, E. Fromm y desde una
perspectiva más actualizada Marcuse, por lo que
no voy a repetir sus argumentos que podemos
encontrar en sus libros e indirectamente en el
prólogo de este libro y en la bibliografía. No
voy a entrar, porque mi investigación se ha
centrado en otros aspectos escasamente
investigados desde la perspectiva de este libro.
Aspectos originales porque autores tan
destacados como Sternhell en “El nacimiento de
la ideología fascista”, Hannah Arendt, en “Los
orígenes del totalitarismo” o Sabine en su
“Historia de la teoría política” no han tenido
en cuenta la relación de la ideología clerical
católica con el totalitarismo político.
Sorprende que se cite a Hegel, un ideólogo
oficial del militarismo prusiano, para
posicionar en él el origen del totalitarismo
como una reacción contra los logros de las
revoluciones norteamericana y francesa, y que no
se cite a Pío VI, contemporáneo de la Revolución
y de Napoleón, quien antes que Hegel puso las
bases ideológicas del totalitarismo. Unas bases
que irán desarrollando teóricamente a lo largo
del siglo XIX y poniendo en práctica en el XX en
los Estados fascista, nazi y sus modelos de
dictaduras militar-clericales como la
salazarista en Portugal, o la franquista en
España.
Este trabajo, como ya han podido imaginar, trata
de establecer dos hechos: desvelar el carácter
totalitario de la ideología religiosa
monoteísta, especialmente de la católica por su
influencia en el totalitarismo europeo, y
establecer, si existe relación entre esa
ideología religiosa totalitaria y las políticas
totalitarias que en los años treinta del siglo
XX consiguen triunfar, después del largo proceso
de preparación a lo largo del siglo XIX.
En este libro, como ya he dicho, no voy a tratar
de dioses cuya existencia no conocemos .De los
que sí voy a tratar es de los llamados dioses
monoteístas porque éstos sí podemos decir,
incluso los ateos, que existen. Existen porque
se identifican con el poder; existen porque
poseen enormes riquezas; existen porque tienen
privilegios; existen porque legislan; existen
porque tienen una moral que informa el superyó,
en términos freudianos o la tradición, la
cultura dominante, el qué dirán. Estos dioses
que consideran que el individuo no es un fin en
sí mismo sino un instrumento a su servicio para
alabarlos y ensalzarlos, ya nos están indicando
su carácter autoritario.
Claro que si sustituimos la palabra dios por la
expresión “corporativismo religioso clerical”,
empezaremos a entender el sentido de la idea de
dios y el sentido que tiene la vida para esta
corporación. Podría haberme limitado a calificar
esta corporación de “nobleza clerical” pero era
y es, algo más que un estamento privilegiado,
gracias a lo cual sobrevivió al desplome de su
mundo medieval: era, sigue siendo, una
estructura organizativa autónoma asociada al
poder absolutista pero con autonomía propia.
Este rasgo que es muy importante para entender
la permanencia el fenómeno religioso católico se
trata en el libro.
Mis fuentes principales para descubrirlos han
sido las huellas que ellos, sus intermediarios,
nos han ido dejando. Las encontramos en la
Biblia, en la doctrina cristiana, en las
encíclicas papales, en el Corán, en la Sunna, en
la Iyma, en sus mitologías y santorales, en la
historia política, en la Historia Universal. A
partir de estos documentos he podido
reconstruir, desde una perspectiva diferente a
Freud, que son: autoritarios, patriarcales,
antifeministas y homófobos. Todos.
Luego caí en la cuenta de que todas las
religiones monoteístas fueron creadas miles de
años después de que la especie humana estuviera
evolucionando. Creados en torno al segundo
milenio antes de nuestra era, en el caso judío,
en el siglo I de los comienzos del Imperio
romano para los cristianos, en el siglo VII para
los musulmanes y en el siglo XVI para los
cristianos reformistas, luteranos, calvinistas,
anglicanos… Por lo que habían permanecido
ausentes del devenir de la humanidad y cuando
aparecen lo hacen asociados a una forma de
gobierno y a un tiempo histórico. Para los
judíos es el dios del pueblo judío, para los
cristianos es el dios del emperador romano, a
partir del siglo IV, para los musulmanes es el
dios de los árabes, para los romanos es el dios
de Roma, para los ingleses el dios de
Inglaterra, para los estados alemanes es el dios
de Lutero… un dios, un poder, un territorio de
partida y una vocación imperial, porque, en buen
lógica y ellos mismos no lo cuestionan, si su
dios es el verdadero, su misión en la Historia
es difundirlo. Imponerlo. O lo que es lo mismo:
conquistar las conciencias y los territorios
hasta que todos queden sometidos a una sola
autoridad imperial. O a un solo dios. Porque son
coherentemente monoteístas.
Otra característica de estos dioses, y por eso
son totalitarios, es que ninguno de ellos
inicia su legislación, como podemos leer en la
Biblia o el Corán, proclamando los derechos
humanos y proponiendo una forma democrática,
popular o asamblearia de poder. Sí proponen
formas de gobierno y valores, pero son
autoritarias y anti-individualistas. Hay quienes
consideran, de buena fe, tal vez, que las
“Bienaventuranzas” son una especie de
declaración de derechos. Lo que ocurre es que,
primero, las bienaventuranzas no son proclamadas
por el pueblo en una revolución propia, sino que
son valores propuestos por dios o sus
representantes. Y esto ya resulta sospechoso.
