Si hoy alguien le dice
“vaya usted con Dios” puede que sólo esté
sugiriéndole que coja cierto autobús. Ciertas
asociaciones de ateos nos aclaran con prudencia
en los ateobuses catalanes que
“probablemente” Dios no existe, mientras que
algunos evangelistas aseguran que sí en los
divinos autobuses madrileños. Lo bueno es que
todos nos animan a disfrutar de la vida: ¡al
final va a ser la Coca
Cola la que se lleve el Dios a
su agua!
En mi
opinión, la discusión –que puede extenderse,
queda un montón de autobuses que aún no se han
pronunciado– tiene sabor pero no demasiado
color: hay numerosas cosas de las que sabemos
poco o nada, incluso ignoramos lo que para
muchos es lo más gordo (por qué existe siquiera
algo), pero sí sabemos lo suficiente para decir,
con muy poco miedo a equivocarnos, que el Dios
de los cristianos, musulmanes, judíos… o los
dioses de los griegos, romanos… son creaciones
humanas, demasiado humanas. Me temo que la
ciencia ya ha dado el golpe de gracia al Dios
personal, a los milagros, al alma independiente
del cuerpo y a la creación divina de los seres
vivos, en particular de los humanos… salvo Greta
Garbo y Maradona (con Messi aún hay dudas,
quizás de ahí el cauto “probablemente” de los
catalanes). Otra cosa es que esto aún no sea
asumido por la mayoría de los propios humanos.
En cuanto a disfrutar de la vida más
o menos según se crea o no en Dios… ¿se trata de
creer lo que nos dé más satisfacciones o lo que
nos parezca más cierto? En todo caso, si miramos
en el mundo de hoy y en la historia, vemos que
la creencia en Dios ha propiciado grandes logros
de nuestros congéneres, como algunas de las más
excelsas y grandiosas obras de arte, y asimismo
ha hecho –y hace– feliz a mucha gente; pero es
obvio que también ha ido pareja a sometimiento,
represión, matanzas: Dios ha sido –y es– motivo
de sufrimiento y muerte, y creo que estos
aspectos negativos superan con mucho a los
positivos. Un ejemplo especialmente tenebroso y
cercano lo tenemos en el franquismo: en general
los españoles –en especial, las españolas– eran
mucho más infelices y sumisos por la religión.
Pero bastantes viven mejor creyendo en Dios, e
incluso para aquellos a quienes la religión les
ha hecho mucho daño puede ser muy duro aprender
a vivir sin Él: no es recomendable, en general,
que los creyentes de edades avanzadas pierdan su
fe.
En esa España franquista, ser ateo
era un estigma de lo más inconveniente… y lo
sigue siendo en buena parte del mundo, por no
hablar de otras épocas. Por esto me parece
magnífico que los ateos proclamen sus
convicciones, ya era hora. Y cabe esperar que se
extiendan: creo que el ateísmo se propagará si
se avanza en una educación científica y
humanista. Si se reduce el adoctrinamiento
religioso infantil, seguramente habrá muchos más
ateos: es difícil que un adulto con un
conocimiento actual del mundo (en particular, de
la ciencia), y educado en valores democráticos,
se haga creyente al conocer las doctrinas
religiosas mayoritarias, abundantes en
irracionalidades y con unas normas morales
claramente perniciosas en algunos aspectos.
Ese es mi punto de vista, con el que
el lector estará de acuerdo o no. Parece que
sobra decir que lo primordial, y en lo que sí
espero que coincidamos, es que cada cual pueda
tener las creencias y convicciones que quiera,
sean religiosas o no. Y que el Estado está
obligado a ser neutral en esto, que no puede
promover ni apoyar ninguna convicción en
particular, sino que debe defender la libertad
de conciencia de todas y cada una de las
personas. Pero, ay, sí que promueve y
apoya algunas creencias concretas. No es que
subvencione determinadas consignas en los
autobuses, hace cosas mucho más graves: cargos
públicos que asisten como tales a actos
litúrgicos y muestran sumisión ante autoridades
religiosas (recuerden al mismo Rey
arrodillándose ante el Papa y besando su
anillo), ceremonias religiosas promovidas por el
propio Estado, por organismos públicos (desde
ciertos funerales a misas universitarias),
símbolos religiosos en espacios públicos
(incluso cuando los ministros prometen su
cargo), ventajas económicas descomunales para
algunas religiones (la católica especialmente),
y, sobre todo, adoctrinamiento religioso
infantil subvencionado por el Estado. Qué lejos
de un Estado sencillamente respetuoso con el
derecho más específicamente humano: la libertad
de conciencia; qué lejos de un Estado laico, el
que reclama el laicismo llamado interesadamente
“radical”. El laicismo que defienden
asociaciones como Granada Laica o Europa Laica
no promueve, contra lo que se dice, el ateísmo
ni la antirreligiosidad; es cierto que yo, por
ejemplo, soy laicista y además ateo, pero otros
son laicistas y cristianos o musulmanes o vaya
usted a saber. Queremos un Estado laico (¡no
multiconfesional!), que no privilegie ni
discrimine a las personas por sus convicciones,
y nos gustaría encontrar en los autobuses (pero
sobre todo en las leyes y los comportamientos)
proposiciones como estas:
“Dios
en la casa de quien quiera, pero no en las que
son de todos”,
“Aunque pienses que tu fe es un privilegio, no
pidas privilegios por tu fe”,
“¿Dios?, lo que tú quieras. El Estado, laico de
veras”.