Que el dios que está unido indivisiblemente al
Poder que los explota les proponga un modelo de
conducta como ese.
No voy a citar a Nietzsche porque además de ser
sospecho de totalitario, no es necesario, pero
las “Bienaventuranzas” lo que proponen a quienes
sufren miseria económica, explotación política y
persecución por la justicia es que no se
rebelen, porque si no se rebelan de ellos será
el reino de los cielos. Se supone que la
justicia, la riqueza y la alegría serán un
premio en el más allá, si permanecen sumisos
durante la vida. Porque si se revelan contra las
injusticias humanas pierden la condición de
bienaventurados. Divina paradoja, no cabe la
menor duda.
Las bienaventuranzas no son derechos sino
formas de conducta religiosa que proponen al
individuo bienaventurado el acatamiento de su
estado de injusticia, pobreza y miseria durante
toda su vida porque mientras se mantenga en ese
estado social tendrá garantizada la salvación de
su alma en la vida eterna.
Esta ideología autoritaria y represiva de origen
religioso es una ideología con la que se
pretende controlas a las masas, los individuos y
los ciudadanos en beneficio de poderes
autoritarios enemigos de la democracia, los
derechos individuales y el derecho al placer
sexual.
Los derechos humanos, por el contrario, no nos
proponen la resignación sino el ejercicio de
unas libertades individuales ya, ahora, aquí y
si fuera posible y dependiera de nuestras
fuerzas, en todo el mundo. Durante siglos la
humanidad ha vivido, y para millones de
personas, sigue viviendo, sin derechos porque
estos dioses sólo exigen obligaciones hacia
ellos.
La primera parte de este libro, dieciocho
siglos, si contamos desde los comienzos, está
caracterizada por ser un tiempo histórico
durante el cual los dioses monoteístas luchaban
por conquistar el poder, defenderlo y
extenderlo. El cristianismo, una vez asociado al
poder imperial luchará contra cualquier poder
emergente para mantener su posición. Se
fragmentará en varios espacios geopolíticos por
razones de poder; se asociará a los monarcas
bárbaros, godos, visigodos y francos,
establecerá alianzas con unos contra otros y así
durante toda la edad feudal, para dominar. Y en
el Renacimiento desencadenará guerras contra las
naciones emergentes y sus dioses monoteístas,
nacionales y cristianos en unas guerras
devastadoras a lo largo de dos siglos. En este
período se incluyen las persecuciones,
destrucción y aniquilamiento de cuantos tenían
opinión propia. Todo por una cuestión de poder.
De manera que, aunque Sabine diga lo contrario
en su libro “La Historia de la Teoría Política”
y por esa razón no califique nunca la ideología
católica de totalitaria y no establezca ninguna
relación entre esa ideología y las políticas
totalitarias del siglo XX, toda religión
monoteísta es una teoría del poder autoritario
que elabora una doctrina de salvación, una
mitología, y unos valores, una moral, al
servicio del Poder. Esta es la principal
conclusión de este libro que se reparte entre
una primera parte, más histórica que política y
tal vez más accesible y conocida, en la que la
conquista, defensa y difusión del Poder es la
principal tarea de la religión y una segunda
parte, que arranca del siglo de la Luces y se
desarrolla a lo largos de los siglos XIX y XX,
cuyas principales fuentes son las encíclicas
papales y la doctrina cristiana y su influencia
sobre los movimientos políticos totalitarios y
las dictaduras clerical-militaristas.
Que la religión es una teoría del Poder ya nos
lo cuenta Moisés en el “Exodo” y el “Levítico”;
lo ratifica San Pablo, y lo repiten San Agustín
y el papa Gelasio VI, en el siglo IV, Gregorio
VII, los jesuitas: Suárez en su “Tractatus
de legibus ac deo legislatore” y Mariana en “De
rege et regis institutione”. Y así todos los
papas. En noviembre de 1885: León XIII nos lo
repite en su encíclica Immortale Dei ,
en los siguientes términos:
“5. De donde se sigue que el poder público por
sí propio, o esencialmente considerado, no
proviene sino de Dios, porque sólo Dios es el
verdadero y Supremo Señor de las cosas, al cual
necesariamente todas deben estar sujetas y
servir, de modo que todos los que tienen derecho
de mandar, de ningún otro lo reciben si no es de
Dios, Príncipe Sumo y Soberano de todos. No hay
potestad sino de Dios.”
Un siglo antes que este papa, Pío VI,
contemporáneo de la revolución francesa y de
Napoleón, puso en marcha la contrarrevolución
ideológica y política totalitaria frente a los
valores de estas revoluciones. Todo lo que dice
en su carta “Quod aliquantum, Sobre la
libertad, Carta al Cardenal
Rochefoucauld y a los obispos de la Asamblea
Nacional 10 de marzo de 1791,
contenida, como todas las encíclicas que se
vayan citando, en este libro, es una síntesis de
la ideología que irá desarrollándose hasta el
triunfo del fascismo y del nazismo y que se
conservan inalteradas hasta el presente.
“A pesar de los principios generalmente
reconocidos por la Iglesia, comienza la carta,
la Asamblea Nacional se ha atribuido el poder
espiritual, habiendo hecho tantos nuevos
reglamentos contrarios al dogma y a la
disciplina. Pero esta conducta no asombrará a
quienes observen que el efecto obligado de la
constitución decretada por la Asamblea es el de
destruir la religión católica y con ella, la
obediencia debida a los reyes. Es desde este
punto de vista que se establece, como un derecho
del hombre en la sociedad, esa libertad absoluta
que asegura no solamente el derecho de no ser
molestado por sus opiniones religiosas. sino
también la licencia de pensar, decir, escribir,
y aun hacer imprimir impunemente en materia de
religión todo lo que pueda sugerir la
imaginación más inmoral; derecho monstruoso que
parece a pesar de todo agradar a la asamblea de
la igualdad y la libertad natural para todos los
hombres. Pero, ¿es que podría haber algo más
insensato que establecer entre los hombres esa
igualdad y esa libertad desenfrenadas que
parecen ahogar la razón, que es el don más
precioso que la naturaleza haya dado al hombre,
y el único que lo distingue de los animales?
¿No amenazó Dios de muerte al hombre si comía
del árbol de la ciencia del bien y del mal
después de haberlo creado en un lugar de
delicias? y con esta primera prohibición, ¿no
puso fronteras a su libertad? Cuando su
desobediencia lo convirtió en culpable, ¿no le
impuso nuevas obligaciones con las tablas de la
ley dadas a Moisés? y aunque haya dejado a su
libre arbitrio el poder de decidirse por el bien
o el mal, ¿no lo rodeó de preceptos y leyes que
podrían salvarlo si los cumplía?”
Finalizando el siglo XIX, un siglo durante el
cual no sólo se ha consolidado el liberalismo
político sino en el que ya se anuncia el nuevo
fantasma, el comunismo, León XIII concreta esta
doctrina en sus diferentes encíclicas. En una de
ellas la “Rerum novarum”, nos propone un modelo
de sociedad basado en: el corporativismo
frente a los sindicatos de clase; la
coexistencia de clases bajo la dirección y
control de la Iglesia y el Estado frente a la
lucha de clases; la integración de todas las
clases en el Estado, preferiblemente
católico, como será el franquismo, y lo veremos
en el Fuero del Trabajo y los concordatos;
la resignación económica de los trabajadores
porque lo natural es la miseria a pesar de que
los socialistas y comunistas digan, engañando a
los trabajadores, que pueden desterrarse de la
faz de la tierra; un modelo de familia
patriarcal, autoritaria, antifeminista y
homófoba frente al individuo y sus derechos.
“En
verdad, dice en esta encíclica, que no podemos
comprender y estimar las cosas temporales, si el
alma no se fija plenamente en la otra vida, que
es inmortal; quitada la cual, desaparecería
inmediatamente toda idea de bien moral, y aun
toda la creación se convertiría en un misterio
inexplicable para el hombre. Así, pues, lo que
conocemos aun por la misma naturaleza es en el
cristianismo un dogma, sobre el cual, como sobre
su fundamento principal, reposa todo el edificio
de la religión, es a saber: que la verdadera
vida del hombre comienza con la salida de este
mundo. Porque Dios no nos ha creado para estos
bienes frágiles y caducos, sino para los eternos
y celestiales; y la tierra nos la dio como lugar
de destierro, no como patria definitiva. Carecer
de riquezas y de todos los bienes, o abundar en
ellos, nada importa para la eterna felicidad; lo
que importa es el uso que de ellos se haga.
Jesucristo - mediante su copiosa redención-
no suprimió en modo alguno las diversas
tribulaciones de que esta vida se halla
entretejida, sino que las convirtió en
excitaciones para la virtud y en materia de
mérito, y ello de tal suerte que ningún mortal
puede alcanzar los premios eternos, si no camina
por las huellas sangrientas del mismo
Jesucristo: Si constantemente sufrimos,
también reinaremos con El”
Cuarenta años después, en pleno auge de los
totalitarismos y cuando Italia ya está dominada
por Mussolini, a quien los papas le deben,
gracias al tratado de Letrán, la independencia
del Estado Vaticano y el monopolio de la
enseñanza en toda la Italia fascista, así como
otros privilegios que se detallan
documentalmente en este libro, Pío XI,
ratifica y bendice la concepción social de León
XIII, puesta en práctica en Italia, en su propia
encíclica la “Quadragesimo anno”. Y lo
hace con las siguientes palabras:
“14. Antes de ponernos a explanar estas cosas,
establezcamos como principio, ya antes
espléndidamente probado por León XIII, el
derecho y deber que Nos incumbe de juzgar con
autoridad suprema estas cuestiones sociales y
económicas [26]. Es cierto que a la Iglesia no
se le encomendó el oficio de encaminar a los
hombres hacia una felicidad solamente caduca y
temporal, sino a la eterna.
(...) Como primer principio, pues, debe
establecerse que hay que respetar la condición
propia de la humanidad, es decir, que es
imposible el quitar, en la sociedad civil, toda
desigualdad. Lo andan intentando, es verdad, los
socialistas; pero toda tentativa contra la misma
naturaleza de las cosas resultará inútil. En la
naturaleza de los hombres existe la mayor
variedad: no todos poseen el mismo ingenio, ni
la misma actividad, salud o fuerza: y de
diferencias tan inevitables síguense
necesariamente las diferencias de las
condiciones sociales, sobre todo en la fortuna.
- Y ello es en beneficio así de los particulares
como de la misma sociedad;
(...).
Y, por lo tanto, el sufrir y el padecer es
herencia humana; pues de ningún modo podrán los
hombres lograr, cualesquiera que sean sus
experiencias e intentos, el que desaparezcan del
mundo tales sufrimientos. Quienes dicen que lo
pueden hacer, quienes a las clases pobres
prometen una vida libre de todo sufrimiento y
molestias, y llena de descanso y perpetuas
alegrías, engañan miserablemente al pueblo
arrastrándolo a males mayores aún que los
presentes. Lo mejor es enfrentarse con las cosas
humanas tal como son; y al mismo tiempo buscar
en otra parte, según dijimos, el remedio de los
males.”
Recordando lo que León XIII dijo en su cita
encíclica que “La concordia engendra la
hermosura y el orden de las cosas; por lo
contrario, de una lucha perpetua necesariamente
ha de surgir la confusión y la barbarie”, Pío XI
explica que “Al hablar de la reforma de
las instituciones, principalmente pensamos en el
Estado; no porque de su influjo haya de
esperarse toda la salvación sino porque, a causa
del vicio del individualismo que hemos señalado,
las cosas han llegado ya a tal punto que,
abatida y casi extinguida aquella exuberante
vida social que en otros tiempos se desarrolló
en las corporaciones o gremios de todas clases,
han quedado casi solos frente a frente los
particulares y el Estado. Semejante deformación
del orden social lleva consigo no pequeño daño
para el mismo Estado, sobre el cual vienen a
recaer todas las cargas que antes sostenían las
antiguas corporaciones, viéndose él abrumado y
oprimido por una infinidad de cargas y
obligaciones.
...36. Esta debe
ser, ante todo, la mira; éste el esfuerzo del
Estado y de todos los buenos ciudadanos, que,
cesando la lucha de clases opuestas, surja y
aumente la concorde inteligencia de las
profesiones.
La política social
tiene, pues, que dedicarse a reconstituir las
profesiones. Hasta ahora, en efecto, el estado
de la sociedad humana sigue aún violento y, lo
por tanto, inestable y vacilante, como basado en
clases de tendencias diversas, contrarias entre
sí y, por lo mismo, inclinadas a enemistades y
luchas.
...Esta fuerza de
cohesión se encuentra, ya en los mismos bienes
que se producen o servicios que se prestan, en
lo cual de común acuerdo trabajan patronos y
obreros de una misma profesión, ya en aquel bien
común a que todas las profesiones juntas, cada
una por su parte, amigablemente deben concurrir.
Esta unión será tanto más fuerte y eficaz cuanto
con mayor fidelidad cada individuo y cada orden
pongan mayor empeño en ejercer su profesión y
sobresalir en ella.
...Restablecidos
así los miembros del organismo social, y
restituido el principio directivo del mundo
económico-social, podrían aplicarse en alguna
manera a este cuerpo las palabras del Apóstol
acerca del cuerpo místico de Cristo: Todo el
cuerpo trabado y unido recibe por todos los
vasos y conductos de comunicación, según la
medida correspondiente a cada miembro, el
aumento propio del cuerpo para su perfección
mediante la caridad.
...Recientemente, todos lo saben, se ha
iniciado una especial organización sindical y
corporativa, de la cual, dada la materia de esta
Nuestra Encíclica, parece bien dar aquí
brevemente una idea con algunas consideraciones.
El mismo Estado de
tal suerte constituye en personalidad jurídica
al sindicato que, a la vez, le confiere un
cierto privilegio de monopolio en cuanto que
sólo el sindicato, así reconocido, puede
representar a los obreros y a los patronos,
respectivamente, y él solo puede concluir
contratos y pactos de trabajo. La adscripción al
sindicato es facultativa, y sólo en este sentido
puede decirse que la organización sindical es
libre, puesto que la cuota societaria y ciertas
tasas especiales son obligatorias para todos los
que pertenecen a una categoría determinada, sean
obreros o patronos, así como para todos son
obligatorios los contratos de trabajo
estipulados por el sindicato jurídico. Es verdad
que autorizadamente se ha declarado que el
sindicato oficial no excluye de hecho la
existencia de otras asociaciones profesionales.
Las corporaciones
se constituyen por representantes de los
sindicatos de obreros y patronos de la misma
arte o profesión; y, en cuanto verdaderos y
propios órganos e instituciones del Estado,
dirigen y coordinan los sindicatos en las cosas
de interés común.
La huelga está
prohibida; si las partes no pueden ponerse de
acuerdo, interviene la Magistratura.
Basta un poco de
reflexión para ver las ventajas de esta
organización, aunque la hayamos descrito
sumariamente: la colaboración pacífica de las
clases, la represión de las organizaciones y de
los intentos socialistas, la acción moderadora
de una magistratura especial. Para no omitir
nada en argumento de tanta importancia, y en
armonía con los principios generales más arriba
expuestos y con lo que luego añadiremos, debemos
asimismo decir que vemos no faltan quienes temen
que, en dicha organización, el Estado se
sustituya a la libre actividad, en lugar de
limitarse a la necesaria y suficiente asistencia
y ayuda; que la nueva organización sindical y
corporativa tenga carácter excesivamente
burocrático y político; y que, no obstante las
ventajas generales señaladas, pueda servir a
intentos políticos, particulares, más bien que a
la preparación y comienzo de un mejor estado
social”.
Sobre la separación de poderes y la forma
democrática de gobierno finalizando el siglo,
León XIII ratifica la doctrina de sus
predecesores y pide a los católicos que apliquen
la doctrina de la Iglesia en lo que se refiere a
las formas de gobierno en la Immortale Dei
, donde afirma: “52. Y así, en circunstancias
tan difíciles, si los católicos Nos escuchan
como deben, fácilmente entenderán los deberes de
cada uno, ya en lo que toca a las ideas,
ya en lo que se refiere a los hechos. Y
por lo que toca a las ideas, es de toda
necesidad estar firmemente penetrados, y
declararlo en público siempre que la ocasión lo
pidiese, de todo cuanto los Romanos Pontífices
han enseñado o enseñaren en adelante. Y
particularmente, acerca de esas que se llaman
libertades modernas, inventadas en
estos últimos tiempos, conviene que cada cual se
atenga al juicio de la Sede Apostólica,
sintiendo lo que ella siente. Téngase cuidado de
que a nadie engañe su honesta apariencia;
piénsese cuáles fueron sus principios y cuál el
espíritu que las informa. Bien se conocen por la
experiencia los resultados que han producido en
los pueblos: son tales sus efectos que
justamente han traído al desengaño y
arrepentimiento a los hombres verdaderamente
honrados y prudentes.
Sin duda ninguna si se compara esta clase de
Estado moderno de que hablamos (el democrático)
con otro Estado, ya real, ya imaginario, donde
se persiga tiránica y desvergonzadamente el
nombre cristiano, aquel podrá parecer más
tolerable. Pero los principios en que se fundan
son, como antes dijimos, tales, que nadie los
puede aprobar.”
En 1933, Pío XI firmaba un concordato con
Alemania, gracias al cual Hitler será
internacionalmente reconocido y su posición
política fortalecida tanto dentro de Alemania
como fuera. Un acontecimiento importante porque
en esos momentos Hitler estaba aislado. Pocos
años después volverá a ocurrir lo mismo con
Franco.
El 14 de marzo de 1937, cuatro meses antes de
que los obispos españoles firmaran y difundieran
la Carta colectiva, en la que se califica de
cruzada y de guerra de civilizaciones la guerra
civil española y con la que apoya la
insurrección militar- clerical en España, y un
año antes de que se apruebe el “Fuero del
Trabajo de los españoles” en el que se invoca la
religión y el totalitarismo como fundamentos
ideológicos del nuevo Estado, Pío XI publica la
encíclica “Mit brennender Sorge” sobre la
situación de los católicos en Alemania. En ésta
encíclica no critica la ideología totalitaria ni
el régimen nazi, que se limita a califica de
pagano porque lo que le dolía es que no fuera
católico. Sólo se queja de los incumplimientos
del concordato porque no dejan a la juventud
católica y otros acuerdos en manos de los
católicos. El 28 de agosto de ese mismo año Pio
XI reconocía el Gobierno de Franco como el
Gobierno representante de España. Poco después
enviaba a su embajador o nuncio, Antoniutti,
ante el Gobierno de Franco. Nunca volvió a decir
nada sobre el régimen nazi, y en 1937 la Bestia
aún no había despertado. Aún quedaba por
comenzar la Segunda Guerra Mundial, durante la
cual se limitó a invocar la paz. Ideal que
interpretado por pasiva era lo mismo que invocar
la coexistencia del totalitarismo con las
democracias. Ya lo había planteado el mismo
Hitler a Churchill, pero éste, afortunadamente,
no tragó. Con el comunismo ya veremos que será
otra cosa. Tampoco dijo nunca nada contra el
fascismo, si no fueron alabanzas y
gratificaciones por concederle Mussolini la
creación del Estado Vaticano y las abundantes
prebendas y privilegios de que gozaron durante
la existencia de ese régimen fascista, unos 23
años, según contemos.
Veremos cómo, en el caso que nos toca a
nosotros, el Vaticano por intermedio del
cardenal Tadeschini, su embajador ante la España
republicana, alienta a las derechas y veremos
cómo éstas, tanto Calvo Sotelo, como Gil Robles,
como Jose Antonio en alguno sus 27 puntos, se
inspiran en las encíclicas papales. En concreto
en la “Rerum novarum”, y en otras que irán
saliendo y que las derechas citarán sin remilgos
y en sus discursos, prensa y hasta en el
Parlamento para legitimarse y orientarse
intelectualmente.
Pero volvamos a marzo de 1938 cuando se aprueba
el “Fuero del Trabajo de los Españoles”, que
empieza con esta declaración de principios:
“Renovando la
tradición católica de justicia social y alto
sentido humano que informó nuestra legislación
del Imperio, el Estado Nacional, en cuanto es
instrumento totalitario al servicio de la
integridad patria y sindicalista, en cuanto
representa una reacción contra el capitalismo
liberal y el materialismo marxista, emprende la
tarea de realizar – con aire militar,
constructivo y gravemente religioso, la
Revolución que España tiene pendiente y que ha
de devolver a los españoles, de una vez para
siempre, la Patria, el Pan y la Justicia”.
En 1967 fue modificado este texto original por
otro que se limitaba a decir: “Renovando la
tradición católica de justicia social y alto
sentido humano que informó la legislación de
nuestro glorioso pasado, el Estado asume la
tarea de garantizar a los españoles la Patria,
el Pan y la Justicia”.
Cuando lean el libro, si les apetece leerlo, les
invitaré a que hagan el siguiente esfuerzo
intelectual, retomen la lectura de la “Rerum
novarum” y tengan a su lado el “Fuero del
Trabajo”. Documentos que encontrarán en este
libro o en Internet, y luego comparen. La
comparación sería aún de resultados más
asombrosos si lo comparan con el régimen
fascista o con los discursos de Mussolini. Este
y otros esfuerzos los pueden hacer pero en este
libro se lo van a encontrar ya hechos.
¿Se equivocó la Iglesia al asociarse a poderes
totalitarios y dictaduras militar-clericales?
Este planteamiento peca de inocente porque la
doctrina y valores de la Iglesia estuvieron
luchando contra los valores democráticos y
encontraron en los movimientos reaccionarios y
totalitarios ese Estado al que asociarse para
proteger sus intereses. No olvidemos el vértigo
que le produjo al clero su separación del Estado
burgués y le producirá aún más intensamente la
amenaza anticlerical del comunismo pues éste
amenazaba su propia existencia como corporación
clerical, que fue lo que no se atrevieron a
hacer las revoluciones burguesas porque la nueva
clase dirigente también necesitaba de la
ideología y moral religiosa para contener a las
masas en sus justas pretensiones. Esto es, bajo
la autoridad del capital. Y nos lo van a
justificar los papas sin cortarse un pelo.
Pero por otra parte, la Iglesia se considera así
misma una sociedad perfecta cuyo dios no puede
equivocarse y cuya cabeza visible al
pronunciarse como único interprete de ese dios
tampoco puede equivocarse. Si la Iglesia
rectificara sus doctrinas y valores quebraría el
principio de autoridad, sobre el que se sustenta
dios y el poder del papa, porque o bien dios se
equivocó o bien el papa se equivocó o se
equivocaron los dos. Algo imposible de entender
en una doctrina que es ortodoxa.
Por eso, a pesar de todo lo que se ha hablado
del Concilio Vaticano II, en éste lo
fundamental: la doctrina y los valores no se
tocaron. Salieron como entraron. Cosa coherente
con la naturaleza ortodoxa de la doctrina. Lo
contrario hubiera sido lo mismo que desdecirse
de todo lo que han sostenido durante veinte
siglos. Y qué dios o qué papas serían esos que
cambian su doctrina con el paso del tiempo? Lo
podremos leer reiteradamente en las encíclicas
papales. En una, la ya citada
Quadragesimo Anno, de Pío XI, se afirma: “Les
guiaba ( se está refiriendo a los laicos
católicos que querían modernizar la Iglesia al
ritmo de las revoluciones burguesa e industrial)
principalmente el empeño de que la doctrina
absolutamente inalterada e inalterable de la
Iglesia satisficiera más eficazmente a las
nuevas necesidades”.
La Iglesia no se equivocó. Inspiró
ideológicamente las dictaduras
clerical-militares y los totalitarismos y los
legitimó con su presencia en sus instituciones y
con la firma de sus concordatos. Gracias a los
cuales volvían a estar asociada al Estado, como
las iglesias cristianas anglicanas, luteranas o
calvinistas en Europa, no en Estados Unidos,
donde la separación entre el Estado y las
iglesias, dioses o religiones quedó establecida
desde los comienzos de esta nación.
La Iglesia católica inspiró la España de Franco;
concordó con ella desde 1945, año en el que en
la Conferencia de Potsdam se acordó aislar a la
España franquista hasta que no hubiera sido
sustituida la Dictadura por un régimen
democrático, aunque fuera una monarquía
parlamentaria, solución deseada por Churchill. Y
el papa cayó. Reforzaron el Régimen con el nuevo
Concordato de 1953 que facilitó los pactos con
los Estados Unidos, firmados meses después del
Concordato. Y el papa persistió en su espléndido
silencio. No en vano. España era un paraíso
clerical. La Iglesia volvía a tener un Estado
católico a su medida. De nuevo, después del
paréntesis liberal y superada la amenaza
comunista, el Poder volvía a tener su propio
dios, aunque con sede en el Estado Vaticano. En
este sentido España fue una colonia del
Vaticano.
No la Iglesia no se equivocó. Nos lo cuenta nada
menos que el cardenal Tarancón, consciente de
que era necesario cambiar de caballo para poder
seguir cabalgando. El 15 de diciembre de 1975,
no hacía un mes que había muerto Franco, al
inaugurar la XXIII Asamblea Plenaria del
Episcopado, Tarancón se refirió a los obispos,
presentes en las Cortes franquistas por derecho
propio, con estas agradecidas palabras:
“Una figura
auténticamente excepcional (Franco) ha llenado
casi plenamente una etapa larga – de casi
cuarenta años – en nuestra Patria. Etapa
iniciada y condicionada por un hecho histórico
trascendental – la guerra o cruzada de 1936 – y
por una toma de postura clara y explícita de la
jerarquía eclesiástica española con documentos
de diverso rango, entre los que sobresale la
Carta Colectiva del año 1937. Yo era sacerdote
cuando se implantó la República en España. Y
había recorrido casi todas las diócesis
españolas como propagandista de Acción
Católica... Y quiero decir ahora que,
prescindiendo del estilo personal de aquella
Carta Colectiva, que descubría fácilmente a su
autor (se
refiere al cardenal Gomá) , el contenido de
la misma no podía ser otro en aquellas
circunstancias históricas. La jerarquía
eclesiástica española no puso artificialmente el
nombre de Cruzada a la llamada guerra de
liberación: fue el pueblo católico de entonces,
que ya desde los primeros días de la República
se había enfrentado con el Gobierno, el que
precisamente por razones religiosas unió Fe y
Patria en aquellos momentos decisivos. España no
podía dejar de ser católica sin dejar de ser
España.”
“Pero esta consigna
que tuvo aires de grito guerrero y sirvió
indudablemente para defender valores
sustanciales y permanentes de España y del
pueblo católico, no sirve para expresar hoy las
nuevas relaciones entre la Iglesia y el mundo,
entre la religión y la Patria, ni entre la fe y
la política.
Pero el catolicismo y otros dioses monoteístas
existían más allá de la España franquista o el
Portugal salazarista. Existían en los países
liberados. Y yo le lanzo una pregunta al lector
y con este interrogante termino el libro y mi
intervención: ¿Se han preguntado alguna vez
dónde estuvo la derecha conservadora,
tradicionalista y católica o cristiana de esos
países durante la guerra cuando los partidos
fascistas conquistan en Poder? Para, derrotados
por los aliados anglosajones y rusos, reaparecer
en forma de democracia cristiana? Lo que sí
sabemos a ciencia cierta es que los partidos
republicanos de izquierda, los sociales, los
comunistas y los anarquistas fueron perseguidos
pero resistieron se reorganizaron en la
resistencia y resurgieron con fuerza al
finalizar la guerra. ¿Qué había ocurrido con la
derecha que no fue perseguida por el
totalitarismo ni por las dictaduras
clerical-católicas?
La derrota de los totalitarismos por las
potencias aliadas, Estados Unidos, Gran Bretaña
y la Unión Soviética, dejaba a los países
liberados sin una derecha organizada
políticamente. La izquierda, como resistió en la
clandestinidad, sí estaba organizada al terminar
la guerra. De manera que, al terminar la guerra
las izquierdas se hubieran hecho con el poder
sin resistencia. Los gobiernos anglosajones
estaban preocupados ante este panorama y esa
sería una de las razones por las que
permanecerían militarmente presentes en los
países liberados.
Al mismo tiempo, sin embargo, ya estaban
trabajando para reorganizar las fuerzas
políticas de derechas, pero también a la
socialdemocracia, que serían las encargadas de
contener la nueva amenaza: el comunismo.
Este es el único momento en el que un papa, Pío
XII, cuando la derrota del totalitarismo estaba
anunciada, en 1944, se pronuncia a favor de la
democracia como forma de Gobierno. No en España
o en Portugal, que no han sido liberadas por los
anglosajones. Si no allí donde los viejos
protestantes, luteranos y calvinistas, esto es
los anglosajones, han triunfado, en Francia,
Bélgica, Italia, Alemania… en este momento, el
papa que se ha reunido con los políticos
anglosajones, vuelve a lanzar la vieja idea de
reorganizar a las derechas en partidos
demócratas cristianos para conquistar el Estado
liberal y reformarlo como trataron de hacer Gil
Robles, Calvo Sotelo o Dolffus, sólo que ahora,
el poder tenían que compartirlo con los
anglosajones y no podían volver a empezar a
cuestionar el estado democrático porque en él
las izquierdas y los sindicatos también eran
poder. La democracia cristiana, la derecha,
resurgía sobre las cenizas del fascismo bajo la
inspiración, una vez más, de los valores
cristianos y católicos. De momento tocaba
simular la intromisión religiosa en los asuntos
políticos porque el principal enemigo, no el
único, pasaba a ser el comunismo. Franco que ya
venía diciendo que el comunismo era el enemigo
que legitimaba su Dictadura, y que no por ello
restauró un régimen democrático, le sacó un buen
partido al anticomunismo. Ahora será el papa
quien enarbole la bandera del anticomunismo y
fuerce a los católicos a reorganizarse en las
democracias cristianas.
Llegados aquí, este libro no prosigue en la
investigación hasta el día de hoy. Se queda
frenado ante un abismo y un interrogante. La
caída del bloque soviético ha vuelto a poner en
primer plano al que fue el primer enemigo de la
Iglesia: la democracia y los derechos
individuales. Esto es la libertad entendida
como el poder que tiene cada individuo para
tomar sus propias decisiones, pensar por sí
mismo, elegir a sus gobernante y perseguir el
placer y la felicidad.
La reacción de los poderes monoteístas, entre
ellos la derecha clerical, llamados
fundamentalistas, y todo monoteísmo es
fundamentalista desde sus orígenes, vuelve a
poner en peligro la libertad. Y presentan esta
reacción como una lucha en nombre de su libertad
corporativa.
Desde una concepción supra individual,
autoritaria y anti individualista de la
libertad, atacan el fundamento de la libertad
que sólo puede existir como derecho individual y
nunca como derecho de organizaciones supra
individuales. La libertad individual nace
precisamente contra la voluntad totalitaria de
esas viejas, anacrónicas y divinas
instituciones, como magistralmente
describe,Paul Hazard quien en su libro, “La
crisis de la conciencia europea”, investiga la
ruptura entre el pensamiento ilustrado y la
ideología religiosa en el siglo de las Luces y
sus revoluciones.
La libertad es proclamada como un derecho
exclusivamente individual en las constituciones
democráticas. Sólo podemos ser libres los
individuos.
De manera que, siendo libres los individuos, sus
derechos permanecen cuando forman parte de una
organización supra individual. Por ejemplo, qué
sentido tiene reivindicar el derecho a la
libertad religiosa de ninguna Iglesia o
institución religiosa cuando sus clientes ya son
libres, en una sociedad que sea democrática. Y
son libres porque lo establece el artículo 16 de
la Constitución española por lo tanto, siendo
libres los ciudadanos, carece de sentido
reivindicar la libertad de corporaciones
supraindividuales. Es más, es un peligro para la
libertad.
¿Qué sentido tiene, entonces, reclamar una
libertad religiosa por una organización supra
individual? El sentido no es otro que la
pretensión de utilizar la libertad como un
privilegio corporativo para lucha contra la
libertad individual. Estamos viviendo una
contrarrevolución monoteísta desde que el
fundamentalismo islámico tomó el poder en Irán.
A esta hola, después del desplome del enemigo
comunista y con descarada agresividad, se van
incorporando los demás fundamentalismos judío y
cristianos, claramente beligerantes contra los
derechos individuales, la democracia, la
felicidad y el placer. Este es el peligro de
nuestro tiempo.
Termino con un resumen de lo que considero
aportaciones y resultados de un trabajo de
investigación contenido en éste y otros libros
que le continuarán:
La principal conclusión y aportación de esta
investigación es que:
toda religión
monoteísta es una teoría del poder autoritario
que elabora una doctrina de salvación,
previamente contenida en otros mitos, y unos
valores propios, una moral, al servicio del
Poder.
Este análisis se desarrolla y concreta en los
siguientes aspectos, que:
Adoramos a dioses monoteístas que fueron creados
en un tiempo histórico asociados a intereses
nacionalistas e imperialistas.
Adoramos a dioses sadomasoquistas cuyos
valores son autoritarios, patriarcales,
antifeministas y homófobos. Valores sobre los
que se fundamenta su moral.
Adoramos a unos dioses que nacen asociados a
poderes totalitarios inspirados en esos mismos
valores autoritarios, patriarcales,
antifeministas y homófobos.
Adoramos a unos dioses que darán sentido a
nuestra vida y nos concederán la felicidad en la
muerte, si cumplimos sus valores. Esto es, si
somos autoritarios, patriarcales, antifeministas
y homófobos.
Adoramos a dioses que nos exigen el sometimiento
a su única voluntad. Nos exigen que renunciemos
a los derechos individuales, a tener voluntad
propia, opinión propia, parlamento y legislación
propia, que en el caso de los ciudadanos
españoles están contenidos en el Título Iº de la
Constitución y en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, incompatibles con la
voluntad y legislación de origen divino.
Adoramos a dioses que nos exigen renunciar al
placer sexual, a la libertad sexual, porque sólo
así, gracias a nuestra renuncia, fundamento de
la moral religiosa occidental, ellos alcanzan la
felicidad.
Adoramos a dioses monoteístas que deben ser
combatidos, en cualquier parte del mundo
defendiendo el ejercicio diario y la difusión
universal de los derechos individuales. No nos
conviene olvidar, aún es tiempo, que una amenaza
a los derechos individuales en cualquier lugar,
es una amenaza a los derechos individuales en
todo lugar.
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